Socialismo liberal
Por Fernando Fernández
ABC
No se qué atractivo especial tendrá el liberalismo, pero tiene tantos pretendientes como escasos votantes. Hasta sus enemigos no se atreven a condenarlo sin anteponerle el prefijo neo. Esta semana ha sido el asesor económico del presidente quien reivindicaba para los socialistas la herencia de esa noble tradición. A este paso con los liberales va a pasar como con los falangistas, que cabiendo en un taxi se pasaban el día creando grupos auténticos y reconstituidos. Es verdad que el Gobierno tenía en su programa electoral el objetivo de reducir el intervencionismo económico. Pero aplicando el concepto de preferencia revelada llegamos a la inevitable conclusión de que su gestión lo ha aumentado significativamente, al menos en cinco áreas concretas. En primer lugar no ha resistido la tentación de diseñar el mapa empresarial del país para conformarlo a sus intereses políticos, sacrificando cuando ha sido menester los intereses de accionistas y consumidores y la imagen de España en el mundo y en concreto en Bruselas. Tampoco se ha caracterizado por nombramientos de personalidades independientes al frente de los organismos reguladores, sino que ha impuesto como principio el carné de partido. Las reformas fiscal y laboral, además de manifiestamente insuficientes, no han simplificado la vida de contribuyentes y empleadores sino que han creado multitud de efectos cruzados perversos, primando determinados usos de recursos frente a otros y repartiendo subvenciones y deducciones por grupos sociales y colectivos específicos en función de criterios respetables pero discrecionales.
Por no hablar de la ley de igualdad, que consagra una discriminación positiva, tan real como deseable para algunos pero en ningún caso liberal. La calidad y complejidad de la regulación ha empeorado notablemente con la España plural como han subrayado todos los observadores internacionales, lo que no solo aumenta los costes de hacer negocios en España, ver el último informe de alguien tan poco sospechoso como La Caixa, sino la desprotección frente a la arbitrariedad de los poderes públicos. Claro que siempre puede argumentarse que mire usted qué liberales somos que hasta las cifras del PIB no las da ya esa caduca institución franquista que era el Instituto Nacional de Estadística sino que son objeto de subasta autonómica.
Permíteme querido secretario de Estado que termine este pequeño compendio de intervencionismo real que no soñado con una metáfora que espero aún compartas. Qué bonito hubiera sido que en la toma de posesión del gobernador del Banco de España no hubieran estado presentes ni el vicepresidente económico, quien además presidió y cerró el acto, ni los presidentes de los grandes bancos. Y no por falta de respeto sino precisamente por todo lo contrario, porque nadie necesita presumir de autonomía ni congraciarse con el poder. Las formas son importantes en política y más si se trata de hacer liberalismo.
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