Revel, un demoledor de mentiras
Por Plinio Apuleyo Mendoza
CEDICE
Fui un fiel devoto suyo, de sus libros, de sus reflexiones e ideas sobre el mundo en que vivimos. Y tuve, además, la suerte de ser su amigo desde que le encontrara en Lima en 1990 compartiendo un panel de expositores en el foro llamado “La revolución de la libertad”, en apoyo a la malograda candidatura presidencial de Mario Vargas Llosa, nuestro amigo común.
Nos vimos muchas veces en los más diversos lugares: en Roma, Benidorm, Valencia, Madrid; en un pueblito encantador de la provincia de Teruel llamado Albarracín; desde luego en París, donde él vivía, pero también en Lisboa, donde ahora me encuentro, siempre con los mismos amigos liberales. Parecíamos una cofradía secreta cargando a nuestras espaldas el pecado de no creer en apóstoles de izquierda, ni en el padre Marx, ni en el padre Lenin, ni en sus discípulos tropicales, ni en guerrillas, ni en populistas de todos los colores, como tampoco en gorilas y dictadores militares de extrema derecha. Creíamos –y creemos siempre– que no se conoce mejor vía hacia el desarrollo, ni mejor remedio para combatir la pobreza, que un modelo basado en la libertad política y la libertad de mercado, capaz de fortalecer al sector productivo, abrir mercados y fuentes de trabajo.
Cuando yo iba a París, lo visitaba en su apartamento del Quai de Bourbon. A Jean-François le encantaba el vino. Para comprobarlo bastaba ver su tez siempre encendida o sentarse a la mesa de un restaurante con él y observar cómo bebía copa tras copa sin perder nunca el hilo agudo y siempre cáustico de su discurso. Recuerdo que una vez, hallándonos en un restaurante de Madrid con Carlos Alberto Montaner, un vecino nuestro, que no habíamos visto, se levantó de su mesa y se aproximó a nosotros abriendo los brazos. Era Belisario Betancur. También él había leído todos los libros de Revel. También era devoto suyo.
Lo más sorprendente es que nuestro primer encuentro, en la década de los años ochenta, no fue nada amistoso. Revel era entonces director del seminario L’Express y yo tuve el atrevimiento de hacerle una entrevista con preguntas intencionadas, o malintencionadas, propias del periodista de izquierda que era yo entonces. Sobra decir que tuve mi merecido. Sus respuestas eran tan cortantes como una navaja afilada. ¿Lo maltraté mucho?, me preguntó sonriendo a la hora de despedirse. Sin darme cuenta, podría decir que aquel fue el comienzo de una conversión política que me sacaría de las quimeras de una izquierda primaria para descubrir, a la sombra de Revel, las mentiras que dirigen al mundo.
El dedo en la llaga
La primera de ellas, la más perniciosa, según él, es la ideología. O las ideologías, vistas por él como elaboraciones teóricas encaminadas a “escoger los hechos favorables a nuestras convicciones y rechazar los otros”. Revel sostuvo siempre que había en la ideología un artificio para dispensarnos de utilizar la información y aplicarla a la realidad.
Dentro de las típicas distorsiones de la formulación ideológica, puso en primer término al tercermundismo y a sus comunes slogans que alegremente recogen y propagan los populistas de todos los pelajes. Sobre ellos nos dio un divertido catálogo de ejemplos: “Los países ricos son cada vez más ricos y los países pobres son cada vez más pobres”, “la situación alimentaria mundial no deja de degradarse”, “cada día hay miseria en el Tercer Mundo”, “pillaje de las materias primas”, “dependencia”, “cultivos alimenticios sacrificados a los cultivos de exportación”, “el Fondo Monetario Internacional culpable del hambre en el Tercer Mundo”, “las compañías multinacionales manipulan en provecho los recursos mundiales”. Estas afirmaciones, decía él, no había manera de comprobarlas o refutarlas, aunque existían muchas probabilidades de que obedecieran a interesadas alucinaciones ideológicas.
Respondían de todos modos a un propósito: buscar, fuera de nuestro ámbito, los responsables del subdesarrollo y la pobreza, ignorando o esquivando las acciones que en estos males tienen la incompetencia de muchos gobernantes nuestros, y el despilfarro, el clientelismo y la corrupción de la clase política. Incluso nos las hemos arreglado para presentar estas distorsiones de la realidad con el atractivo maquillaje de un pensamiento de avanzada. De ahí el éxito de un libro como Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, llamado por Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y el suscrito “La Biblia del perfecto idiota”.
Otro tabú demolido por Revel fue el de nuestras sacrosantas reformas agrarias, que todavía constituyen la flamante bandera de gobiernos y candidatos populistas. ¿En qué han consistido ellas? “No en distribuir la tierra a sus campesinos –sostenía él–, sino en colocarla en cooperativas, bajo el control de burócratas urbanos ignorantes y venales”, lo que producía desaliento entre los campesinos y descenso de la productividad agrícola. Lo mismo podría decirse de las famosas nacionalizaciones, que les cierran las puertas a las multinacionales y ponen en manos de un Estado incompetente y a veces sin recursos de inversión las riquezas de un país.
La persistencia de dogmas ideológicos inspirados por el marxismo y todas sus derivaciones tercermundistas y antiamericanas, explica por qué un gran número de intelectuales y periodistas, no sólo en América Latina sino también en Europa, satanizan el pensamiento liberal presentándolo como una expresión de la derecha y a veces de la extrema derecha. Nunca se detienen ellos a pensar que una izquierda evolucionada –como la que representan un Blair o una Michelle Bachelet– no rechaza sino que asume como necesaria la economía de mercado. El mal llamado neoliberalismo por esos medios intelectuales y periodísticos no procede de una fabricación ideológica, sino de una simple comprobación: el fracaso de las economías de mandato y los males que provienen de un exceso de dirigismo. Revel puso el dedo en la llaga cuando mostró en sus libros que la izquierda cultural está en retraso respecto de la nueva izquierda política que remueve viejos dogmas en todas partes, incluso en Colombia.
Tres dispensas
El pensador francés sostuvo en su libro El conocimiento inútil que la ideología, plato inevitable de nuestros partidos y políticos, contiene una triple dispensa: dispensa intelectual, dispensa práctica y dispensa moral. La primera, como atrás se dijo, consiste en retener sólo los hechos favorables a la tesis que se sostiene y negar o ignorar los otros. La dispensa práctica busca pasar por alto los fracasos de una política con tal de poner a salvo los postulados ideológicos que la originaron. Decir, por ejemplo, que el socialismo no es el culpable del fracaso registrado en los países donde reinó, equivaldría a afirmar que no es el agua la responsable de las inundaciones. Finalmente la dispensa moral les permite a extremistas y guerrilleros, en nombre de una ideología revolucionaria, la absolución del secuestro, el asesinato y otras formas de terrorismo. Es una manera de poner un colchón confortable en la conciencia de quienes han hecho de ella su credo personal.
Demoledor de mentiras, Jean-François Revel nos dejó una visión pesimista del mundo en que vivimos al afirmar que la primera de todas las fuerzas que lo dirigen es la mentira. Nos puso de relieve una extraña paradoja: nunca en otra época tuvo tanto auge la información, la enseñanza, la ciencia, la cultura; nunca fue tan cierto que la democracia es el mejor–por no decir el único– sistema viable de gobierno. Pero a tiempo que el conocimiento ha progresado, las deformaciones han contaminado visiblemente los medios de comunicación y el discurso político. Nos bastaría, para demostrarlo, mirar lo que acontece en nuestro propio continente. El modelo liberal le ha permitido a Chile ubicarse en la proximidad del primer mundo. Es el único país latinoamericano que ha conseguido disminuir el número de pobres en un millón de personas en las últimas décadas y aumentar al doble el ingreso per cápita de sus habitantes. Sin embargo, discursos y notas de prensa coinciden en dar una visión repudiable del neoliberalismo. En nombre de Bolívar se propicia una lucha de clases y de colores que él siempre rechazó. Se habla de un socialismo del siglo XXI, como si éste no hubiese sido un cáncer histórico sino un beneficio rescatable. Por fortuna, para combatir éstas y otras muchas mentiras y supersticiones de nuestro tiempo, Jean-François Revel, inolvidable amigo, ha dejado una obra lúcida y honesta que perdurará para siempre.
Publicado 18/06/06 Diario El Nacional
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