Extinción del albañil dominicano
Por Kalil Michel
Listín Diario
Desde el principio de los procesos constructivos en la isla de La Española se verifica la importación masiva de mano de obra para los procesos de fabricación de todo tipo de edificaciones. Incluso, los taínos fueron tratados como mano de obra extranjera en su propia tierra, luego, la llegada de esclavos africanos. Y así, toda serie de aventureros o experimentales trabajadores en busca de mejor fortuna.
Luego de consolidada la República Dominicana el trabajador nativo ha desarrollado una competencia interminable y descarnada con su eterno contendor, el trabajador haitiano.
En todos los escenarios desde el trapiche pasando por el ingenio hasta la construcción de hoy día, el dominicano básicamente, ha disputado en su propia nación su espacio natural de trabajo con nuestros vecinos más cercanos. Sin embargo, una nueva amenaza se cierne contra los trabajadores de la construcción en el día de hoy, y es que en la ultima década a partir del cambio del orden económico mundial atizado por el rampante proceso de globalización nuestro país ha sido impactado por la introducción de una serie de productos y métodos de construcción, mayormente suramericanos, que se brindan como tecnología acabada pero acompañadas de sus respectivos aplicadores.
Esto explica el por qué ya no tan solo nos arrebatan el trabajo ciudadanos migrantes desde Puerto Príncipe, Jacmel o Cap-Haitien, sino que actualmente nos desplazan trabajadores llegados de Caracas, Maracaibo o de La Guaira, o tal vez de Bogotá, de Cali o de Cartagena.
Es sorprendente, pero al igual que en el mundo del espectáculo y la moda, el albañil de acabados en la construcción dominicana está siendo desplazado por una ola de laborantes colombianos y venezolanos.
Los terminadores suramericanos llegaron con el fin de aplicar sistemas de construcción en andamiaje, encofrados, acabados en madera, revestimientos y pañetes, entre otros, demostrando una sorprendente capacidad técnica en la calidad de sus trabajos.
Lo que acompañado de su consabida responsabilidad y formalidad, le ha granjeado una favorable reputación entre los promotores nacionales y quizás sin proponérselo en un lapso de cinco años han asumido aproximadamente el 30% de las plazas de trabajo en el área de acabados de la construcción privada.
Es poco probable que se edifique alguna obra privada de importancia que no utilice esta nueva alternativa laboral foránea para su ejecución.
Es tal la irrupción y el posicionamiento mercadológico de este nuevo equipo, que los desarrolladores promueven el uso de venezolanos o colombianos en sus proyectos como un sello garantizado de calidad y glamour en sus edificios.
Es preocupante este nuevo fenómeno si analizamos el avance progresivo que experimentó la mano de obra de construcción haitiana durante las últimas tres décadas del siglo XX en detrimento del trabajador nacional, el cual fue desplazado de los espacios de trabajo como ayudante, aguatero, cocinera, albañil, hasta reducirlo a no más de un 20% de dominicanos, al grado que hasta la posición privilegiada de maestro constructor es compartida aproximadamente en un 50% con los haitianos, a sabiendas de que ambas castas devengan igual salario.
El único reducto laboral exclusivo para los criollos eran las partidas referentes a los acabados, la ebanistería, la carpintería, pañetes, y obras de arte en general. Y es justamente en ese campo en el que los prosélitos latinoamericanos también nos están desplazando. Con el agravante de que sólo con el hecho de titularse como albañil oriundo de esas tierras para que los promotores le den preferencia sobre el trabajador nacional.
Haciendo una desafortunada muestra actualizada de nuestro latente complejo de Guacanagarix. Es por cuanto, que al observar este detalle, aparentemente insignificante, nos preguntamos si quizás esto explique por qué con un visible despliegue de construcciones privadas por doquier notamos un amplio nivel de desempleo local en mano de obra directa. Por qué si las estadísticas exhiben un incremento en un 37% del sector de la construcción en general, aparentemente, esto no se revierte en bienestar popular.
¿Será que un alto porcentaje del bienestar que genera este crecimiento no lo perciben los dominicanos?¿ Será que el albañil dominicano será vencido por su imposibilidad de acceder a la tecnificación? ¿Será que la inserción de República Dominicana en los nuevos mercados segmentará a los albañiles dominicanos de su propio mercado? ¿ Será que la exportación de conocimiento de otros países es el mejor pretexto para la exportación de capital humano que desplaza al nativo? ¿Será que las políticas públicas deberían orientarse a reducir no tan solo la brecha digital sino también la brecha técnico-laboral de los dominicanos, haciéndolos competitivos en su propio campo? Realmente, llenos de pavor colegimos que de mantenerse esta tendencia en dos décadas, ¿tendría alguna posibilidad de subsistencia el ya golpeado albañil dominicano?
El autor es arquitecto
- 23 de julio, 2015
- 13 de mayo, 2025
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