Nuestro reino es este mundo
Por Gina Montaner
El Nuevo Herald
Los musulmanes radicales viven su agosto particular y emprenden yihads contra el enemigo. No contentos con los últimos atentados terroristas del 11 de septiembre (las torres gemelas), el 7 y el 21 de julio (el metro de Londres) y el 11 de marzo (el tren de Madrid), tenían pensado un plan diabólico contra al menos seis aviones comerciales que debían despegar de Heathrow en los próximos días. Por fortuna, Scotland Yard actuó a tiempo y en esta ocasión se pudo abortar una operación que les habría costado la vida a cientos de inocentes.
Es cuestión de tiempo antes de que los siniestros personajes de Al Qaida y otros grupos dedicados a la globalización del terrorismo propinen un duro revés a Occidente. Ellos no descansan ni conocen la tregua, pues lo suyo es la guerra santa, la cruzada de carácter religioso, para acabar con las libertades de las sociedades abiertas. Oscilan entre los rezos en dirección a la Meca, las directrices de las madrasas y el convencimiento de que en el cielo Alá los premiará con un harén de doncellas impúberes a cambio de entregar sus vidas por la causa. Aquí en la tierra para ellos la vida es una espera gris y mujeres ocultas tras celosías.
¿Cómo puede soportar un integrista islámico la sensual visión de una falda al vuelo y unas piernas desnudas sin desear volar todo en pedazos, empezando por él mismo? Sólo la promesa de vírgenes trémulas en el más allá puede aliviar el flagelo de la carne y el espíritu en nombre de la caprichosa interpretación que los imanes hacen de su Libro Santo.
O sea, que estamos en plena apoteosis de la yihad y los infieles padecemos la agenda divina y expansionista que estos legionarios de Alá quieren imponernos a sangre y fuego. Por lo pronto, si viajar en avión ya era una pesadilla después del fatídico 11 de septiembre, todo apunta a que a partir de ahora se convertirá en una penosa empresa y acabaremos viajando como Dios nos trajo al mundo. Desnudos y desprovistos de cachivaches sospechosos. Sin adornos ni frascos de perfumes que pudieran ser veneno. Los soldados del islam deben estar celebrando, pues nos suman a ese mundo suyo tan desierto de colores y abalorios. Sus travesuras letales nos arrebatan el iPod, las cremas olorosas, las novelas atrevidas para un largo viaje trasatlántico. Se han salido con la suya. Occidente renuncia de a poco a sus logros y conquistas.
El mismo día en que los servicios de inteligencia británicos desarticulaban la última fechoría integrista, se estrenaba en Estados Unidos World Trade Center, la segunda película que aborda la tragedia del 11 de septiembre. Unos meses antes el cineasta escocés Paul Greengrass se atrevió con la valiente y sensacional United 93, filme que muchos evitaron ver por »no pasar un mal rato». Sin embargo, se trata de una de las mejores cintas del año y, a modo de cuasidocumental, el espectador siente como suyo el terror que sintieron los pasajeros en aquel vuelo fatal y el esfuerzo colectivo de quienes optaron por morir defendiéndose antes de permitir que los terroristas se estrellaran contra Washington. Presas del paroxismo religioso y la obscena fantasía de unas señoritas estupendas que los iban a compensar en el pa-
raíso. Ahora el casi siempre excesivo Oliver Stone se centra en la historia de dos hombres que arriesgaron sus vidas en las torres gemelas. Dicen los críticos que es buena a pesar de la grandilocuencia del narcisista director estadounidense. Sobre todo, a la luz de lo que ahora sabemos de esta trama elucubrada entre el eje Pakistán-Londres, no está de más recordar la barbarie cometida contra Nueva York. Meca del progreso, la creatividad y la tolerancia. Tres conceptos que irritan sobremanera a los discípulos de las tenebrosas madrasas. Nidos de futuros terroristas.
De acuerdo con el diccionario, »yihad» significa lucha o esfuerzo en el camino para hacer reinar los derechos de Dios. Es evidente que Occidente tiene que responder con contundencia y sin sonrojo a tanto »esfuerzo» por parte de estos guerreros musulmanes. Nuestro reino es este mundo y estamos aquí para disfrutarlo a plenitud. No nos queda otra que defendernos.
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