Travesuras de un escritor en plenitud
Por Uva de Aragón
Diario Las Americas
En el 2006, Mario Vargas Llosa ha cumplido 70 años y nos ha regalado “Travesuras de la niña mala”, novela que si mi cuenta no me engaña, completa la docena de títulos de ese género.
Se trata, a mi juicio, de una obra de madurez. Sin duda Vargas Llosa hace años ha estado en total dominio del género narrativo pero uno sospecha que “Travesuras…” esta construida sobre las bases de infinidad de vivencias propias, filtradas, naturalmente, por ese “valor añadido”, – término del propio autor peruano – que lo convierte en ficción.
La estructura es simple. El personaje principal, Ricardo, nos cuenta la historia de su vida y de sus amores con la “niña mala”, en primera persona, en una narración lineal,
en orden cronológico, menos en una ocasión, casi el final, en que hay un salto de unos tres años, que apenas unas páginas después, el narrador-personaje, explica.
Aunque el título lleva el nombre de la niña mala, el protagonista central es el “niño bueno”. Ricardo es un peruano que siempre ha soñado vivir en París y lo logra a través del estudio de idiomas y la carrera de intérprete y traductor. Es un hombre serio, inteligente, amante del cine, el teatro, la música, los libros, siempre atento a la realidad de su Perú natal, pero cuidándose como gato bocarriba de incómodas nostalgias. Es sensato y responsable, menos para una cosa: su incurable amor, que comienza en la adolescencia, por la “niña mala”, una mujer exotérica y mentirosa, que desea a toda costa alcanzar la riqueza, y que aparece y reaparece en su vida, como quien busca un puerto seguro entre aventuras. El amor de Ricardo por esta mujer de más caras que Eva, es tan constante como el de Florentino Ariza por Fermina Daza, pero contrario al personaje de García Márquez, no hace por su amada hazañas increíbles, sino mucho más mundanas: hipotecar su piso para pagar las cuentas médicas de la niña mala, cuidarla en sus enfermedades pese al temor de que una vez saludable lo abandonará de nuevo, perdonarle todas sus travesuras y acogerla en sus brazos y su vida cada vez que lo llama o se le aparece de improviso.
El hilo narrativo central de “Travesuras…” es esta historia de amor, que significa la única locura de un hombre totalmente sensato, y el asidero a la realidad, a la cordura, de una mujer patológicamente adicta a la búsqueda de la riqueza.
Hay otras protagonistas en cuya recreación podemos adivinar las vivencias del autor: las diversas ciudades en que vive y a las que viaja Ricardo por motivos de su carrera de intérprete. Sobresalen las descripciones de Miraflores, París, Londres y Madrid, lugares donde, al igual que Vargas Llosa, Ricardo reside. El autor no usa brochazos impresionistas ni traza postales turísticas. Con Ricardo vivimos en Miraflores en ese verano mágico de la pubertad en que el mundo cambia para siempre. Junto a él caminamos por barrios y callecitas de París, nos sentamos en sus cafés, cenamos en restoranes de diversas categorías, hasta probamos manjares exquisitos y platos sencillos. Nos transporta al Londres de los Beattles, Carnaby Street, la minifalda, las drogas y el rechazo a la burguesía de a mediado de los años sesenta. Conocemos con Ricardo el madrileño barrio de Lavapiés donde ahora “la geografía humana del planeta parecía representada en un puñado de manzanas”. Ricardo nos hace viajar en ómnibus que brillan de limpio y en el aerodinámico metro de Tokio. Y así.
Hay también inolvidables personajes secundarios, que se presentan en historias intercaladas, técnica narrativa que nos viene desde El Quijote. Las semblanzas del revolucionario e idealista Paul; el pintor Juan, salvado de la indigencia por la amistad de la anciana Mrs. Stubard; Salomón Toledano, apodado el Trujimán, conocedor de doce idiomas y coleccionista de soldaditos de plomo; Arquímedes, mágico experto sobre lugar preciso para construir un rompeolas, y Marcella, la italiana decoradora de teatro, con quien Ricardo convive un par de años, son joyitas adicionales. Quizás, sin embargo, no haya personajes más entrañables que la familia Gravoski – Simón, Elena y Yilal, su hijo adoptivo vietnamita, – que se convierten como en familia de Ricardo, “el niño bueno”.
“Travesuras de la niña mala” es en apariencia una novela sencilla, porque está hilvanada con esa “difícil facilidad” de quien tiene oficio, además de imaginación y vivencias. Mario Vargas Llosa nos ha hecho un inolvidable regalo al cumplir 70 años en su plenitud como escritor.
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