Guayaquil, El crisol de la nación
Por Rómulo López Sabando
El Expreso de Guayaquil
Guayaquil celebra hoy 471 años de fundación. Ha sido y es una ciudad de inmigrantes. Originarios de todo el mundo, razas, países y regiones del Ecuador, educados y analfabetas, profesionales y dependientes, empresarios y asalariados, vivimos con nuestras familias en la más próspera, dinámica y libérrima ciudad del Ecuador. Nosotros, nuestros hijos, nietos, agnados y cognados somos “guayaquileños de pura cepa”. Y lo decimos con orgullo, cualquiera que fuese el ancestro familiar o nacimiento. Guayaquil es el crisol de la nación.
Ha tenido momentos difíciles. Desde asaltos de piratas e incendios depredadores hasta conflictivos políticos. Su crecimiento sobre el pantano, los manglares, las invasiones y el populismo ha sido explosivo y anárquico. En 1900, el “centro” actual, Chanduy (Noguchi o García Avilés), avenida Olmedo, Santa Elena, (Lorenzo de Garaycoa), era “los extramuros” de la ciudad. “El barrio” del Centenario se construyó a cien años de la Independencia (1920). El barrio del “Astillero”, que construía naves, atrajo inversiones, como la empresa eléctrica, que rápidamente lo poblaron.
En los años 50, el propósito de “urbanizar” uno de los pantanos inundables del Salado (que ahora es Urdesa) generó pugnas por captar la Alcaldía, pues el titular Guevara Moreno exigía sea previamente rellenado. Paralelamente, se invadieron otros brazos de mar, se destruyeron cerros montando canteras para hacer “vías de penetración” y formar la Gómez Rendón. Y la Ave. 25 de Julio surgió de los “pantanos del sur”, comprados por el Seguro Social. Se construyeron “ciudadelas satélites” (Miraflores, el Paraíso). Pero también se invadieron haciendas, como la Atarazana y Mapasingue, aunque parcialmente vendidas y urbanizadas por la dueña Junta de Beneficencia.
En la década del 60, la hacienda el Guasmo, a kilómetros del centro, fue confiscada, retaceada y “vendida” a diez sucres el metro por el populista Asaad Bucaram. Curiosamente, la hacienda La Saiba, de la familia Parra, junto al “barrio del Centenario” no fue invadida (Parra-Carrión, revolución).
Bajo dictaduras militares, entre el 62 al 78, con alcaldes y concejales nombrados “a dedo”, múltiples “invasores políticos” robaron haciendas que luego “vendían” a campesinos, en las vías a la Costa y a Daule. Haciendas como Mongon y Palobamba y otras fueron robadas, o vendidas previas confiscaciones del Ierac (INDA), que se proclamó “dueño de todas las tierras”.
Zonas bajas e innundables, (los Ceibos), con sectores altos, fueron urbanizadas por la Beneficencia y ampliaron el perímetro urbano. La conexión entre Urdesa y Guayaquil, y las ciudadelas Kennedy (vieja, nueva y norte), Alboradas, Garzotas, Sauces y otras surgieron por impulso empresarial. El norte se dinamizó.
En la década del 80 al 90 “capitostes” criollos, pistoleros y mercenarios, se enriquecieron robando e invadiendo cerros y tierras al norte y al sur para poblar y alquilar “masas electoreras” al mejor postor populista. Políticos promotores de “suburbios de pobreza” (sur-oeste) destruyeron manglares y brazos de mar, invadiendo islas y eliminando cerros. La ciudad era un gigantesco basurero. Los guayaquileños “fugaban” a Samborondón.
Pero, el alcalde León Febres Cordero cambió a Guayaquil. Fueron ocho años de reconstrucción, organización, malecón 2000, pasos a desnivel, relleno sanitario, túneles, autopistas, orden, limpieza y autoestima. Con el alcalde Jaime Nebot Saadi la estabilidad municipal lleva 14 años. Modernidad, disciplina y belleza. Mercados limpios y organizados. Legalización de predios y viviendas. Autonomías del Registro civil, bomberos, perimetral. Libros, salud, maternidad, guarderías, gratuitos. Educación, cultura, arte, orgullo y amor propio. Parques, soportales, veredas y zaguanes hermosos. Regeneración urbana y recuperación de los cerros Santa Ana y El Carmen. Nuevas vías, metrovía, autopistas. Malecón del salado, terminal terrestre y el más hermoso, funcional y sofisticado aeropuerto en homenaje al “Padre de la Patria”.
Es la única ciudad del mundo con dos malecones fantásticos, que rescatan el río y el estero. Aunque, como dice Nebot, “lo mejor está por venir”.
Por sus obras y gobernabilidad ejemplar, los dos alcaldes merecen el bien y gratitud de la Patria chica. Sin embargo, sus habitantes, olvidados por muchos gobiernos centrales, aún no tenemos seguridad, respeto a la vida, al honor ni a la propiedad.
- 23 de julio, 2015
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