Venezuela: Un estado microcefálico y megadactílico
Por José Luis Cordeiro
IEEP
MUCHOS ANALISTAS han hablado del gran Estado macrocefálico que tenemos. En realidad, el Estado venezolano sería mucho mejor descrito como un inmenso animal lento y con poco cerebro, un perfecto brontosaurio del siglo XXI.
Lo poco de cerebro que tiene el Estado, no obstante la compensa con la enorme cantidad de manos que se alimentan de él. Nuestro Estado no es macrocefálico sino microcefálico y megadactílico.
Aquí existe un culto al Estado, como si el Estado fuera un dios; pero un dios que exige sacrificios, sacrificios humanos, y no produce milagros. Todavía parece que no hemos entendido que lo que el Estado da con una mano ya lo ha quitado con la otra. El Estado no genera riqueza y simplemente redistribuye, principalmente entre sus propios miembros, la riqueza que ha tomado de otros.
La idolatría al Estado parece ser un amor, pero de esos amores que matan. El «ogro filantrópico» descrito por el escritor mexicano Octavio Paz es un Estado que aunque trate de hacer bien termina destruyendo todo. El Estado no es San Nicolás para prometer industrias, viviendas, hospitales, escuelas, etcétera. No basta la buena voluntad, cuando genuinamente la hay, para solucionar los problemas de la sociedad. No hay nada gratis y todo lo que el Estado «regala» ya lo ha quitado antes, y con creces, en impuestos e inflación.
El Estado venezolano parece funcionar como una especie de «toque de Midas» al revés: todo lo que toca lo convierte no en oro sino en pobreza. Las paradojas en Venezuela son increíbles: un Estado rico en un país pobre. Mientras el Estado recibe más dinero, parece que la pobreza aumenta en vez de disminuir.
Muchas de las prioridades están invertidas en Venezuela. El Estado ha usurpado al poder ciudadano. Es necesario comenzar una revolución de abajo hacia arriba: de los ciudadanos al aparato estatal. La verdadera prioridad no es el poder gubernamental sino las libertades individuales. Hay que invertir la pirámide entre el Estado y los ciudadanos. También hay que invertir las perversas pirámides educativas y sanitarias que distorsionan la realidad ciudadana. Lo importante no es el Ministerio de Educación, ni las misiones, ni siquiera las escuelas, sino los estudiantes. Lo mismo ocurre en sanidad; lo importante no son los hospitales sino los enfermos. Cuando esto se entienda, el Estado comenzará a cambiar, no le quedará otra alternativa.
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