Cuestiones antieconómicas
Por Domingo Fontiveros
El Universal
ANEGADO como está el país por el régimen más antieconómico de su historia, más que nunca es conveniente referirse a algunas cuestiones «económicas» con frecuencia descuidadas.
Economía de la palabra. Es superior decir lo mismo con menos pa labras. Se ahorra espacio, papel y tinta. Tiempo ahorra quien lee. Recuérdese al inglés que pedía disculpas al amigo por escribirle, por falta tiempo, una carta larga. En esta materia, el chavismo ha sido desde siempre botarata. Lo que le sobra son pa labras.
Economía de la política. Conseguir la mayor cantidad de respaldo y votos con el mínimo desgaste posible. Esto lo obtuvo el chavismo durante varios años. Ya no. El otro partido, el de la oposición (así lo ve la gente) hizo exactamente lo contrario. Hizo el máximo esfuerzo para perder su capital político en el menor tiempo posible. La gente como que quiere un tercer actor político, que no sea ni del gobierno ni de la oposición (?).
Economía de la economía. Producir y consumir lo deseado al menor costo factible. En ello reside el secreto del éxito de los países, familias y personas. Los seres vivos lo aplican en estado de naturaleza, hasta donde pueden. El ser humano social ha venido inventando métodos para calcular que sea así. Desde la contabilidad a la economía y técnicas de optimización, etc. Los venezolanos, con algunos paréntesis excepcionales en lo contemporáneo, hacemos usualmente lo contrario. Cuando nos ganan en competitividad otros países, algunos le tiran la culpa a Bush.
Economía militar. Para el mundo civil, los tanques y otras vituallas no son bienes sino males; en lugar de atender, liquidan necesidades humanas. En algunas circunstancias pueden ser un mal menor, cuando expresan una suma de voluntades de la sociedad. De otra manera, son instrumento de amenaza y subyugación, hacia afuera y adentro de un país. Aunque para unos pocos, el armamentismo resulta excelente negocio.
Economía de la verdad. Los científicos descubrieron no hace mucho que al ser humano decir mentiras suele suscitar un tipo particular de placer. Afortunadamente, antes de ello, algunas naciones se dieron cuenta del enorme desperdicio que representa la mentira para quienes la oyen, y a veces para quien la dice, y elevaron la honestidad al rango de valor social con un sistema para protegerla y promoverla. Algunas sociedades, incluyendo la de aquí hoy, economizan la verdad al máximo, y le dan rienda suelta a la mentira, que en apariencia cuesta menos. Mal cálculo. Una consecuencia es la desconfianza; no sólo en el CNE.
Economía del petróleo. En este tema los venezolanos estamos en ascuas. Producir más o menos; estar o no en la OPEP; sembrarlo o comérselo; propiedad del Estado angelical o de la gente hambrienta o de algunos grandes vivos. El petróleo en política es tan prolífico como en refinación y petroquímica. El principio, si cabe el término, es ponerle la mano, mientras los demás sigan debatiendo qué hacer con él.
Economía del voto. Por algún misterio, los políticos que apartan las bondades del mercado en materia económica, se fascinan con este mecanismo del mercado político. Al final la gente vota por quien cree va a ganar, para no perder el voto, y como desiderátum plantean crearse la imagen de ganador. Lo que no siempre funciona, ni con los antiguos «CNE» y menos ahora.
Para muchos poderosos, decir economía es casi como nombrar la soga en casa del ahorcado. O democracia en predios del totalitarismo. En Venezuela hace falta mucho para derrotar a la antieconomía, incluso más que para vencer a la antidemocracia.
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