El capitalismo según Zapatero
Por M. Martín Ferrand
ABC
CUANDO André Breton redactó su Manifeste du Surréalisme no podía imaginar que, menos de un siglo después, gobernaría en España un hombre capaz de llevar la contradicción, la esencia de su movimiento, a donde nunca sospecharon Picasso o Klee. Del mismo modo que, en su esencia, los pintores y los escritores surrealistas no buscaban el arte, sino la exploración de las posibilidades creadoras del espíritu, Zapatero y su grupo de cerebros no pretenden, o no parecen pretender, el bienestar y el orden de la Nación. Breton predicaba la superrealidad y, sensu contrario, Zapatero navega en la dirección del infraestado. Nada de hacer política, sencillamente ocupar el poder. En las últimas horas, casi en paralelo, el zapaterismo ha puesto la guinda de su sabiduría en dos problemas bien distintos, el disparatado conflicto provocado por los pilotos de Iberia y la enfermedad que se ensaña con RTVE, un pozo sin fondo y, peor todavía, sin fundamento.
Lo de Iberia clama al cielo. No por las demandas desproporcionadas de su sindicato de pilotos, que cada cual llora con sus propias lágrimas; sino por la intervención gubernamental directa en un problema propio de una empresa privada. Así, en alarde surrealista, como si se tratara de un poema de Èluard, la ministra de Fomento -¡Mercurio la proteja!- ha roto los supuestos básicos de la economía capitalista y le ha garantizado a los empleados de una compañía de cotización bursátil lo que no podrían garantizarles sus empleadores. El disparate traerá cola y veremos sus efectos no sólo en los restantes colectivos de la compañía aérea, sino en todos los conflictos que han de venir como consecuencia de la dinámica que le da fundamento a la economía competitiva. Que el árbitro meta un gol a favor de uno de los equipos en liza es, como manda Breton, prescindir de los controles de la razón. Magdalena Álvarez ha querido pintar un paisaje bucólico y le han salido «Las tentaciones de San Antonio», las de Dalí.
Peor aún es la «solución» dada al problema de RTVE. Quién habría de decirle a sus fundadores, en el madrileño paseo de La Habana, que su obra, más cercana a la física recreativa que a la comunicación propiamente dicha, terminaría siendo, primero, un «Ente» y, a partir de ahora, una «Corporación». La SEPI, cuyo talento gestor nunca ha sido probado, tomó el problema en sus manos hace un quinquenio y, en sus días, ha crecido. Ahora, como los europeos colonizadores del XIX, quieren arreglar el caos audiovisual público con una escuadra y un cartabón. Les puede salir África. Determinar el número de trabajadores y el límite de su edad antes de definir los objetivos de la empresa y su estrategia operativa es mucho más surrealista que un cuadro de Miró; pero, ¿en qué museo se puede colgar esa chapuza que, sin atender el informe de los «sabios» requeridos por Zapatero, pretende conseguir el círculo cuadrado?
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