El matón intelectual
Por Pedro Gandolfo
El Mercurio
Es posible que usted, lector, haya sido víctima alguna vez de él.
Yo, sí, la otra noche, en la sobremesa de esas veladas sociales a las que se jura no asistir y, por debilidad, uno termina yendo. Pero no es necesario haberse topado con este matón cara a cara, porque también pululan en nuestra vida social y política. No se trata de aquellas personas que gritan, ni siquiera de aquellas que insultan, sino de las que han incorporado la violencia al lenguaje de manera habitual, aunque no alcen la voz y usen un tono pausado. En el fondo, siempre que toman la palabra, uno escucha una única perorata: «Aquí vengo yo, soy superior a ustedes, sé más, tengo la razón, y la razón es ésta». En vez de hablar, avanzan dando codazos y patadas. Embisten.
En una primera aproximación, al matón intelectual podemos reconocerlo por su lenguaje asertivo, sentencioso, enfático: él dice siempre «la última palabra».
Ortega y Gasset, en uno de sus ensayos de «El Espectador», acuña la fórmula de «pensar fraseológico», expresión que me parece viene muy bien a cuento. La «frase», señala el pensador español, no constituye simplemente un error (al contrario, de ordinario contiene una porción de verdad), redondea la realidad, «le añade un suplemento falso, que le proporciona grata rotundidad». Esa mezcla de algo de verdad y mucha seguridad puede convertirlo en un personaje atractivo y entretenido para programas de debate televisivo o tribunas de prensa. La fraseología da lugar a una visión del mundo formada por «seudorrealidades», inconmovibles, invariables, simplificadas, de aristas claras y terminantes, pero una imagen cómoda del mundo. Y eso seduce. Como dice Ortega, «lo terrible de la realidad efectiva es que contiene siempre equívocos. Nunca sabe uno bien cómo es en definitiva y, en consecuencia, no sabe uno cómo comportarse ante ella». Por eso, si usted trata de introducir matices, hacer ver la complejidad de lo real, mostrar su carácter diverso e inesperado, el matón, con impaciente desdén, descalifica el esfuerzo del intelecto por discernir, y hace sinónimos la sencillez en el decir con la tosquedad en el pensar.
Es que está asentado en un talante ético para el cual lo importante no es razonar o intercambiar opiniones. No pretende, aunque lo parezca, convencer o deliberar sobre un tema: quiere un desfile de derrotados. Su lógica es la del triunfo ostentoso para sí. Lo que corresponde ante él, pues, no es una respuesta de orden intelectual (es impenetrable), sino en el plano moral. Habría que armarse de coraje y desenmascararlo.
- 23 de julio, 2015
- 13 de mayo, 2025
- 12 de mayo, 2025
- 18 de abril, 2025
Artículo de blog relacionados
El Nuevo Herald El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, puede no haber...
26 de mayo, 2013- 19 de noviembre, 2023
The Wall Street Journal Americas Hace 80 años, Ralph Heilman, el decano de...
26 de marzo, 2014Por Leopoldo Puchi Correo del Caroní A propósito de la grave crisis de...
28 de septiembre, 2008