China, «Los Simpson» y la amenaza amarilla
Editorial – ABC
ANTES fueron las restricciones en el uso de internet y ahora la prohibición para la difusión a determinadas horas de las series extranjeras de dibujos animados. Con mucha frecuencia se producen restricciones a la libertad religiosa y, por supuesto, cualquier atisbo de oposición política está rigurosamente proscrito. El caso es que China no supera los vestigios del sistema autoritario, aunque hace ya tiempo que el maoísmo, como versión autóctona del comunismo, se ha convertido en una reliquia histórica. También en Occidente. Las autoridades de Pekín optan por un modelo de desarrollo económico sin libertades políticas que genera un notable crecimiento y el surgimiento de clases medias dispuestas a consumir productos de primer nivel.
China es el Estado más poblado del mundo, con unas posibilidades espectaculares de crecimiento. Sin embargo, las autoridades deben entender que la economía capitalista, fuente de prosperidad, no surge en un contexto donde se persiguen las libertades públicas y la autonomía individual. La sociedad abierta es un todo indivisible, aunque los herederos del dogmatismo comunista pretendan establecer caminos diferentes para la política y la economía. Es probable, no obstante, que la presión de las nuevas clases exija a medio plazo la apertura de un régimen prisionero todavía de las querencias del pasado.
Las trabas impuestas a la libertad de expresión no deben pasar inadvertidas para el mundo occidental, aunque gobiernos y empresas prefieren a veces mirar para otro lado con tal de no perder los buenos negocios que ofrece el gran país asiático. El régimen de Pekín mantiene una postura estrictamente nacionalista en cuestiones de política exterior, tales como Taiwán o el Tíbet, y procura torpedear en los foros internacionales a Japón, su enemigo tradicional. La doctrina oficial es el llamado «ascenso pacífico», según la cual China pretende comportarse como una potencia solidaria y cooperativa.
En la práctica, estas buenas palabras no van acompañadas de realidades tangibles. Ahora resulta que los niños de aquel país -cerca de 250 millones- no podrán contemplar en las pantallas de televisión al ratón Mickey o a la familia Simpson en horas de máxima audiencia con el objetivo de apoyar la producción interna de dibujos animados. Aunque parezca un asunto estrictamente cultural, resulta muy significativo de la forma de actuar de unos gobernantes que hasta hace poco, por ejemplo, negaban la existencia de casos de gripe aviar y ahora resulta que reconocen -con un mes de retraso- la existencia de una nueva víctima humana, por no hablar de las dificultades que en su día se pusieron a la OMS para detectar la epizootia.
China es sin duda pieza clave para el futuro de este siglo. De ahí que Occidente no pueda ni deba pasar por alto las medidas restrictivas contra la libertad con la única pretensión de hacer buenos negocios a corto plazo. En este caso los Simpson no son, precisamente, la amenaza amarilla.
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