Parecidos, paralelos y sucesiones
Por Claudio A. Jacquelin
La Nación
Si las comparaciones son odiosas y los paralelismos, riesgosos (sobre todo cuando las paralelas amenazan con tocarse), la búsqueda de parecidos puede resultar fatal.
Pero quién puede resistirse a la tentación de los versos de Chico Buarque cuando dice que «no es lo mismo, pero es igual», si resulta inevitable andar encontrando similitudes, rescatando sinónimos, descubriendo sosías con una sensación de déjà vu en medio de una realidad críptica, hermética o misteriosa.
Por eso, a nadie puede resultarle extraña la abundancia tropical de comparaciones, paralelismos, metáforas y parecidos desde el lunes, a las 10 de la noche, cuando Fidel Castro (sin adjetivos, que ya se han agotado) entró en el cono de silencio para no salir… hasta hoy, al menos.
Que el final de Franco, que la agonía de los jerarcas soviéticos, que la herencia del emperador tal o del obispo cual, que la sucesión de Mao… Entonces, a riesgo de herejía, por qué no exponer un paralelismo y una comparación más recientes y más ineludibles sobre la sucesión abierta e indifinida de otro líder carismático, longevo y omnipresente.
Veamos, ¿no se trata claramente del traspaso del poder del conductor iridiscente a su contracara gris y sombría, al dirigente metódico y orgánico, sin protagonismo personal ni exposición pública, de historial antipático, defensor y custodio acérrimo de la doctrina pero soporte fundamental de su hermética y jerárquica institución, eficiente organizador, eficaz soldado y cerebro de la administración de su gobierno, diligente en el interior y ausente en el exterior?
¿No ocurre además y no casualmente que, cuando la sombra proyectada por el antecesor empieza a darle paso a la propia luz del heredero, quienes conocen a éste empiezan a dibujarlo, también, afable y locuaz en la intimidad, simpático y buen amigo de sus amigos, más humano de lo que la leyenda ha contado y pintado, capaz hasta de llorar por los amigos que ha condenado en defensa de la organización y la pureza?
Y para ahondar en coincidencias, ¿no ha habido, además, entre los dos líderes carismáticos, como no podría ser de otra manera, entendimientos y acercamientos impensables que hicieron más fuerte cada una de sus organizaciones? ¿No son, también, extrañamente, jefes de Estados pequeños pero poderosos que provocan, cuando se discute sobre ellos, más pasión y creencia que razón?
¿No son demasiados las coincidencias y los paralelismos como para no caer en la tentación pecadora de ver en Fidel y Raúl un espejo de la sucesión entre Juan Pablo II y Benedicto XVI?
Las preguntas retóricas no impiden contestar que no a tanta coincidencia porque son demasiadas las diferencias de la naturaleza de las instituciones de que se habla. Como para darse cuenta de que igual no es lo mismo y mucho menos lo es si se trata de parecidos, para poder imaginar el futuro. Y aunque la frondosa imaginación del Caribe pueda parecerse demasiado a la fe, será mejor no esperar milagros, pero sin descartar que las paralelas podrían tocarse.
Y ya se sabe que las comparaciones son odiosas, los paralelismos riesgosos y la búsqueda de parecidos fatal como para tratar de ver, encima, alguna similitud entre la furtiva, misteriosa e inexplicada salida del presidente argentino de la Casa Rosada y el culto al secreto de cualquier otro país.
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