Después de mañana
Por Carlos Fuentes
La Nación
Las buenas propuestas –que las hay– de los contendientes principales a la presidencia de México se ven a menudo anegadas por la marea de insultos, descalificaciones y mentiras propias de las campañas por el poder no sólo en México: en todo el mundo. Por eso, es saludable que en los pasados diez días dos estadistas mexicanos –el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y el ex presidente Ernesto Zedillo– nos hayan recordado que el país tiene metas colectivas que no deben perderse de vista en el fragor de la lucha electoral.
Cárdenas, en buena hora, fue designado presidente de las comisiones asesoras de nuestra doble conmemoración –independencia de 1810, revolución de 1910– en 2010. Digo que ya era hora porque tanto en Chile como en la Argentina las comisiones del Bicentenario de la independencia fueron creadas desde hace varios años. El nombramiento de Cárdenas corona los esfuerzos reiterados de la UNAM y del rector Juan Ramón de la Fuente y de los senadores Raymundo Gómez Flores, Tomás Vázquez Gil y Enrique Jackson. No se puede crear para el porvenir sepultando el pasado.
Llegamos tarde, pero llegamos. A veces se me ocurrió que a la derecha mexicana le interesaba más celebrar el yunque de la consumación en 1871 (Iturbide) que el grito de la iniciación en 1810 (Hidalgo).
El caso singular de México es que en 2010 no sólo recordamos la independencia, sino también la revolución. Dos actos de fundación que se dieron en medio de y gracias a la violencia. Estados Unidos, Francia, Hispanoamérica, Rusia, China: la revolución, “partera de la historia”, rara vez se da en la paz. Y las revoluciones, como hechos de fundación, suelen legitimarse a sí mismas en el acto mismo de realizarse.
Digo todo esto porque en 2010 México tendrá una oportunidad excepcional, para la cual debemos estar preparados desde ahora.
Es la oportunidad de reformar al país, la de refundar la República en un clima de paz y democracia. Esta es la ocasión que no debemos desaprovechar, sea quien fuere nuestro presidente a partir del 1o de diciembre de 2006.
Para lograrlo, Cárdenas y Zedillo nos proponen una agenda para el cambio que el triunfador de mañana debe tomar muy en cuenta. Cárdenas pide que se inicie “un acto fundacional que conduzca a un proceso de revisión cuidadosa y de amplia discusión democrática de nuestra Constitución”. Por su parte, Zedillo puntualiza una agenda del desarrollo económico que incluiría la reforma tributaria, el fomento de la inversión y el ahorro, la creación de nuevos mercados y productos, el incremento de la competencia interna y la apertura comercial.
Todo ello es deseable, apuntó el ex presidente, pero nada es posible sin el Estado de Derecho. Todo proyecto para crecer y combatir la pobreza requerirá instituciones: instituciones que cobren impuestos eficazmente, que utilicen los factores de la producción con más validez, que eliminen obstáculos al crecimiento con justicia. O sea: hay condiciones que son necesarias, pero que también son insuficientes si no se dan dentro de un Estado renovado.
La renovación del Estado ha sido, también, tema constante de mi malogrado amigo Adolfo Aguilar Zinser y de mi viejo compañero Porfirio Muñoz Ledo. Hay, pues, un coro importante de voces que, más allá de la coyuntura electoral, piden una indispensable reforma de leyes, instituciones, metas y procedimientos que equivalen, en palabras de Cárdenas, a una “refundación de la República” que, según Zedillo, implica ponernos de acuerdo en una cosa: el Estado de Derecho como fundamento del cambio.
Después de conocer en vivo los proyectos argentino y chileno, escribí un artículo en el que decía que nuestra águila con dos cabezas –Independencia y Revolución– nos pide aportar ideas de aquí al año 2010, para una discusión abierta y plural sobre el país que queremos. Se trata de animar la participación ciudadana en proyectos de desarrollo motivando iniciativas, creando, como lo hizo en Chile Ricardo Lagos, redes de alianzas para el desarrollo.
Se trata de que el ciudadano se sienta parte de la sociedad y de la nación. Se trata de abrir un horizonte de posibilidades. Creo que estas metas no están divorciadas de la solución de los dos problemas más agudos del México actual: la pobreza y la inseguridad. El siguiente jefe del Ejecutivo tendrá que poner toda su voluntad en enfrentar las lacras de la miseria y de la criminalidad. No lo podrá hacer si pierde de vista los proyectos mayores del país: poner al día las leyes fundamentales y consolidar el Estado de Derecho. Nada se logrará –y poco durará– si se realiza fuera del contexto de la ley.
Hay vida después de mañana.
El último libro del escritor mexicano es el ensayo Los 68. París, Praga y México.
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