La mentira
Por Alvaro Partidas
CEDICE
Qué fácil resulta reconfortarnos con lo que leemos a vuelo rasante en algún titular de prensa o vemos de manera fugaz en la televisión. En este caos político que nos abruma, buscamos aferrarnos a cualquier cosa, así sea una gran mentira, para poder dormir tranquilos y olvidarnos del compromiso que tenemos como individuos.
Cuando se habla de la economía informal, sector en el que vive más de la mitad de nuestra población, observamos que la gente común y muchos opinadores de oficio, reducen el problema a los mismos lugares comunes que mantienen la mentira viva. Selecciono tres de las frases (mentiras todas) que con más frecuencia se repiten sobre las bondades de estar en la calle como buhonero o sobre cualquier persona que esté en el sector informal, amén de que trabaje escondida como costurera en una pequeña fábrica secreta.
Los Informales son sus propios jefes y trabajan cuando les da la gana. Este mito se basa más en las declaraciones que la gente oye de los mismos informales, que en la cruda realidad. Si observamos los datos reales, comprobamos que 70% de estos trabajadores son empleados y no dueños de sus puestos callejeros, sin contar a jornaleros, empleados de fábricas no legales, peones de granjas, etc. Y además laboran un promedio de 12 a 14 horas diarias entre seis y siete días a la semana. Es decir trabajan cuando les da la gana, y cuando no les da la gana también. Que un día pueden no abrir el negocio, es verdad, pero ese día si no lo abren no comen.
Los informales ganan más que los trabajadores formales. Esta es otra frase que dicha a la ligera parece verdad, siempre viene con la típica anécdota caraqueña,-yo conozco a un buhonero que gana 6 millones de bolívares al mes- puede ser que en algunos casos muy particulares eso sea cierto, pero en la mayoría de las veces esto es mentira. Los empleados en el comercio informal ganan menos del sueldo mínimo, sin ninguno de los beneficios que otorgan las leyes laborales del país. De igual manera está la imposibilidad de acceder a algún crédito formal que les permita tener mayores posibilidades de inversión o de mejoras socioeconómicas. Sería curioso acercarse a estos comerciantes y preguntarles donde viven, si tienen vehículo propio, si tienen cuenta bancaria, donde pasaron sus últimas vacaciones, etc.
Los trabajadores informales están ahí porque les provoca. Si consideramos las primeras dos frases verdaderas, esta última sería una consecuencia de las otras. Pero en un país donde cada día se ataca más a la empresa privada, al punto que es más común oír sobre el cierre de un negocio que sobre la apertura de un emprendimiento, donde una beca asistencial se considera como empleo público, donde la mayoría de las cooperativas son el disfraz de un proceso perverso diseñado para eludir el pago de salarios y beneficios legales, donde la generación de empleos es vista como un arma del imperialismo, es increíble pensar que más de la mitad de las personas decidan lanzarse a la total incertidumbre de la informalidad solo por mero gusto.
Así, pues, las mentiras (estas y otras) nos van llevando poco a poco a un abismo y cuando estemos en el borde del precipicio, no digamos como en el poema de Niemöller “…cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”
Publicado Diario El Universal 10/07/06
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