El regreso de una ilusión estatista
Por Mariano Grondona
La Nación
Ensus tres años de gestión, el gobierno del presidente Kirchner ha estatizado Aguas Argentinas (hoy llamada AySA), el Correo, el ferrocarril General San Martín, los yacimientos carboníferos de Río Turbio, el espacio radioeléctrico, la energética Enarsa, la satelital Arsat y la aerocomercial Lafsa, avanzando además como socio en Aerolíneas Argentinas y Aeropuertos Argentina 2000.
Esta lista es demasiado amplia para pensar que nos hallamos sólo ante una serie de episodios aislados. Se trata más bien de una tendencia. Lo que vuelve con Kirchner es la fe en el Estado como protagonista económico, una fe que se había desvanecido al comenzar los años noventa como consecuencia del colapso del inmenso sistema estatal que había nacido con Perón en los años cuarenta y que había durado sin cambios significativos aunque en constante deterioro hasta Alfonsín, a fines de los ochenta.
De Perón a Alfonsín, la economía argentina fue estatista , si entendemos por estatismo la participación dominante del Estado en la producción de los bienes y servicios de un país determinado. En la década de los noventa, sin embargo, la presidencia de Menem coincidió con un vasto proceso de privatizaciones cuyo fin marca, ahora, la presidencia de Kirchner.
Ha sido el nuestro, por lo visto, un proceso pendular . De los años cuarenta a los noventa, casi todo lo que importaba estaba en manos del Estado. Durante los noventa, casi todo pasó a manos privadas. En los años 2000, el péndulo vuelve a girar. La conclusión es inevitable: la Argentina carece de una “política de Estado” en materia económica, si se entiende por tal una política que vaya más allá de sus traumáticos cambios de gobierno.
Estatismo y privatismo
La Argentina estatista de los años ochenta fue reemplazada abruptamente por la Argentina privatista de los años noventa, una Argentina que retrocede ante el regreso del estatismo al promediar los años 2000. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, el historiador francés François Furet escribió una historia del comunismo desde la Revolución Rusa de 1917 hasta su derrota final. Lo tituló El pasado de una ilusión . El meollo del argumento de Furet figuraba en este título, ya que la Unión Soviética había necesitado nada menos que siete décadas, de 1917 hasta su colapso en 1991, para abandonar la ilusión del estatismo y redescubrir la vía del capitalismo. Es decir, para redescubrir lo obvio: que todos los países que se han desarrollado lo han logrado con el concurso decisivo del capital privado.
El largo experimento comunista tuvo, sin embargo, un alto costo, ya que en su transcurso 90 millones de personas murieron por causas no naturales; por revoluciones, guerras o genocidios. Por eso, el libro de Furet es, en el fondo, una erudita expresión de asombro: ¿hacían falta tantos años, tantas vidas, para redescubrir la pólvora?
La fe de los soviéticos era la misma que mueve en todas partes al estatismo: que el Estado, y no la iniciativa privada, es el motor del progreso. Pero nuestra ilusión estatista, que nos fascinó por medio siglo generando un largo período de estancamiento durante el cual la Argentina perdió su rango entre las naciones, vuelve sorprendentemente ahora. Lo nuestro no es entonces, simplemente, “el pasado de una ilusión”. Es el regreso de una ilusión.
El estatismo de Kirchner, por supuesto, no es idéntico al de Perón. No estamos contemplando una estatización masiva como la que inauguró el fundador del peronismo. Esta ola no vuelve, además, de la mano del actor institucional que encarnó el estatismo anterior, las Fuerzas Armadas, que eran quienes lo promovieron con figuras respetadas como los generales Savio y Mosconi y con el propio Perón, sino, que, coincidiendo con una agresiva campaña antimilitar, se filtra ahora mediante nuevos métodos.
En algunos casos, en efecto, Kircher no expropia frontalmente una empresa sino que presiona para remover a los directores que no se le someten, como ha pasado con Antonio Matta en Aerolíneas Argentinas. Lo que le importa no es tanto la propiedad formal cuanto el control personal de las grandes empresas privadas afectadas por su neoestatismo, casi todas ellas extranjeras, lo cual coincide con su aspiración al manejo personal de sectores enteros, como el agropecuario, el militar o el eclesiástico; en este último caso, un intento que resultó fallido.
La reacción antiprivatista y la aspiración a un control personal de la política, la economía y la sociedad que hoy encarna el Presidente son, de un lado, el regreso de la ilusión estatista que nos llevó a la ruina, puesto que, como se ha demostrado en nuestro país y en muchos otros, el Estado estatista es infinitamente menos eficiente y más corrupto que la iniciativa privada. ¿Es, del otro, una reacción natural después del fracaso del ensayo capitalista de Menem y De la Rúa?
Contestar afirmativamente a esta pregunta implicaría suponer que el de Menem fue un auténtico capitalismo como el que florece en los países avanzados. Sin embargo, no lo fue. Es que al seudocapitalismo de Menem le faltó un ingrediente esencial. Le faltó nada menos que el Estado . Del mismo modo, el estatismo que murió en los noventa y pretende resucitar ahora tampoco incluye un verdadero Estado. El estatismo se derrama como una inundación esterilizante porque, al igual que al privatismo, le falta el cauce de un Estado serio y confiable.
Y así se explica el péndulo que le impide a la Argentina un curso constante en dirección del desarrollo. Oscilamos de un extremo al otro porque ni estatistas ni privatistas han tenido una adecuada concepción del Estado.
El gran ausente
¿Cómo se ha desarrollado la revolución capitalista que trajo consigo el alto nivel de vida de los países avanzados? Mediante un mercado libre de empresas privadas garantizado por un Estado estable, severo y limitado. Por un Estado que, permaneciendo igual a sí mismo más allá de la sucesión de los diferentes gobiernos, aseguró la transparencia y la competitividad de los actores privados.
Este y no otro es el cimiento del desarrollo económico que nos ha faltado tanto en nuestros tiempos estatistas como en nuestros tiempos privatistas. En los tiempos estatistas, el Estado quiso sustituir a las empresas privadas convirtiéndose él mismo en empresario. El problema fue entonces que a ese estatismo no lo vigilaba ningún Estado. Pero en los tiempos privatistas, mientras el falso Estado del estatismo se disolvía, tampoco resurgió el auténtico Estado desarrollista con el que soñó Frondizi, ese Estado que había traído con Alberdi y Mitre a un pueblo entero de Europa, que lo educó con Sarmiento y que colonizó la Patagonia con Roca mediante una burocracia militar y civil profesional a la que no le faltó esa concepción ética que hoy brilla por su ausencia.
Es en el interior de un auténtico Estado que tendremos otra vez los argentinos las llamadas “políticas de Estado”, metas comunes de largo alcance que sobrepasan las intenciones partidistas de los gobiernos de turno. Para tener otra vez Estado, sin embargo, lo primero que hay que hacer es pensarlo. Esta es la tarea que ni los contemporáneos de Menem ni los contemporáneos de Kirchner hemos realizado.
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