Libertad antes que TLC
Por Paul Laurent Solís
Acrata.org
Comprender que el capitalismo es el imperio del derecho y no del favor, de la dádiva o del privilegio es saber de dos mundos opuestos. Uno que opta por sustentar el camino a la prosperidad en base al esfuerzo personal en contraposición al que asume que ello no es suficiente y que el estado y la política deben entrar a tallar. Puntualmente, un orbe donde la propiedad, el contrato y la libertad individual son los protagonistas del progreso versus ese otro esquema donde cada una de estas instituciones son nimiedades frente al todopoderoso y salvificador Leviathan.
Estos dos universos son algo más que meros puntos de vista. Concretamente, la palmaria división entre dos eras. Léase, la vieja pugna entre lo antiguo y lo moderno. La edad de las taras y de los impedimentos o la de la plena autonomía de lo privado. Justamente los predios donde la única barrera a existir será la de los derechos de los demás. El legalismo de más de dos mil años que los autócratas y demagogos de todo cuño siempre han denostado. De esta suerte, ¿qué tan moderno y liberal es un TLC?
Es innegable la expectativa de ganancia que nos ofrece el ingresar a un mercado de casi 300 millones de consumidores, pero con todo ¿qué tan aprovechable será un TLC dentro de un panorama legal que no le reconoce derechos de compra a todo un país?
De hecho desde nuestra normatividad antimercado el impacto social de esta mal llamada “apertura” sería tan famélica e insustancial como las azuladas cifras de crecimiento que la tecnocracia del MEF exhibe desde mediados de los noventa. Un cúmulo de estadísticas que sólo contentan a un puñado de seres. El mayúsculo regodeo de unos cuantos a la vez que un nulo significado para una inmensa mayoría.
¿Y si se quitaran estos impuestos a las importaciones? ¿Acaso ello no redundaría en una mayor demanda de dólares que aumentaría el tipo de cambio que permitiría exportar más no sólo a los EE.UU., sino también a otros mercados (aunque no anulen o bajen sus aranceles)? ¿No es esta una alternativa válida en un país con 13 millones de personas sumidas en la pobreza?
Es inaudito que sigamos rigiéndonos por unos credos que le niegan a los más necesitados la ocasión de cubrir sus demandas. Por ello es urgente abolir cada una de las vallas que nos impiden convertirnos en consumidores a carta cabal. No es perdonable que sólo sepamos de la globalización de manera parcial y anecdótica. Hoy más que nunca ella (junto con la perenne revolución tecnología y de las comunicaciones) nos brinda la estupenda oportunidad de remediar nuestras carencias y comenzar a capitalizarnos (esa frustración nacional llamada ahorro).
Así pues, ¿por qué negarnos al gran aporte que China y otros países le hacen a los pobres del mundo al producir
bienes a bajo costo? ¿Por qué vedarnos un mayor campo de productos para escoger? ¿No es precisamente que los gobiernos velan por el bienestar de las mayorías? ¡Entonces por qué se les anula tanto el derecho a elegir como al derecho a ofertar su fuerza laboral! Verdad, si la libertad de adquirir bienes en el mercado nos está restringida, igual acontece en el caso de los que anhelan comprar y vender fuerza de trabajo.
Es curioso, si prestamos atención a los argumentos que se oponen a que se entienda la contratación laboral como una contratación privada cualquiera (regida por el derecho civil) lo primero que encontraremos será un ideario no solamente antieconómico, sino también antijurídico. Cierto, se preferirá la “dignidad” del trabajador antes de que este ejerza su pleno derecho (propiedad) sobre su propia mano de obra. En pocas palabras, se preferirá que no trabaje antes que sea un “cholo barato”. Impidiéndole con ello la posibilidad de mejorar su existencia. Esa inicial acumulación de capital que las siguientes generaciones ya no verán, el obvio precio ha pagar en el camino al desarrollo.
Si el grueso de las naciones del primer mundo se hubiesen movido desde los programas contrarios al librecambio hoy en día nos estuvieran acompañando en el oprobioso club del tercermundismo. Y ya sin manera de recibir ayudas. No habría a quien pedírsela. Mucho menos un Bono buena gente clamando ayuda para los fracasados. Hubiese sido una total desgracia para la especie humana. Sin la opción de comprar y vender libremente (el free to choose de Milton Friedman) jamás hubiesen superado sus miserias, una opción que ni siquiera miramos.
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