Lecciones de lo que sí funciona
(Guayaquil)
Irlanda, Estonia y Nueva Zelanda, tres países pequeños, pero grandes ejemplos del movimiento que imprimen las reformas profundas para liberalizar el manejo de las economías, aplicadas por gobiernos, cuya filiación ideológica parece haber perdido importancia.
Las tres naciones constituyen modelos económicos a considerar en Latinoamérica, en general, y Ecuador en particular.
En Irlanda, que era catalogada como una de las naciones más pobres de Europa, el ingreso bruto por habitante en 1980 promediaba 5.060 dólares; en 2004, ese valor se ha más que sextuplicado a 34.310 dólares. Ahora, la isla localizada hacia la costa oeste del Reino Unido, es considerada mas bien un ejemplo para la Europa de la vieja guardia.
Nueva Zelanda, una isla al sureste de Australia, con una extensión territorial de 270.530 kilómetros, casi similar a la de Ecuador, exportaba 6.503 millones de dólares en 1980; en 2004, las ventas externas le significaron ingresos de 28.400 millones de dólares. El logro llegó de la mano del Partido Laborista, que la transformó en una de las economías menos reguladas del mundo.
Estonia, que integraba la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta 1991 y por ende estaba alineada a un sistema de planificación central, tenía un crecimiento económico de 4,5% en 1995; en 2000 duplicó esa tasa a 8%, tendencia que mantuvo hasta 2004. Hoy es una de las naciones más libres del globo, y se ubica en el puesto siete del Índice de Libertad Económica, de la Fundación Heritage.
Tres países pequeños, pero grandes ejemplos del movimiento que imprimen, en diferentes partes del planeta, las reformas profundas para liberalizar el manejo de las economías, aplicadas por gobiernos, cuya filiación ideológica parece haber perdido importancia.
La corriente, que no es nueva, pues data de hace más de dos décadas, también se presenta en otras naciones como Islandia, India, Vietnam…, interesadas a su vez, en mejorar las condiciones de vida y las oportunidades de sus habitantes, sumadas más recientemente a los modelos tradicionales de los Tigres Asiáticos y Chile.
En el otro extremo del globo, en Ecuador, fuertes barreras impiden que la corriente mueva las aguas estacadas. Ello pese a la aplastante realidad: el ingreso promedio por habitante ha oscilado apenas entre 1.336 dólares y 1.535 dólares, entre 1994 y 2005; las exportaciones se han expandido, en los últimos tres años, fundamentalmente como consecuencia del incremento del precio internacional del petróleo, el PIB registra una tendencia errática, y el desempleo y subempleo, en conjunto, se extendieron en diez puntos porcentuales, de 49,81 a 59,65, de la Población Económicamente Activa (PEA), entre 2002 y 2006, a pesar de la persistencia de la migración. Ni que hablar de la Formación Bruta de Capital Fijo (inversión), cuya tasa de crecimiento se desaceleró de 6,62% a 5,05%, entre 1994 y 2005.
La economía ecuatoriana es considerada como mayormente controlada, en criterio de la Fundación Heritage, que la coloca en el puesto 107 de una escala total de 157 países.
A las frías cifras se adiciona el ambiente poco apropiado para los negocios y la iniciativa privada, como efecto directo de la inseguridad jurídica, el exceso de regulaciones e intervención estatal, la corrupción… Tal vez por ello Transparencia Internacional registra al país en el Índice de Percepción de la corrupción con un índice de 2,5, rango de tendencia a alta corrupción.
Por todos esos factores, Ecuador ofrece un panorama en continua desmejora, que cada día socava el libre emprendimiento de los individuos, y el bienestar social, a diferencia de lo que sucede en Irlanda, Nueva Zelanda, Islandia o Hong Kong.
¿Qué ocurrió en esos remotos países, poco conocidos para muchos, para registrar cambios radicales en sus indicadores socio económicos y la calidad de vida de sus ciudadanos?
De uno a otro lado, las políticas económicas aplicadas varían en intensidad, pero la parte conceptual replicada en los diferentes países está alineada con la disminución de la participación del Estado en la Economía, la desregulación, una política de comercio exterior orientada a las exportaciones, el abandono del proteccionismo y el fomento de la competencia por la apertura de mercados.
También el buen manejo fiscal, evitando el derroche y políticas fiscales expansionistas, la aplicación de políticas impositivas que no asfixien a las actividades productivas y el fortalecimiento de las instituciones públicas.
En Nueva Zelanda, por ejemplo, la liberación y desregulación de la economía se tradujo en la transparencia y eficiencia del gasto público. En unos casos la reestructuración, y en otro la privatización de las empresas estatales constriñó el papel del Estado en la economía. Paralelamente se flexibilizó el mercado laboral, lo que logró bajar el desempleo de 11% a 3,9%. También se eliminaron los controles de precios.
Estonia, por su parte, lidera la tendencia del e goverment, con lo cual ofrece transparencia en el manejo de los fondos públicos, la aplicación de las regulaciones de manera equitativa y la disminución de los trámites que debe realizar el sector privado. Así de 72 días que demoraba, hasta 2004, el tiempo requerido para iniciar un negocio, actualmente se requieren de dos a tres semanas. También ha dado muestras de proteger la propiedad privada.
Mientras tanto, en Irlanda, la estrategia fue aplicar una política de crecimiento sustentada en las exportaciones, desechando el proteccionismo que había estado vigente por décadas, a través de un proceso unilateral de reducción de los aranceles. La disminución del tamaño del Estado fue otra arista de su estrategia. Los cambios han sido mantenidos por la coalición de los partidos gobernantes Fianna Fail y los Demócratas Progresistas.
Las reformas no significan que éstas naciones hayan logrado una situación ideal. Todavía tienen retos que cumplir, unas veces en el área de salud, otras en educación, en materia de inversión o sector público, pero dan pasos gigantes para mejorar año tras año y evitar el estancamiento.
Frente a esos escenarios que ofrece el mundo, una nueva oportunidad tiene Ecuador. En octubre de 2006 serán las elecciones para elegir un nuevo presidente. Ojalá los ecuatorianos no vuelvan a desperdiciar la oportunidad del voto y elijan alguien con los conocimientos necesarios para saber hacia dónde quiere llevar al país, qué quiere lograr y en función de ello planifique y ejecute una agenda con rumbo a un desarrollo sostenido.
Si se elige bien, Ecuador no correrá con la misma suerte que ha tenido hasta ahora con cada gobierno, ni siga perdido en un mundo globalizado por la falta de competitividad.
La autora es Editora General de la Revista Industrias
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