Visión bolchevique de Hizbolá
Por Alberto Sotillo
ABC
No puedo evitarlo: el lenguaje de ciertos análisis sobre Oriente Próximo me recuerda el que empleaba el Krasnaia Zvezdá, el diario «Estrella Roja», órgano oficial del Ejército soviético cuando hablaba de Afganistán. Sería un ejercicio muy instructivo comparar los análisis de aquel diario con los de nuestros neoconservadores. «Guerra contra el terrorismo» era el epígrafe que cubría toda información del diario procedente de Afganistán. «Modernización», «progreso», «lucha contra el fanatismo de los ulemas» y, por supuesto, «democratización» eran términos empleados hasta la saciedad por Krasnaia Zvezdá.
Y no es que le faltara razón. Los afganos que soñaban con «occidentalizar» su país eran prosoviéticos, pues la URSS era para ellos un faro de europeización. Pero la Unión Soviética fracasó, al ejercer una contraproducente ingeniería social sobre un país que vivía en un tiempo muy diferente al de Moscú.
Cuanto más compleja es la realidad, mayor es la tentación de dejarnos guiar por ideas simples. Todos debemos sentirnos comprometidos en la lucha contra el terrorismo. Pero hay que ser valiente también para encarar la realidad. La URSS, por ejemplo, los llamaba «puñado de bandidos y terroristas», pero se empeñó en combatir la guerrilla afgana como si se tratase de un ejército regular. EE.UU. volvió a repetir el error en Irak. Israel reincide en el Líbano. Y ya hay quienes piden que la comunidad internacional envíe un contingente armado al sur del Líbano con la misión de combatir a Hizbolá, como si éste fuese una imposible combinación de grupúsculo clandestino terrorista y de fuerzas armadas convencionales.
Hizbolá no es Al Qaida. No es una elite terrorista, no es una red clandestina. Y tampoco es un Ejército convencional. Guste o no, Hizbolá es una organización arraigada en lo más profundo del tejido social de los chiíes libaneses. Algunos de sus milicianos son «profesionales», pero la fuerza de estos grupos está en que el mismo sujeto que vende melones por la mañana es el que empuña el lanzagranadas por la tarde. Para nosotros no hay terrorismo bueno y terrorismo malo. El ataque de Hizbolá contra unos militares israelíes -detonante del actual conflicto- para nosotros fue un ataque terrorista. Pero la población que sostiene a Hizbolá nunca va a pensar como nosotros ni va a imaginar que un ataque contra el Ejército israelí es una acción terrorista. Al contrario, te recordarán que hace muchos años Hizbolá renunció a los coches bomba y los secuestros.
No hago juicios morales. Éste no es un ensayo sobre terrorismo y sus orígenes. Sólo intentaba decir que si nos empeñamos en convertir la realidad en un cómic de demócratas contra terroristas, estaremos condenados a repetir durante muchos años los análisis editoriales del órgano del Ejército de la URSS.
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