China: La «gran muralla» cibernética
Editorial – ABC
RARO es el día en que no llega alguna noticia que tenga que ver con los intentos de China por censurar internet. Cuando no es que ha cerrado de golpe algunos cientos de cibercafés, impidiendo el acceso a la red de comarcas enteras, es que ha impuesto sus criterios y su censura a los principales portales del mundo a cambio de dejarles hacer negocio, o que ha clausurado la página personal de algún intelectual disidente, o que ha bloqueado sin previo aviso centenares de miles de cuentas de correo electrónico, o censurado una interminable lista de palabras, entre las que también se encuentran los términos «libertad» y «democracia».
Los esfuerzos que el Gobierno del gigante asiático debe hacer para mantener este control pasan por realizar enormes inversiones en personal y tecnología, que, además, deben renovarse continuamente a causa de la velocidad con que los adelantos se suceden en este campo. En cuanto se ha levantado una barrera en la red, alguien, en algún lugar, desarrolla algún programa capaz de saltársela, lo que obliga a construir otra barrera, que también será superada… Viene a la memoria esa imagen cómica de un operario intentando tapar con sus propias manos las múltiples fugas de agua de una tubería. No importa cuánto se esfuerce, siempre hay una fuga nueva.
Algún día se sabrá cuánto dinero ha invertido China para contener internet, y cuánta gente ha dedicado y dedica en exclusiva a construir esta «Gran Muralla cibernética». Para acometer esta tarea faraónica, además, el régimen de Pekín necesita de la colaboración de las mismas empresas de internet a las que está censurando. Una colaboración que tiene, sin duda, una altísima compensación económica para estas compañías, aún a costa de llevar colgado el sambenito de «antidemocráticas» en sus países de origen.
Así, tanto el principal buscador del mundo, Google, como los «megaportales» de Microsoft o de Yahoo se han doblegado a la voluntad de Pekín, suscribiendo un código de conducta por el que se han comprometido a bloquear los contenidos «prohibidos». Sin embargo, y a pesar de esta colaboración interesada, las autoridades chinas continúan bloqueando a su antojo las páginas web, los correos electrónicos y todos los servicios «on line» que consideran oportunos. Y todo sin que ninguno de estos gigantes de la informática diga una palabra más alta que otra. Toda una lección de solidaridad con los usuarios y de respeto hacia sus millones de clientes.
El premio de ese silencio, claro, es enorme. Ciento diez millones de ciudadanos chinos acceden ya regularmente a internet, lo que convierte al país asiático en el segundo mercado «on line» del mundo, sólo por detrás de Estados Unidos. Y la cifra se sigue incrementando a un ritmo de veinte mil nuevos usuarios cada día. Una auténtica marea de gente dispuesta a navegar, comprar, discutir, invertir y divertirse a través de la red. Internet es, hoy, el peor enemigo de cualquier régimen totalitario.
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