La reforma migratoria: un debate que no satisface a nadie
Por Pilar Marrero
La Opinión
Las diversas posiciones dividen la discusión, por lo que analistas opinan que se debe lograr un punto medio
El candente debate sobre la reforma migratoria que se lleva a cabo en el Senado de Estados Unidos tiene, según una veterana analista política, todas las cualidades de un buen proceso legislativo.
«Una buena ley es un acuerdo que resulta repugnante a todas las partes involucradas», señaló la profesora de USC y analista, Sherry Bebitch Jeffe. «Aunque parezca raro, es así como debe funcionar un proceso legislativo en un tema que tiene posiciones tan diversas y opuestas».
Jeffe agregó que «no hay manera de que todas las partes del debate logren todo lo que quieren. La clave es llegar a un acuerdo intermedio».
Y es precisamente lo que parece estar ocurriendo en Washington desde que el Senado reactivó las discusiones sobre un proyecto de reforma migratoria. Nadie está realmente contento: ni los restriccionistas, ni los activistas pro inmigrantes, ni los republicanos, ni los demócratas.
Desde Los Ángeles, epicentro del movimiento pro inmigrante que sacudió al país en semanas recientes, el conocido abogado de derechos humanos de los inmigrantes, Peter Schey, lanzó una voz de alarma por medio de un análisis pesimista del «acuerdo» senatorial alcanzado hasta ahora: lo califica de «desastroso» para los inmigrantes.
En nueve páginas de detallado recuento, Schey promueve la oposición a la medida que discute el Senado ya que, según él, «ni siquiera se acerca a ofrecer la estructura correcta de reformas migratorias para las comunidades inmigrantes, los trabajadores y los que apoyan la reunificación familiar y el trato justo para los inmigrantes».
Entre las cláusulas más criticadas por Schey están las que prohíben la legalización de indocumentados que hayan usado nombres o documentos falsos («la gran mayoría de los inmigrantes», apunta), la potencial separación familiar debido a las diferentes categorías de legalización de inmigrantes según el tiempo que lleven en el país y la militarización de la frontera.
Aseguró que el problema es que cualquier reforma «sólo puede empeorar una vez que llegue la hora de compaginarla con la horrible ley aprobada por la Cámara de Representantes».
«La gente no marchó en todo el país para ver un ‘acuerdo’, sino una reforma positiva a las leyes migratorias», agregó Schey.
Grupos nacionales pro inmigrantes también expresaron preocupación ante lo que muchos calificaron como un endurecimiento de la propuesta original Martínez/Hagel presentada en el Senado, que podría reducir radicalmente la cantidad de indocumentados que podrían beneficiarse de un programa de legalización.
Las estimaciones optimistas indicaban que Martínez/Hagel lograría legalizar a por lo menos 7 de los 12 millones de indocumentados presentes en el país, pero los activistas estiman que varias de las enmiendas presentadas podrían disminuir aún más esa cifra.
La política manda
Por otro lado, con un Congreso de mayoría republicana y unas elecciones legislativas en el horizonte, prácticamente obligan a muchos legisladores a enmarcar cualquier reforma migratoria desde el punto de vista de la protección de la seguridad nacional, dijo Jeffe.
La debilidad del presidente Bush en las mismas encuestas y en el tema de la seguridad pública, entre otros, no hace más que reforzar la voluntad de ciertos legisladores republicanos, normalmente moderados, a promover un endurecimiento, más que una reforma. Y asimismo obliga a muchos demócratas a ofrecer concesiones, como la construcción de secciones de un «muro» fronterizo, a cambio de que se mantenga la posibilidad de una legalización «ganada» para millones de indocumentados, agregó la analista.
En ese mismo marco, el presidente Bush ha buscado suavizar la oposición de los conservadores, ofreciendo reforzar la vigilancia fronteriza, con su controvertido plan de enviar 6,000 Guardias Nacionales a la frontera sur.
La propuesta fue comentada en los últimos dos días por columnistas de todo el país, no tanto como una solución al problema mismo, sino como una estrategia de Bush para darle una «coartada política» a republicanos, para que apoyen la reforma migratoria.
No obstante, los analistas coinciden en que el proceso realmente difícil vendrá a la hora de compaginar las medidas de ambas cámaras, ya que el liderazgo de la Cámara de Representantes y su sólida mayoría republicana sigue inconmovible y apegado a una visión más restrictiva y punitiva, que no incluye en ningún momento un proceso de legalización de inmigrantes.
Como reflejo de lo complicado y politizado del tema, buena parte de la discusión de ayer en el Senado se consumió debatiendo una enmienda que tenía muy poco que ver con una reforma migratoria y mucho con una postura ideológica tangencial: convertir el inglés en el «idioma nacional» de Estados Unidos.
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