Libertad y comercio
Por Carlos H. Blohm
El Universal
LA HUMANIDAD siempre se ha beneficiado de la libertad de intercambio. El progreso se mide de muchas maneras, pero uno de los indicadores más efectivos es la importancia del comercio en una economía. En los siglos XVIII y XIX, a pesar de guerras devastadoras, Venezuela fue uno de los mayores comerciantes del planeta en café y cacao de alta calidad. En la mayor parte del siglo XX fue (y sigue siendo) de petróleo.
Luego de crecimientos económicos sin igual hasta los años 50 de la centuria pasada, la élite política y buena parte de la económica decidieron darle la espalda al mundo. El gobierno subió aranceles y aparecieron permisos para importar, los cuales le quitaron al venezolano la libertad de comprar bienes de calidad a precios razonables. Esta fue una de las principales razones por la que nos estancamos en ingreso per cápita en 1978. Desde ese año no hemos podido recuperar el crecimiento sostenido desde; sólo ha habido bonanzas petroleras cortas (la actual ha sido la más larga) y sin suficiente inversión en la economía.
El dilema de empleo versus comercio sólo existe en la fase inicial de la apertura. En una sociedad petrolera con libertad puede haber muchas industrias no petroleras muy competitivas que den empleo. Esto no lo cree mucha gente en el país y por eso España, Italia, Taiwan, Chile, etc., nos superan ampliamente en prosperidad. Aun países petroleros como Noruega y México, y estados como Alaska, han comprendido que quitarles la libertad de comercio a sus ciudadanos es condenarlos al atraso y a consumir productos de baja calidad.
La apertura de 1989 fracasó por no haber sido bien vendida por la élite política. Todavía hoy en día es percibida por muchos como una época negra. Crecimos por unos años, para luego caer de nuevo en los controles excesivos unidos a la caída del precio petrolero. Quedan sólo como herencia algunos aranceles bajos (alrededor de 10%) que han permitido al consumidor aprovechar las importaciones en estos últimos años.
El rechazo de tratados comerciales y la inclinación hacia acuerdos que implican aumentos de aranceles, junto con la naciente proliferación de permisos de importación, restringirán la libertad de comercio y, por ende, la libertad del consumidor. Esto se traducirá en menor surtido y calidad, en menos empleo en el comercio y menor competitividad de las industrias protegidas. Lo paradójico es que la apertura a Brasil traerá una difícil adaptación de nuestras industrias, al enfrentar rivales con mayor economía de escala, que tienen protecciones para-arancelarias que harán difícil entrar en su mercado.
Como productores debemos entender que el crecimiento a largo plazo sólo puede proporcionarlo una colaboración armónica entre inversionistas, trabajadores, Gobierno y público; esta alianza permite que haya inversión que genera empleo en sectores competitivos. Como consumidores debemos poder alimentarnos, vestirnos y consumir los mejores bienes disponibles gracias al comercio internacional. Si nos aislamos más, y seguimos pensando que el petróleo es sustituto del trabajo duro y arriesgado que significa exportar o competir con importaciones, muy pronto también Colombia, Perú y Centroamérica se unirán a la larga lista de países que nos superan en prosperidad.
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