Argentina: Las «relaciones carnales», de Bush a Chávez
Por Mariano Grondona
La Nación
Los Estados Unidos estudian la posibilidad de excluir a la Argentina del Sistema General de Preferencias, que beneficia a nuestro país con rebajas arancelarias de 600 millones de dólares anuales. Al criticar este anuncio, que interpretó como una presión norteamericana, el presidente Kirchner afirmó que «la Argentina ya sabe lo que fue subordinarse a las políticas que tuvimos que soportar en el pasado», recordando de inmediato que «la Argentina ya no tiene relaciones carnales con los Estados Unidos».
Estamos cada vez más lejos, por cierto, de las «relaciones carnales» que mantuvieron la Argentina y los Estados Unidos durante los años noventa. Esta expresión había sido acuñada por el canciller de Menem, Guido Di Tella, para enfatizar una relación de amistad como nunca habían conocido en el pasado ambos países.
Al comenzar los años noventa, Menem decidió enviar naves de guerra en apoyo de los Estados Unidos durante la Guerra del Golfo contra Irak. A partir de este gesto inusual, la Argentina y los Estados Unidos se acercaron rápidamente hasta que nuestro país fue declarado «aliado extra-OTAN», un título que prometía convertirlo en un asociado tan estrecho de los Estados Unidos como el Reino Unido y los demás países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La metáfora de las «relaciones carnales» se evaporó, sin embargo, no bien comenzaron los años dos mil. La responsabilidad inicial por el enfriamiento, que se acentúa más aún en estos días, no fue argentina sino norteamericana. Cuando el gobierno de De la Rúa enfrentó serias dificultades financieras en el año 2000, el flamante presidente Bush, lejos de ofrecerle una ayuda masiva como la que el presidente Clinton había brindado en su momento a México y Brasil, le cortó el auxilio que la Argentina necesitaba desesperadamente para evitar el colapso que al fin nos abatió.
Esto llevó al presidente Duhalde, sucesor de De la Rúa, a sentir que la Argentina había sido traicionada. Pero el enojo de Duhalde con los Estados Unidos obedecía más al súbito abandono de Bush que a razones ideológicas. Duhalde no era visceralmente antinorteamericano. Lo que él se preguntó en su momento, como tantos otros argentinos, fue de qué nos valía ser amigos de un país que, en las malas, nos soltaba la mano. Pero el «antinorteamericanismo» de Kirchner responde a causas más profundas. Si Duhalde actuó como un amigo traicionado, Kirchner actúa, en cambio, como un contrincante.
La enemistad de Kirchner con los Estados Unidos, sin embargo, no viene sola, porque lo que hay que preguntarse ahora es si, además de repudiar las relaciones carnales con los Estados Unidos, la Argentina no se encamina, con Kirchner, hacia una nueva «relación carnal», esta vez con la Venezuela de Chávez.
El papel de Brasil
No debe olvidarse que Menem y Di Tella, al enfatizar la amistad «carnal» con los Estados Unidos, profundizaron al mismo tiempo el eje Brasil-Argentina, un eje al que Duhalde permaneció siempre fiel, en medio de un Mercosur que también conoció en los noventa sus años de gloria. Esta ambivalencia diplomática respondía a una estrategia. En el triángulo Estados Unidos-Brasil-Argentina, nuestro «lado» era el más débil. ¿Qué hizo entonces Di Tella? Para no caer bajo el peso de ninguno de los dos colosos a los cuales nos asociábamos, se inclinó por uno o por el otro, según las circunstancias.
¿Le queda a Kirchner, hoy, la posibilidad de un juego semejante entre Lula y Chávez? Difícilmente. Lula esté «hibernando» mientras dure la campaña por su reelección, que culmina en octubre, y el hecho es que, con el ingreso impetuoso de Chávez y el probable alejamiento de Uruguay en dirección del Norte, el Mercosur ha dejado de ser lo que era para convertirse en un frente ideológico detrás del liderazgo del presidente venezolano, cuyas coordenadas son el odio a los Estados Unidos y el amor por la Cuba de Castro.
En la relación «carnal» entre los Estados Unidos de Clinton y la Argentina de Menem, el miembro «fuerte» de la pareja estaba en el Norte, en tanto que la amistad de Menem con Fernando Henrique Cardoso procuraba compensarla. ¿Quién compensará, ahora, la fuerza de Chávez?
Dos elementos lo convierten en el miembro dominante de la pareja argentino-venezolana. Uno, su enorme poder financiero porque, después de que la Argentina se salió del sistema financiero internacional, Chávez se ha convertido en el principal comprador de nuestros bonos. El otro, su formidable despliegue militar. En tanto que Chávez es él mismo un militar con pretensiones «bolivarianas», Kirchner ve debilitada su cohesión interna al embestir contra sus propios militares de la mano de una ministra de Defensa que, habiendo sido previamente embajadora en Caracas, sueña por su parte con «venezolanizar» las fuerzas armadas argentinas.
Kirchner está hoy al frente de un gobierno que, precisamente por su animadversión hacia las Fuerzas Armadas y de seguridad, se ha debilitado tanto en lo externo como en lo interno. ¿Cuánto durarían nuestras Fuerzas Armadas en una hipotética confrontación internacional? ¿Hasta cuándo podrá calmar nuestro gobierno el temor de los argentinos ante el auge de la delincuencia después de haber diezmado a sus fuerzas policiales? ¿Alcanzará para ello que Kirchner señale con un dedo acusador, como acaba de hacerlo, a su ministro del Interior?
Pareciera que la Argentina, después de haber sido el miembro más débil de la pareja que formaba con los Estados Unidos, algo que trataba de compensar con el auxilio valioso de Brasil, estuviera destinada a ser de nuevo el miembro más débil de la pareja que forma hoy con la Venezuela de Chávez, pero esta vez sin que un Brasil por ahora «nublado» y unos Estados Unidos cada día menos amistosos le ofrezcan compensación alguna por el desequilibrio.
Todos los «azimuts»
¿ Estamos condenados, entonces, a celebrar «relaciones carnales» desiguales? Ya sea en dirección norteamericana o venezolana, ¿es nuestro destino ser segundones?
No necesariamente. Cuando el general De Gaulle tuvo que definir en 1958 la estrategia francesa en el mundo, propuso una orientación estratégica «hacia todos los azimuts «, una palabra que, en astronomía, marca coordenadas. Por eso imaginó una fuerza nuclear capaz de viajar con sus misiles hacia los más diversos puntos del globo.
Este ejemplo podría parecer anacrónico en el mundo de hoy, pero la estrategia «en todas las direcciones» está siendo cultivada, precisamente hoy, por nuestro vecino Chile. Más pequeño aún que la Argentina, Chile no ha querido celebrar con ningún país «relaciones carnales». Basado en su extraordinaria competitividad, ha venido firmando tratados comerciales, al contrario, con las más diversas naciones de la Tierra.
Si nos encamináramos por esta vía, ni las relaciones carnales de ayer ni las de hoy nos encandilarían. Para ello sería necesaria una Argentina que, habiendo madurado, ya no creyera necesitar ningún padrino. Pero esta actitud demandaría de nosotros algo que todavía no hemos logrado: liberarnos de la mirada estrecha de las ideologías, sean ellas de izquierda o de derecha, para enfrentar con el espíritu abierto y el ánimo levantado la concreta realidad que nos rodea.
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