Brasil: ¿elección sin sorpresas?
Por Valentina Álvarez
BBC Mundo
Brasilia – Arranca la campaña presidencial en Brasil y, a pesar de los recientes escándalos de corrupción, el actual presidente Luis Inacio Lula da Silva es favorito para ser reelegido.
«Sé que su gobierno no ha sido lo que esperábamos, y que su gente es tan corrupta como aquellos a los que criticaba cuando era candidato, pero votaré por él porque los negocios están bien y no quiero arriesgarme a un cambio», admite Flavio, de 37 años el ejecutivo de una importante empresa de comunicaciones con sede en Río de Janeiro.
Como Flavio, son muchos los brasileños que aceptan estar desencantados con Lula da Silva, pero no pretenden cambiar su voto para las elecciones que se realizarán el próximo mes de octubre.
«Sí, hay robadera en el gobierno, pero eso no quiere decir que Lula roba; además, mi familia está mejor desde que Lula ganó las elecciones», defiende Manuel, un conductor de autobuses de 41 años que vive en la periferia de Brasilia.
Lula da Silva, un antiguo operario metalúrgico, mantiene niveles de popularidad superiores al 50%, mientras su más cercano competidor, el socialdemócrata Geraldo Alckmim, no supera el 30%.
Alckmim apuesta a que, en poco menos de cuatro meses, remontará la cuesta que lo separa del presidente-candidato.
Comienza la campaña
El panorama podría cambiar a partir de este jueves, cuando comienza oficialmente la campaña electoral para presidente y gobernadores.
Contra Lula compiten, además de Alckmim, dos ex integrantes del Partido de los Trabajadores: los senadores Heloísa Elena, expulsada del PT por criticar la gestión de Lula, y Cristovam Buarque, quien fuera gobernador de Brasilia y ministro de Educación durante los primeros meses del actual gobierno. Ninguno alcanza ni el 10% de intención de voto hasta la fecha.
Mientras los motores de la campaña se calientan -y empiezan los ataques frontales contra el presidente-candidato-, el oficialismo confía en una cómoda victoria.
Según los analistas políticos, la ventaja de Lula está en su empatía con los electores más pobres y la diseminación de subsidios como el «bolsa familia», que reparte unos 45 dólares por mes a familias de escasos recursos.
El programa -creado durante el gobierno del socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, antecesor de Lula- ya beneficia a más de 11 millones de brasileños, y le costará al Estado unos cuatro mil millones de dólares este año.
Economía y corrupción
Con Lula, la economía brasileña ha tenido en los dos últimos años niveles de crecimiento moderados, empleo en aumento, con el consumo a buen ritmo y la inflación bajo control.
Paradójicamente, el gobierno del PT convalida las tasas de interés reales más altas del mundo, que han favorecido ganancias sin precedentes al sector financiero.
En sus años de opositor, Lula pregonaba el no pago de la deuda externa y restricciones al capital financiero.
Según sus critiocos, el gobierno del ex sindicalista de izquierda hizo pocos esfuerzos para castigar a los jerarcas de su partido acusados de financiar las campañas oficialistas con dinero desviado de empresas públicas, como se denunció e investigó a partir de 2004.
Lula asegura que ningún gobierno brasileño combatió tanto la corrupción como el suyo. Si es cierto o no, poco importa: la mitad de los brasileños le cree, según las encuestas.
«Sería tan fácil gobernar si tuviéramos que cuidar sólo de los pobres. Los pobres no dan trabajo», dijo el presidente la semana pasada durante un acto público en el estado de Minas Gerais. Poco después completó su reflexión en voz alta; «el pobre quiere apenas un poco de pan, mientras los ricos, cuando se me acercan, quieren un billón. Hacer política para los pobres es algo muy placentero», completó.
«El gobierno de Lula da Silva optó por la combinación de una política económica de fuerte rigor fiscal y monetario, con válvulas de descompresión en programas sociales y de crédito popular. Ese arreglo explica buena parte de la convocatoria que Lula tiene en las encuestas sobre la sucesión presidencial», asegura el analista y columnista Kennedy Alencar.
Por lo pronto, ya Lula declaró ante las autoridades electorales que su patrimonio personal se duplicó desde que es presidente, aunque se prepara para una campaña más austera que la que lo eligió.
Tras el escándalo de la financiación ilegal se modificaron las leyes para exigir campañas más fiscalizadas y con mejores auditorías. «Como máximo gastaremos 89 millones de reales (menos de 40 millones de dólares) en la campaña», aclaró el presidente del oficialista PT, Ricardo Berzoini, para acallar suspicacias.
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