Argentina: Sensación de tsunami
Por Roberto Cachanosky
La Nación
¿Hasta cuándo aguanta? Esta es la típica pregunta que en todo tipo de reuniones me formulan, y estoy seguro que a muchos de mis colegas economistas les debe ocurrir lo mismo. Si bien por cuestiones estadísticas y pases mágicos los indicadores económicos parecen mostrar una economía imparable en su crecimiento, muchos tienen la sensación de que a pesar del día soleado y apacible, hay un tsunami económico que se está gestando en algún lugar y que puede tomarnos por sorpresa.
¿Por qué esa sensación de incertidumbre en la gente si el PBI crece, la producción industrial aumenta, la desocupación disminuye, el gobierno tiene superávit fiscal y los precios al consumidor se ubican en niveles que son del paladar del Gobierno como puede verse en el gráfico? Mi impresión es que la gente percibe que esta historia de tener precios baratos internos totalmente desligados de lo que ocurre en los mercados internacionales es un artificio que hemos vivido infinidad de veces y siempre terminó mal. De la misma forma que la gente sabe que los controles de precios inevitablemente conducen, más tarde o más temprano, a aguas turbulentas. La gente presiente el tsunami, sin saber muy bien por qué lo espera. Dicho de otra manera, la gente no quiere perderse el día de playa, pero está tirada en la arena sintiendo inquietud a la espera de la ola gigante. Y nadie quiere ser barrido por la ola. ¿Se justifica esta inquietud en la gente o quedó impresionada por el tsunami anterior y hoy tiene temores infundados?
El primer dato por tener en cuenta es que la gente percibe que es tan grande el objetivo de concentración de poder que persigue el Gobierno que sabe que, en la búsqueda de ese objetivo, no hay límites que Kirchner no esté dispuesto a superar. Dicho en otras palabras, todos sabemos que el proyecto hegemónico es tal que todas las variables económicas tienen que subordinarse al proyecto político en marcha. Si para que la imagen presidencial no se vea afectada por la tasa de inflación hay que prohibir las exportaciones de carne y de trigo, se prohíben esas exportaciones.
Si para que el IPC responda a las necesidades políticas del matrimonio Kirchner hay que ponerle retenciones a las exportaciones de lácteos, aunque el sector pierda plata, se ponen las retenciones. Si para darle a la gente la sensación de estabilidad en los precios se reparten subsidios a diestra y siniestra entre diferentes sectores para que no suban los precios, se reparten subsidios. Si para que la gente tenga la impresión de que los servicios públicos son baratos nos tenemos que consumir el stock de capital o ponerle impuestos a las exportaciones de gas a Chile, nos consumimos el stock de capital y le ponemos impuestos a las exportaciones de gas a Chile.
Todos sabemos que la cuenta de luz, gas, agua, teléfono, etc., son tan ridículamente baratas que va a llegar un día en que esa ridiculez va a desaparecer por insostenible. Por lo tanto, sin ser economista, mucha gente se da cuenta que la estructura de precios relativos está brutalmente distorsionada y que, encima, vamos en camino de distorsionarla cada vez más con medidas tan toscas, tan intelectualmente primitivas, que al final el resultado no puede ser positivo.
Se presenta, entonces, un escenario de incertidumbre sobre el futuro que paraliza toda posibilidad de crecimiento sostenido por falta de inversiones. Y el problema es doble en este sentido. Por un lado quien tiene que tomar decisiones de inversión ve que la actual estructura de precios relativos está tan distorsionada, que cualquier proyecto de inversión puede transformarse en la ruina en el momento en que la actual estructura sea insostenible, ya sea por corrección de precios o por falta de bienes y servicios a estos precios distorsionados.
Para el común de los mortales se presenta un dilema que es lo que los economistas denominamos imposibilidad de realizar cálculo económico. Y la imposibilidad de hacer cálculo económico de largo plazo se presenta cuando uno percibe que los precios vigentes son artificiales e insostenibles. Por lo tanto es muy difícil, sino imposible, formular un proyecto de inversión con flujos de ingresos y egresos en este contexto. Dicho de otra manera, los precios no se mueven de acuerdo a las variables endógenas a la economía sino que se mueven de acuerdo al proyecto político vigente. Los precios son función de un proyecto político y no de las valoraciones del mercado.
Acumulación de poder
El otro problema se relaciona con la sensación que sobre los derechos de propiedad tiene la gente en este contexto de proyecto hegemónico. Si el objetivo principal pasa por acumular poder como sea, reclamando superpoderes en el manejo del presupuesto y exigiendo poder gobernar por medio de decretos de necesidad y urgencia, quiere decir que el patrimonio de los argentinos está subordinado a lo que decida hoy Néstor Kirchner o mañana Juan Pérez.
Los países hoy llamados desarrollados no crecieron en base a modelos autocráticos de gobierno, sino que los grandes procesos de crecimiento se dieron a partir de la limitación del poder de los gobernantes. La diferencia entre el ingreso per cápita de EE.UU., España o Irlanda y América latina en general no está dada por la dotación de los recursos naturales, sino que está en la calidad de sus instituciones políticas.
En los primeros sus habitantes saben que los gobernantes están subordinados a la ley y que sus patrimonios están resguardados del poder político gracias a la existencia de pesos y contrapesos que protegen la propiedad de las arbitrariedad del Estado. Por eso invierten y tienen una alta productividad por trabajador.
En cambio el caudillismo populista latinoamericano hace que esos pesos y contrapesos no existan y, en consecuencia, hundir inversiones en esos países es muy riesgoso dado que tanto el stock de capital como los flujos que generan esos stocks están siempre sometidos a las necesidades políticas del caudillo populista de turno.
Sabemos que la fuente de prosperidad económica está en la calidad de las instituciones que limita a los gobiernos. Y los países que no conocen de esos límites se retrotraen a la edad media.
La delgada línea
La línea que separa el desarrollo de la decadencia es muy clara: gobiernos subordinados a la ley. Gobiernos autocráticos son sinónimo de decadencia. Gobiernos subordinados a la ley son sinónimo de desarrollo.
¿Por qué, entonces, esa sensación de tsunami en la gente? Porque la gente percibe que la economía ha quedado subordinada a un proyecto político hegemónico y que ese proyecto requiere de todo tipo de distorsiones económicas, distorsiones que, en algún momento, sorprenderá a más de uno como una ola gigante.
El autor es economista.
- 23 de junio, 2013
- 22 de julio, 2025
- 28 de julio, 2025
- 10 de marzo, 2025
Artículo de blog relacionados
“Hay hombres cuya conducta es una mentira continua” – Barón de Holbach No...
13 de octubre, 2009El Libero Finlandia se ha transformado, debido al éxito de su escuela, en...
4 de noviembre, 2014- 10 de noviembre, 2023
El Mundo.es En sendos foros televisados, Barack Obama y Mitt Romney trataron la...
26 de septiembre, 2012