Venezuela: Atizando el fuego
Por María Teresa Romero
El Universal
SI ALGO CARACTERIZO la política exterior venezolana en el siglo XX, con excepción de la del díscolo de Cipriano Castro, fue su carácter pacifista. Era notoria la preferencia por los instrumentos diplomáticos bilaterales y multilaterales de negociación, consenso y diálogo, así como las actitudes de búsqueda de paz, conciliación, mediación y pluralismo. Esta política no fue exclusiva de los gobiernos democráticos.
Podemos incluso decir que la inició un gobierno dictatorial, el de Juan Vicente Gómez, que además de mantener una política de neutralidad frente a la I Guerra Mundial, firmó el famoso Pacto Briand-Kellogg de 1928, tratado multilateral que acordaba la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional y el compromiso de solucionar todos los conflictos internacionales de manera pacífica.
Hugo Chávez ha roto con esta tradición que tantos beneficios políticos y diplomáticos nos trajo a los venezolanos. De allí que nuestro país fuera escogido en varias oportunidades como mediador de conflictos interamericanos; que fuera aceptado sin reticencia alguna en cuatro ocasiones como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, cuya principal finalidad es, precisamente, la de asegurar la paz internacional. Pero la política exterior bolivariana rompió, para vergüenza de todos los venezolanos, con esta conducta pacifista y, por ende, con esa imagen positiva que nos enaltecía. Ahora se nos percibe como un país belicista y polarizante.
La posición tomada por el chavismo en el conflicto que hoy sacude y conmueve al Medio Oriente y al mundo entero, es bochornosa, indignante. Con los epítetos utilizados contra Israel y el retiro del jefe de nuestra misión diplomática en ese país, Venezuela se ha situado en la práctica al lado de Hezbolá, tomando partido por el terrorismo. Ciertamente, el gobierno bolivariano como cualquier otro tiene el derecho de criticar cualquier conducta exterior o de condenar el uso de la fuerza por parte de Israel u otra nación. Pero lo que no puede hacer es ofender como lo ha hecho a una nación tradicionalmente amiga, juzgar y tomar partido en un conflicto tan complejo en el que se encuentran involucrados países con quienes se tienen buenas relaciones bilaterales. Esta no es la forma de contribuir al cese del conflicto y a la paz entre árabes y judíos. Todo lo contrario. Ello atiza el fuego.
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