América Latina: ¿hacia una división longitudinal?
Por Álvaro Fischer Abeliuk
El Mercurio
No es fácil encontrar patrones explicativos para entender lo que ocurre en América Latina. Un continente que fue una promesa de desarrollo en el siglo XIX y que, a comienzos del siglo XXI, sigue sin ser capaz de cumplirla, que nació de esfuerzos democráticos muchas veces frustrados por reversiones autoritarias, que despliega una retórica de hermandad continental que la práctica política diaria desmiente -basta observar el panorama de colaboración energética de la región-, que ensaya experimentos sociales bien intencionados pero ineficaces para generar riqueza económica y capital humano, con líderes más preocupados de afirmar su autoridad personal que de establecer instituciones permanentes que conduzcan al progreso.
Todo ello esboza un panorama de permanente mediocridad, con avances lentos y discontinuados, y, por lo tanto, con poblaciones frustradas, que manifiestan una creciente desconfianza hacia los políticos tradicionales. En la actualidad, ello está ilustrado por los gobiernos de Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina y algo menos por Morales en Bolivia, caracterizados por una cierta obsesión en elegir caminos de desarrollo alternativos a los que probadamente han funcionado en el primer mundo y en los países que lo han alcanzado en el último tiempo, por insistir en los liderazgos personalistas, que no construyen institucionalidad sino más bien arbitrariedad autoritaria, y que utilizan una retórica de mediados del siglo pasado para transmitir sus ideas de desarrollo.
Sin embargo, es posible advertir otra forma de organizar el mapa regional, que comienza a mostrar sus primeros esbozos, y que surgen bastante más esperanzadores que los anteriores. En efecto, en Perú fue elegido Alan García, quien hace 20 años hubiese sido un ejemplo de los malos hábitos recién mencionados, pero que en esta ocasión, ha insistido en dar indicios de modificación profunda en su visión de desarrollo. Él la resumió diciendo que quiere copiarle a Chile y competir comercialmente con Chile. Es la primera vez que un gobernante de izquierda en América Latina afirma explícitamente que el modelo chileno es el correcto. Se refiere al modelo fundado en una democracia representativa, apoyado en una economía de mercado abierta al mundo, inserta en una economía globalizada, comerciando con todos y no protegiéndose de todos, construyendo instituciones impersonales que fortalecen las libertades individuales y armando redes de protección para los ciudadanos más desvalidos. Esto significa abandonar el proteccionismo brasileño o argentino, el personalismo y autoritarismo chavista, la estatización boliviana, o el fallido experimento socialista de Castro.
Un camino similar es el que ha seguido Uribe en Colombia, Saca en El Salvador y es el que ha prometido Calderón en México. Todos ellos tienen firmados TLC con EE.UU. y creen en la globalización y el libre comercio. Surge así un sector en el occidente de América Latina -Chile, Perú, Colombia, El Salvador y México- con gobiernos de derecha e izquierda, que estaría adscribiendo a las reglas modernas para lograr el desarrollo y que, no por casualidad, es el sector que mira al Asia Pacífico.
Así visto, pareciera que una espina se hubiese clavado en el norte de América Latina, que nace en Cuba y que de allí se incrusta en Venezuela y llega hasta el corazón del continente en Bolivia, dividiéndolo en 3 partes. La occidental, recién mencionada, que estaría siguiendo la senda moderna; la central, con Cuba, Venezuela y Bolivia, herida por esta espina y gobernada por una izquierda de carácter populista, y la oriental, encabezada por Brasil y Argentina, gobernada por una izquierda que sigue siendo proteccionista. Estos bloques manifiestan sus inclinaciones simbólicamente por medio de los gestos de sus gobernantes: Kirchner prefiere ir a la instalación de la Asamblea Constituyente de Bolivia que al cambio de mando en Perú; Chávez prefiere incorporarse al Mercosur que mantenerse en la Comunidad Andina de Naciones, Morales tiende a copiarle y García da especiales muestras de afecto a Bachelet y a su gobierno.
Aunque es todavía temprano para afirmarlo, esta división longitudinal de América Latina, con un Occidente modernizándose y un Oriente que sigue apoyado en el pasado, podría ser una luz de esperanza para el futuro de la región y servir de ejemplo a seguir para aquellos de sus líderes aún no convencidos.
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