Nicaragua: Chancleta y revolución
Por Carlos Raúl Hernández
El Universal
ERA LA EPOCA del drama. Durante la presidencia del candidato vitalicio del sandinismo, el “compañero del alma” Daniel Ortega, los DC-10 descargaban en Managua rubicundos gringos, franceses, canadienses, alemanes, en tropel solidario con aquellos muchachos que querían “cambiar la vida”, en frase de Rimbaud manoseado. Con una inflación de veinte mil por ciento y devaluación pareja producto de esa humilde iniciativa de crear “una nueva civilización” esta vez es Fuentes citando al poeta francés, los mochileros la pasaban muy bien, pues quinientos dólares hacían un verdadero potentado. Barbas, bluyines, yerba, marxismo y chancleta, entretenían a las mesoamericanas, varias de ellas hoy doñas bien casadas y honestas abuelas de Seattle, Francfort o Lyon. En Centroamérica militares y subversivos pujaban a ver quién cometía peores crímenes. La perspectiva revolucionaria pintaba seria y señalaba lo obvio, que los sandinistas eran un desastre, para colmo forjaban una dictadura totalitaria y distribuían armas soviéticas en el área, era anatema y quien lo hiciera merecía la Inquisición.
FUE NECESARIO que la señora Chammorro le diera una paliza electoral al comandante Ortega y Sergio Ramírez escribiera a posteriori su autocrítica Adiós muchachos para que se entendiera a qué clase de gang se le había dado apoyo. Castro comandaba las operaciones no con la demencia senil de ahora sino una demencia juvenil y en Colombia las FARC y el ELN amenazaban efectivamente al stablishment. Vargas Llosa iniciaba su novela Historia de Maita se ha dicho que Maita representa al padre de los Humala, amigo del escritor en su juventud con el ejercicio intelectual de la inminente toma del poder por Sendero Luminoso. Luego todo se derrumbó. El Salvador derrotó su guerrilla con un saldo de cien mil muertos, Guatemala se pacificó. Después del desastre de Alan García, Fujimori liquidó a Sendero Luminoso y paseó a Abimael Guzmán por todas las pantallas del mundo encerrado en una jaula como la bestia que es. Hoy vivimos la comedia de la revolución. Terminó el comunismo, Cuba entró en el “período especial” y todo el mundo tenía en mente la transición en una isla-penal en la que cuando había agua faltaba el jabón y cuando había jabón faltaba el agua.
CASTRO RECLUTO al vigoroso líder sindical Lula Da Silva, a Cuautémoc Cárdenas, Pablo Medina, Alí Rodríguez, Chico Buarque y varios otros para que se reunieran en Sao Paulo a resucitar el Lázaro de la revolución. Apareció Chávez, el genio de la botella hizo ascendente la espiral de los precios del petróleo y se entronizó una especie de sultán que maneja los recursos de Venezuela como una finca. Ahora resulta que cuando al protagonista le hablan de la pobreza de Venezuela después de siete años de gobierno responde como en una telenovela: “es nuestra cruz”. Lula lo “traicionó”, como Tabaré, la mujer de Humala lo llamó “bocafloja” y Kirchner “no es revolucionario”. Pero apareció Evo al frente de esa temible potencia, Bolivia y el mundo quedó estupefacto de cómo él y Chávez se arrojaban de cabeza contra las paredes en Viena y rebotaban sonrientes. Pero en el primer mundo los cincuentones sienten de nuevo bajo sus talones el costillar de las chancletas compradas en el mercado de Managua y se cruzan con los de otras generaciones en la anticumbre de Viena, Enlazando Alternativas, para comprobar esa hipótesis de Einsten: “las únicas cosas infinitas son el universo y la estupidez humana. Pero del universo no estoy seguro”.
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