México: elecciones cruciales
Por Enrique Krauze
El Comercio, Lima
Si México tuviera en este momento un candidato que representara una alternativa de izquierda moderna, liberal y democrática, una figura como Felipe González en España, Ricardo Lagos en Chile o Lula en Brasil, yo no dudaría en votar por él en las elecciones de mañana.
Desgraciadamente –y lo digo con auténtico pesar– Andrés Manuel López Obrador, el candidato del PRD –el partido de la izquierda– no tiene ese perfil. Por el contrario, a mi juicio López Obrador (el candidato que las encuestas dan por favorito) representa una izquierda autoritaria, dogmática y antiliberal, con un añadido perturbador: tiene lo que Jung llamó una «personalidad maná», es decir, es un líder carismático con inclinaciones mesiánicas.
Su discurso está teñido de referencias a la lucha de clases; su programa pretende volver a dar al Estado un papel preponderante como protagonista de la vida económica del país; rehusará toda inversión privada (nacional o extranjera) en el área de energéticos y ampliará súbitamente el gasto público. Todos estos elementos recuerdan una película que ya vimos y padecimos en los años setenta, la que protagonizaron dos presidentes populistas (Echeverría y López Portillo) desencadenando la quiebra financiera del país. Es verdad que los asesores económicos de López Obrador han insistido pública y privadamente que mantendrían intactas las buenas prácticas de la macroeconomía: bajos déficits, baja inflación. Pero esas afirmaciones no concuerdan con las declaraciones múltiples que a través de los años y en su campaña ha hecho López Obrador, en el sentido de «cambiar radicalmente el modelo económico neoliberal». Su insistente golpeteo a los empresarios (la iniciativa privada provee del 84% del empleo nacional) ha sembrado temor e incertidumbre sobre el rumbo del país. Admirador del modo en que el presidente argentino Kirchner ‘solucionó’ el problema de la deuda externa (repudiándola), López Obrador ha dicho también que revisará el tratado de libre comercio con EE.UU. y Canadá. En suma, su proyecto económico es, en el mejor de los casos, una desconcertante incógnita.
La fuerza específica de López Obrador, su arraigo entre vastos sectores del país, sobre todo en la zona sur y centro, la más pobre, radica en su innegable sensibilidad social. México, no hay que olvidarlo, tuvo una revolución social hace casi un siglo que, anticipándose a la soviética, puso en el centro de su ideario una crítica al liberalismo económico y una defensa de un igualitarismo social de raíz cristiana. El problema con el proyecto social de López Obrador no está –sobra decirlo– en su idea de proveer a la población más necesitada con todos los servicios de un estado benefactor moderno. El problema es que sus números no cuadran. Nunca ha explicado seriamente de dónde podría obtener los recursos para llevarlos a cabo. Para cumplirlo parcialmente, tendría que reducir los privilegios y el poder de las corporaciones burocráticas y sindicales, cosa que no parece estar en sus miras.
Su designio probable será nada menos que la reconstitución del antiguo sistema político mexicano, pero ya no centrado en el viejo PRI sino en el poderoso PRD, formado en buena medida por viejos y nuevos y crecientes miembros del PRI que han emigrado y emigrarán al PRD. En ese escenario, López Obrador sería un presidente ‘a la antigua’, es decir, investido de todos los poderes, con dominio en el Congreso, el Poder Judicial, el Banco Central, los recursos naturales, etc.
Todo puede ocurrir, hasta el triunfo (muy improbable) del anticarismático candidato del PRI, Roberto Madrazo, o la victoria (algo más posible) del tecnocrático candidato del PAN, Felipe Calderón. El ascenso de este último en las encuestas ha sido sorprendente, pero refleja más el temor que provoca López Obrador que el atractivo de las propuestas de Calderón. El mal desempeño del gobierno de Fox (caracterizado por la inexperiencia, la debilidad, la frivolidad, el poco crecimiento del empleo) pesará sobre Calderón. Su idea de construir un gobierno de coalición con miembros del PRI y el PRD, parece utópica. Para colmo, si gana por un margen pequeño, el PRD y quizá también el PRI protestarán tal vez la elección y México podría entrar en una zona de riesgo. En suma, el eventual triunfo de Calderón no pondría en riesgo la democracia pero tendría implícitos serios problemas de gobernabilidad.
No hay, pues, salidas fáciles. México enfrenta el próximo domingo unas elecciones cruciales de las que no solo depende el rumbo de su economía sino el de nuestra democracia.
El autor es historiador.
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