Nuevo puerto de entrada para los indocumentados cubanos
Un islote llamado Mona, en Puerto Rico, sustituye a Florida como punto de desembarco a Estados Unidos
ISLA DE LA MONA, Puerto Rico (AP).— En su afán por entrar a Estados Unidos por la puerta trasera, veintenas de cubanos desafían un mar borrascoso para llegar a este islote perteneciente a Puerto Rico.
Eludiendo el estrecho de Florida fuertemente patrullado, cada vez llegan más cubanos a Estados Unidos volando primero a República Dominicana y navegando después unos 65 kilómetros en bote hasta la Isla de la Mona.
En el año fiscal 2001, apenas cinco cubanos llegaron a Mona pero en los últimos nueve meses han llegado 579, dijo Jorge Díaz, de la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) .
Según la política vigente, los cubanos que llegan a suelo estadounidense pueden quedarse, mientras que los que son interceptados en el mar son repatriados. La Isla de la Mona, una reserva natural puertorriqueña habitada por unos pocos guardas forestales e innumerables iguanas, es tan parte de Estados Unidos como el resto de Puerto Rico y como Miami.
En una mañana reciente, agentes de Protección de Aduanas y Fronteras, acompañados de un reportero y un fotógrafo de la Associated Press, navegaron 70 kilómetros desde la isla de Puerto Rico hasta Mona para recoger dos grupos de cubanos. Llegando desde el este, en medio de delfines saltarines, la isla de 17 kilómetros cuadrados parece impenetrable por sus acantilados de tonalidad sulfurosa. Pero en el oeste, de cara a República Dominicana, una playa de arena blanca equivale a toda una invitación.
Ocho cubanos estaban sentados alrededor de una mesa bajo una palmera, después de pasarse 12 horas en la lancha de un contrabandista humano. Luego de llegar a medianoche, pasaron el resto de la madrugada sobre colchones que les suministraron agentes forestales. Dijeron que temieron ahogarse o ser atrapados por las autoridades.
«Oramos durante 12 horas, en voz alta o en silencio, pero oramos», dijo Richard Echevarría, vestido con una camiseta verde saturada de sudor y sal.
Los cubanos dijeron que viajaron a Dominicana en vuelos comerciales. Aun eso les costó paciencia y suerte. Para que los dejen salir de Cuba, los cubanos deben conseguir una visa del país que van a visitar, además de una carta de invitación de un ciudadano de ese país. Luego deben buscar una visa de salida del gobierno cubano, que a veces se la niega. El proceso puede demorar meses.
Los cubanos —que no podían viajar de Dominicana a Estados Unidos sin visa estadounidense— pagaron cada uno entre 1,200 y 2,000 dólares para que los llevasen por mar a la Mona. Eso significa por lo menos un total de 12 mil dólares por embarcación. Los contrabandistas dominicanos están haciendo pingües ganancias en esta actividad y pocos son llevados a la justicia.
«Si te oyen hablar con acento cubano en Santo Domingo, alguien se te va a acercar y ofrecerse a arreglarte el viaje», dijo Jorge Bueno, uno de los recién llegados. Otro cubano dijo que no había salido del aeropuerto en la capital dominicana cuando alguien se le acercó con una oferta.
«Es muy lucrativo. Es mejor que traficar drogas», comentó Bueno mientras lucía un chaleco salvavidas naranja y se ubicaba en la parte trasera de la lancha de Aduanas.
Pocos inmigrantes de otras nacionalidades que desafían estos mares recalan en la Mona, que está a mitad de camino entre República Dominicana y Puerto Rico, porque saben que los enviarán de regreso. En cambio, intentan llegar a las costas occidentales de Puerto Rico. Unos 600 han sido arrestados desde octubre, en su mayoría dominicanos, dijo Díaz.
El viaje en las yolas —embarcaciones ligeras— es azaroso y muchos han muerto en el Pasaje de la Mona de 130 kilómetros entre la Dominicana y Puerto Rico, donde el Atlántico choca con el Mar Caribe y suele ser tormentoso. En noviembre, un juez federal en Puerto Rico sentenció a cinco dominicanos a prisión de 10 a 17 años. Fueron capturados después que su yola naufragó con 93 dominicanos a bordo. Al menos siete de ellos se ahogaron. Fue uno de los escasos fracasos de los contrabandistas.
Unos 80 sospechosos fueron arrestados en la República Dominicana en los primeros tres meses de este año pero casi todos fueron puestos en libertad por falta de pruebas, dijo el almirante Delfín Bautista, comandante de una unidad naval dominicana que busca las yolas. Los inmigrantes que esperan volver a hacer el viaje se niegan a prestar testimonio por temor a ser rechazados luego por los contrabandistas. Bautista dijo que éstos son tratados como héroes a nivel local. Cuando un escampavías de la Guardia Costera intercepta una yola, el piloto simula ser uno de los inmigrantes, dijo el suboficial Howard Sánchez, del escampavías Matinicus. «No se puede distinguir cuál es el contrabandista, y ninguno de los inmigrantes lo delatará», agregó. Después de hacer subir a bordo a los inmigrantes, la Guardia Costera incendia la yola o la hunde a tiros de ametralladora. Mientras la nave de Aduanas regresaba a Puerto Rico, bailaba al vaivén de olas de tres metros que empapaban a los 17 cubanos a bordo. Uno de ellos vomitó. «Imagínese estar allí en una de esas yolas», gritó el agente Art Morrell para hacerse oír en medio del rugido del motor. Tres horas después la nave atracaba en Boquerón, en el sudoeste de Puerto Rico. Carlos Alvarez, un carnicero de Higuey, Cuba, se peinaba. Fue el primero en bajar a tierra. No hubo ceremonia ni celebración. Los inmigrantes exhaustos dijeron que sólo querían llegar a Estados Unidos continental, principalmente a Florida, donde les aguardaban familiares. Los que llegan sin dinero reciben ayuda de un grupo de mujeres en San Juan que salieron de Cuba hace décadas y que se dedican a ayudar a sus compatriotas recién llegados. Les proporcionan ropa, los ubican en un hotel de San Juan y ayudan a pagar su viaje a Estados Unidos. Los inmigrantes fueron encerrados en camionetas de Aduanas y conducidos a un centro de procesamiento en lo que fue una base de la Fuerza Aérea estadounidense.
Los agentes pueden detectar el acento cubano, pero por lo general no toman contacto con las autoridades cubanas para verificar si los inmigrantes son realmente cubanos o si tienen antecedentes delictivos. Los recién llegados estuvieron entre los afortunados. El capitán James Tunstall, comandante de las operaciones de la Guardia Costera en el este del Caribe, dice que el tráfico debería contenerse antes de que desemboque en «un hecho catastrófico… cuando una yola recargada se interne con hombres, mujeres y niños a un mar que puede encresparse mucho con mucha rapidez». Alvarez, el carnicero, dijo que había planeado traer a su esposa y su hija. Pero después de experimentar lo peligroso que era el trayecto, manifestó dudas. «No quisiera que pasen por esto», dijo.
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