Cuentan que…
Por Antonio Cova Maduro
El Universal
…PARA CUANDO la Segunda Guerra Mundial estaba agotando su fase de la «Batalla por Inglaterra», ya Winston Churchill tenía la profunda convicción de que, el país que había sido arrastrado a esta guerra sería bastante diferente del que saldría de ella. Y para Churchill eso no era, en lo absoluto, una constatación agradable. Su Inglaterra, en efecto, era todavía un Imperio digno de tal nombre y verlo convertido en un país más de una disminuida Europa tenía que dolerle muy adentro.
Tal constatación es parecida a la que los venezolanos de hoy se niegan a aceptar. La Venezuela que conocimos cuando ya expiraba el siglo XX diferirá en aspectos sustanciales de la que vendrá, pero ello no significa, en modo alguno, que tenga que ser precisamente la que tiene en mente Hugo Chávez. Es más, sin saberlo y en el fondo, sin poder evitarlo él y los suyos se ven arrastrados a un intenso proceso de vacunación, por el cual, a largo plazo, producirán algo contrario a lo que desean y que, con tanto afán y torpeza propugnan.
ESE LARVADO TEMOR a ser la Venezuela de Chávez lleva a sus incontables antagonistas a «idolatrar» un pasado que no necesariamente fue tan bello ni idílico como lo pintan. Sobre todo su última etapa, la que se inició con el despeñadero del Viernes Negro y que, a partir de febrero de 1989 mostró un rostro bien poco agradable.
Para poner un ejemplo: añorar los tiempos de elecciones libres jamás debería llevarnos a olvidar que, con mucho asco y manos temblorosas acudimos un fatídico 6 de diciembre a repeler a las dos joyas que nos proponían AD y Copei (Alfaro y la reina Irene), turbados todavía por las contraórdenes que mandaban votar por Salas para parar lo que muchos que hoy no quisieran recordar ese día sentían como inevitable: la posibilidad de refrendar a un golpista ¡que sólo prometía un abismo!
LA VENEZUELA QUE HOY llamamos de la IV República, aceptando un mote chavista que sólo para ellos tiene significado ya había comenzado su derrumbe antes de 1998. Sólo eso explica el deslave que Chávez produjo y ayuda a comprender la ingenuidad de tantos ante el llamado «proceso constituyente» que este domingo 2 de julio los bolivianos comenzarán a replicar paso a paso del que sólo despertamos cuando ya la metástasis avanzaba. Esa Venezuela, entonces, ya estaba condenada a muerte y Chávez sólo vino a extenderle el certificado de defunción.
Pero vayamos a lo importante. En efecto, así como muchos fueron lerdos para el despertar, hoy lo son para entender los signos de los tiempos, esos que cualquier persona que sigue los avatares de la historia, sabe distinguir. Hugo Chávez está intentando, y lo está haciendo muy seriamente, trastocar todo el modo de relacionarnos entre nosotros y con los otros, sin ni siquiera pasearse por una pregunta clave, ¿es eso posible? O si prefieren, ¿es que no habrá una resistencia feroz a tal proceso?
Desde la irrupción de la Reforma Protestante en el lejano siglo XVI ningún intento parecido logró lo que se proponía como lo pretendía. A cada brote revolucionario, la sociedad respondía con el afianzamiento, no sólo de sus valores, sino con característicos mecanismos sociales y políticos que torcerían lo que esos brotes intentaban.
Con la Revolución Francesa el proceso se repitió con más fuerza y predecibles resultados. Ni siquiera la versión edulcorada que Napoleón quiso imponerles con el respaldo de su poderoso ejército tuvo chance alguno. Después, cada brote revolucionario del siglo XIX los de 1830, 1848 y 1870 sólo logró afianzar al statu quo.
Por supuesto que el rostro del siglo XX tiene las huellas, no sólo de una burguesía triunfadora luego de cada intento por liquidarla, sino de las consecuencias inesperadas que tras de cada uno quedaban. Ese fue, quizás, el mejor aporte del socialismo de entonces: la adaptación que del sistema hacía la burguesía una vez superado el desafío. Nada más, pero tampoco nada menos.
LAS REVOLUCIONES DEL SIGLO XX replicarían lo que había sucedido con la francesa. Rusia, China, Cuba y Vietnam generarían profundas resistencias en sus límites y su evolución posterior lo certifica. Ninguna de ellas logró cambiar, lo que se dice cambiar, la naturaleza del hombre. Jamás apareció el «hombre nuevo» que todas ellas pretendieron. Lo que apareció muchas veces fue el peor rostro del hombre de siempre. Y hoy, sobre las ruinas de la sociedad que intentaron levantar, afanosamente intenta brotar una sociedad medianamente normal.
Y SIEMPRE LOS VECINOS de esas revoluciones su blanco secundario establecieron cordones sanitarios para impedirles avanzar más allá de sus fronteras. ¿A qué extrañarnos pues de lo que ya se constituye alrededor del eje de La Habana, Caracas, La Paz? Ni debería extrañarnos nuestra resistencia de hombres libres que sólo aumentará con la fatigosa lucha.
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