Dos mentalidades, una solución
Por Marwan Bishara
International Herald Tribune – La Nación
PARIS.- Detrás de la lucha en el Líbano, y las de Palestina e Irak, hay un conflicto fundamental de ideas. Estados Unidos considera a cada caso un enfrentamiento entre la libertad y el terrorismo, mientras que los árabes piensan en términos de libertad frente a la ocupación militar y las guerras injustas. A menos que esos dos criterios opuestos se reconcilien política y diplomáticamente, Medio Oriente se hundirá en una guerra perpetua y el caos.
El gobierno de Bush acusa a los fundamentalistas islámicos y sus patrocinadores en Teherán y Damasco de propagar una ideología autoritaria de odio contra la voluntad de la mayoría árabe. Washington cree que dentro de cada musulmán hay un amante de la libertad al estilo norteamericano y que su misión es rescatarlo a toda costa.
Por su parte, los árabes culpan a Estados Unidos y a las agresiones y ocupaciones israelíes de convertir a ciudadanos en combatientes de la libertad y de suministrar a grupos terroristas como Al-Qaeda nuevos militantes y pretextos ideológicos. Responsabilizan a Estados Unidos y a Israel de la muerte, la destrucción y el extremismo que va surgiendo y los acusan de estar impulsados por la búsqueda de intereses geopolíticos menores y no por valores universales.
Bajo una ocupación, individuos frustrados y furiosos que ven que no tienen nada que perder recurren a actos terroristas, y a su vez son explotados por los ocupantes para justificar permanentemente su dominación. El hecho de que los violentos actos terroristas perpetrados por grupos de la resistencia sean ilegales y criminales no debería ensombrecer su motivo principal, es decir, las ocupaciones militares que causan un gran sufrimiento, humillación y odio. La ocupación causa un permanente estado de provocación.
Esta relación entre ocupación y terrorismo indica la diferencia sustancial entre los atentados del 11 de Septiembre y los conflictos en Medio Oriente, que no deberían quedar como rehenes de la guerra de Washington contra el terrorismo. Una abrumadora mayoría de árabes no reconoce su religión en la imagen del islam proyectada por Al-Qaeda. Y en la región hay escasa identificación con el talibán, salvo en Paquistán y en Arabia Saudita.
Si este conflicto fundamental de ideas persiste, también proseguirán las luchas asimétricas en Palestina, el Líbano e Irak, que profundizan las divisiones entre Oriente y Occidente.
La estrategia del «caos constructivo» planteada por Washington -que también es la de Al-Qaeda y la del gobierno de Teherán- debe ser analizada con el creciente fundamentalismo religioso como telón de fondo. Al argumentar que responden a un llamado superior, los individuos como el presidente George W. Bush y su par de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, están teologizando lo que eran conflictos coloniales e imperiales, presentándolos nuevamente en términos de jihad (guerra santa) contra cruzada.
Si la experiencia del siglo XX sirve de guía, es evidente quién será finalmente el perdedor en estas conflagraciones. Estados Unidos y sus aliados pueden tener un arsenal mucho más avanzado y destructivo, pero están mucho menos comprometidos que sus enemigos y mucho más propensos a perder impulso.
Bien adiestrados y equipados, los soldados norteamericanos, británicos e israelíes tratan por todos los medios de permanecer vivos mientras combaten contra militantes voluntarios que tienen armas de baja tecnología y están más que dispuestos a sacrificarse y morir como mártires. Las intervenciones militares generaron un enorme caudal de violencia contenida entre los árabes sin quebrar siquiera la determinación palestina, iraquí y libanesa de combatir contra la dominación extranjera.
En suma, el tiempo no está del lado de Estados Unidos ni de sus aliados. En Medio Oriente, las continuas dificultades, penurias y privaciones de la ocupación militar les hacen el juego a los fundamentalistas religiosos y desacreditan a los demócratas moderados.
No obstante, hay una solución a mano; no se trata de una intervención divina sino de imponer una medida que ya existe. Occidente debe aplicar en la región los principios básicos de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que exige el completo retiro de las tropas extranjeras y el desarme de los grupos locales. Eso significa el retiro de Estados Unidos e Israel, respectivamente, de Irak y Palestina, así como de los territorios libanés y sirio, como preludio para desarmar a todos los grupos armados y liberar allí a los prisioneros.
La única forma de interrumpir el ciclo de violencia y terrorismo en Medio Oriente, y de allanar el camino hacia una auténtica libertad, es poner fin a la ocupación militar.
El autor es experto en asuntos internacionales y autor del libro «Palestine/Israel: Peace or Apartheid»
Traducción: Luis Hugo Pressenda
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