Estrecho resultado electoral, una prueba de fuego para la democracia mexicana
Por David Luhnow, José de Córdoba y John Lyons
The Wall Street Journal
CIUDAD DE MÉXICO — La democracia de México enfrenta una prueba de fuego tras las muy disputadas elecciones del domingo entre el candidato conservador Felipe Calderón y su opositor izquierdista Andrés Manuel López Obrador. Pero Calderón ha expresado confianza en el resultado final: "No tengo ninguna duda. Seré el presidente de México", dijo en su primera entrevista con la prensa extranjera desde la elección.
Calderón, un graduado de la Universidad de Harvard de 43 años, lideraba con el 36,4% de las preferencias contra el 35,3% de López Obrador, una ventaja de apenas 380.000 votos, según resultados preliminares del instituto electoral del país. Un tercero candidato, Roberto Madrazo, del Partido Revolucionario Institucional, captó 21,6% de los votos.
Los resultados son tan estrechos que el instituto electoral de México no ha certificado un vencedor y empezará hoy un recuento oficial, un proceso que podría demorar varios días aunque no se espera que cambie el desenlace. Pero López Obrador se ha rehusado a reconocer su derrota y promete emprender acciones legales si el recuento no lo favorece, lo que podría arrastrar la incertidumbre durante semanas o incluso meses. Un punto crucial es que López Obrador no ha amenazado con llevar sus protestas más allá del ámbito legal, llenando las calles con cientos de miles de sus partidarios, algo que sus críticos temían.
El resultado de las elecciones se está transformando en la versión mexicana de los disputados comicios de EE.UU. en 2000. La diferencia es que la democracia mexicana aún es frágil. Hasta los años 90, los presidentes mexicanos eran elegidos a través de un proceso conocido como "dedazo", en el que el líder saliente literalmente elegía a dedo a su sucesor. Fue sólo en el año 2000 que un partido opositor finalmente venció en una elección limpia y sin cuestionamientos.
Lo que ocurra en los próximos meses representará un momento determinante en el intento de México por convertirse en una sociedad moderna donde se respetan las instituciones independientes como los tribunales, el banco central y el instituto electoral. Los inversionistas extranjeros, quienes han inyectado miles de millones de dólares en los mercados financieros mexicanos, y gigantes corporativos con grandes operaciones en el país, como Wal-Mart Stores y Citigroup, seguirán el proceso muy de cerca.
Calderón ya se está comportando como un presidente electo. Ha prometido ser un presidente inclusivo, tratando de llegar a todos los mexicanos y formando un gobierno de coalición nacional. Calderón, quien fue un legislador del Partido de Acción Nacional, PAN, durante dos períodos y lideró su bancada en el Congreso, resaltó su experiencia legislativa y dijo que ésta será crucial para aprobar las reformas que el gobierno de Fox no logró.
"Voy a ser un presidente que juega a nivel de cancha, haciendo contacto personal con los legisladores", aseveró. Agregó que en el pasado, los presidentes mexicanos sólo se reunían con la legislatura una vez al año, durante el discurso anual sobre el estado de la nación. Pero Calderón quiere una relación más cercana, prometiendo desayunar con un grupo distinto de legisladores casi a diario.
También prometió impulsar reformas que hagan al gobierno mexicano más receptivo y eficiente para los electores, mejoren la competitividad de la economía de México en el mercado global y vuelvan más eficiente al sistema judicial para combatir el crimen y aplicar justicia. "Conozco como negociar", dijo y agregó que buscará formar un gabinete de "técnicos con sensibilidad política y políticos con formación técnica".
Calderón y López Obrador representan las dos caras de México: Calderón, un hombre que hizo carrera en un partido de clase media que ha defendido la democracia y respetado las reglas de juego, apuesta a que las instituciones de la democracia mexicana han alcanzado una credibilidad que al final será respetada por el electorado, incluyendo a López Obrador y sus simpatizantes.
A López Obrador, un político astuto que construyó su carrera liderando movimientos masivos de protesta, le preocupa que las instituciones del gobierno estén manipuladas. Eso es entendible en un país con un largo historial de fraude electoral, y donde se cree que las elecciones presidenciales de 1988 le fueron robadas al hombre que fundó el Partido de la Revolución Democrática, al que pertenece López Obrador. Al propio López Obrador le robaron una elección estatal en 1994, un evento que lo catapultó a la prominencia nacional cuando se rehusó a aceptar la derrota y encabezó una protesta masiva a Ciudad de México.
Sin embargo, mientras que los simpatizantes de López Obrador tienen recuerdos de fraudes pasados, el México de 2006 es un lugar distinto al México de 1988 y 1994. Las elecciones ahora son percibidas ampliamente como unas de las más limpias del mundo en desarrollo. El instituto electoral es independiente y trabaja con un presupuesto de US$1.200 millones para desarrollar un sistema casi a prueba de toda falsificación, incluyendo tarjetas de identificación con fotos para los votantes. Las encuestas muestran que un 85% de los mexicanos respetan al instituto, una aprobación mayor que la de cualquier otra institución mexicana.
En cierta forma, el sistema electoral mexicano es más transparente que el de EE.UU., donde los funcionarios de los partidos políticos tienen un rol activo en los recuentos de votos. En México, su participación en los recuentos está prohibida. "Es imposible imaginar unas elecciones más transparentes", dijo Chris Sabatini, director de política del Consejo de las Américas, una organización con sede en Nueva York que tiene observadores en las elecciones y durante el conteo de votos del Instituto Federal Electoral (IFE).
La gran mayoría de los mexicanos espera que la actual situación sea resuelta sin violencia y que Calderón asuma la presidencia el primero de diciembre, como está programado. Los mercados parecen anticipar algo parecido. El peso y la bolsa se dispararon tras las elecciones. "La visión del mercado, la cual comparto, es que el margen de victoria es demasiado grande para ser impugnado", dice Damian Fraser, responsable de estrategia bursátil para UBS Warburg, en Ciudad de México.
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