México: las elecciones ya no incluyen la pasión
Por Oscar Raúl Cardoso
Clarin
Mientras la paciencia mexicana parece agotada frente al modelo económico, América latina mira con distancia los comicios del domingo.
Por qué la inminente elección presidencial en México parece despertar mucho menos interés y debate en la región que, digamos por ejemplo, los que generaron los relativamente recientes comicios en Bolivia? Es curioso, no sólo porque con su poderío nacional México parece eclipsar la importancia de Bolivia en América latina, sino porque las opciones políticas para ocupar el palacio presidencial en el Distrito Federal guardan —al menos en superficie— cierta similitud a las que compitieron por el Palacio Quemado en La Paz que, finalmente, fue a manos de Evo Morales.
En alguna medida uno de los candidatos, Manuel López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático (PRD), sugiere la posibilidad de un giro hacia el centroizquierda del espectro político, sobre todo cuando se lo compara con el candidato del actual oficialismo, Felipe Calderón del Partido Acción Nacional (PAN) y «caballo» del desangelado comisario, Vicente Fox, presidente que culmina su sexenio.
Está también en carrera el representante del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Roberto Madrazzo, pero los últimos sondeos realizados antes de la veda política dicen que los mexicanos aún no superaron la memoria de los 71 años en que el PRI hegemonizó el poder hasta el triunfo de Fox. Esas encuestas asignan, punto más o menos según la que se consulte, un 35% de intención voto a López Obrador y a Calderón, mientras que Madrazzo parece no poder superar un 26%.
Ni siquiera ese empate técnico entre las propuestas de los dos hombres que supuestamente encarnan los extremos del arco político ha logrado motivar demasiado a los que observan el desarrollo de las tendencias en la región. Hay una primera explicación para esto: todo indicio sugiere que en el imaginario de América latina, México es percibido más por su pertenencia geográfica al hemisferio norteamericano que por cualquier otro atributo.
En este contexto, la idea de que el futuro mexicano es más un problema para los intereses de Estados Unidos que para los de América latina se instala con comodidad. Las últimas tres presidencias —dos del PRI y la actual del PAN— que ejercieron Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Fox tuvieron en común, más allá de otras diferencias, el intento de apuntalar la idea de que la fortuna de México está asociada a Washington.
En esto los tres fueron exitosos; en especial Salinas de Gortari quien, antes de dejar su lugar en olor de corrupción y escándalo en 1994, amarró a comienzos de la década pasada a su país al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Si hubiera que identificar un solo hecho de los últimos 25 años por su importancia en el desarrollo histórico mexicano habría que elegir esa adhesión al TLC que, por sus efectos de largo plazo, hacen palidecer a otros como el triunfo de una fuerza opositora en el 2000 y, aun antes, la parodia de coreografía revolucionaria del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se sublevó en 1991. Este último intento se diluyó casi sin gloria, algo que seguramente hubiera frustrado y avergonzado a su inspirador, Emiliano Zapata.
El TLC tiene su correlato doméstico en la estructura de poder. Como señala con agudeza un antiguo cuadro del PRI, Miguel Bartlett, quien fuera ministro de Economía: «En este punto del tiempo, México es una plutocracia». El sayo le cabe a la perfección a la estructura del poder económico mexicano, país en que todo lo social está atenaceado entre el ordenamiento impuesto por Washington y la codicia ilimitada de un puñado de apellidos —símbolos de grandes grupos económicos— cuyo poder excede largamente el ámbito del mercado que exhiben posiciones monopólicas u oligopólicas en algunos segmentos de productos y servicios básicos (teléfonos, cemento, cerveza, harina y medios de comunicación). Azcárraga, dueños del grupo mediático Televisa (70% de la audiencia); Zambrano en Cemex (produce alrededor del 60% del cemento); Aramburuzabala en el Grupo Modelo (más del 60% en la venta de cerveza) son algunos de esos apellidos acostumbrados a vigilar el destino mexicano para torcerlo cuando no les gusta.
Quizá la identidad más notable en este club exclusivo es la de Carlos Slim, reputado como el octavo hombre más rico en el planeta, cuya fortuna está estimada en 30.000 millones de dólares. Su suerte proviene de una cuestionada privatización de la telefonía mexicana que dejó a Telmex —el grupo de Slim— con el 95 por ciento de la red fija de México como cliente.
En este pasado sexenio, Fox ha sido un consecuente amigo de estos intereses económicos concentrados, concediéndole beneficios de paraestatalismo (asignación de obras públicas), y algunas veces hasta rescató del infortunio con el dinero de los contribuyentes de una nación de 100 millones de habitantes. Es un dato relevante decir que, en medio de esta riqueza, México genera anualmente menos del 50% de los puestos de trabajo necesarios para mantener el ritmo de su crecimiento demográfico.
La magnitud del poder de Slim —que también controla el 45% de la capitalización bursátil— pudo apreciarse hace no muchos meses. Slim elaboró un documento pidiendo mejores finanzas públicas, más empleo y educación y otras obviedades del «deber ser» que ratificaron dóciles dos de los tres candidatos, Calderón y Madrazzo, y varios de los gobernadores estaduales. El texto no hacía mención alguna a una mejora en las reglas de competencia económica confirmando su carácter gatopardista.
López Obrador no lo suscribió porque demandó una cláusula contra una eventual privatización del gigante petrolero estatal PEMEX, una posibilidad cierta —dicen los analistas— si Calderón se impusiera el domingo. Por lo demás, el antiguo jefe de gobierno del Distrito Federal tiene una historia de colaborar en ese cargo con los intereses de Slim y Zambrano.
En este contexto —el cerrojo del TLC y de los grupos domésticos— hace que hasta la futura acción de López Obrador se vea limitada en cualquier prospectiva. Con todo, también es cierto que la paciencia mexicana parece tan agotada con el modelo económico como la del resto de las sociedades hispanoamericanas y esto también puede ser un condicionante para quien triunfe el domingo en aquel país.
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