La libertad de la palabra
LONDRES – Hace unos años, nos regocijó que en la Guerra Fría hubieran prevalecido el mundo libre y sus valores. Cuando el imperio comunista colapsó, algunos hasta anunciaron que la victoria de la libertad y la democracia implicaba “el fin de la historia”. Pero la historia nunca hizo mutis. A lo sumo, se tomó un descanso por diez años; digamos un intermedio. Los ataques terroristas de septiembre de 2001, en Estados Unidos, marcaron el comienzo del acto siguiente. Y la trama se espesó. En vez de gozar del orden liberal, quienes disfrutamos de él hemos tenido que luchar por mantenerlo fuerte e intacto.
Desde el 11 de septiembre, se han restringido cada vez más libertades so pretexto de defender la libertad. Las trabas impuestas a los viajes, la recopilación estatal de datos más íntimos y la omnipresencia, a la vez protectora e intrusiva, de las cámaras de video nos recuerdan al Gran Hermano de George Orwell.
Gran Bretaña no es el único país donde los antiguos derechos de hábeas corpus e inviolabilidad de la persona se verán restringidos por nuevas leyes, como la que extiende el plazo permitido de detención sin cargos. Ahora, hasta se presiona el derecho fundamental de un orden liberal: la libertad de palabra.
En Holanda, la conmoción provocada por el asesinato del cineasta Theo van Gogh derivó en la exigencia de leyes contra la incitación al odio. En Gran Bretaña, los proyectos de leyes contra la incitación al terrorismo y el odio religioso han suscitado encendidos debates parlamentarios y han puesto en duda las credenciales liberales del gobierno de Tony Blair.
Estos pedidos de que se restrinja la libertad de palabra ¿pueden tener una legitimidad circunstancial? Si nos atenemos a los principios, la respuesta inmediata debe ser negativa. Los enemigos de la libertad pueden violar todas las libertades, pero restringir la libre expresión plantea un riesgo indudablemente mayor.
Es más: los beneficios de tolerar la libertad de palabra pesan más que los daños que causa su abuso. Amartya Sen, premio Nobel de Economía, ha demostrado que ella ayuda incluso a mitigar catástrofes aparentemente naturales, como las hambrunas, al revelar cómo una minoría rica explota a una mayoría pobre. Tal como nos lo recuerda Transparency International, en muchos casos, denunciar la corrupción equivale a prevenirla. Estas consecuencias prácticas están por encima y más allá del efecto liberador de permitir que las opiniones que exprese la gente sean juzgadas por el “mercado de ideas”, más que por las autoridades estatales.
¿Realmente no hay excepciones a esta regla? Recordemos el ejemplo clásico del hombre que grita “¡fuego!” en un teatro lleno. En medio del pánico consiguiente, puede haber heridos y hasta muertos. Hoy día, nos preocupa la incitación, el uso de la libertad de palabra para provocar actos violentos. Ignoro cuántos líderes islámicos predican en las mezquitas el asesinato y la violencia desenfrenada, y ayudan a reclutar terroristas suicidas entre su grey. Aun cuando fuesen apenas un puñado, nos plantean un interrogante al que debemos responder.
La respuesta debe ser cautelosa. Para que las sociedades libres prosperen, siempre hay que expandir los límites de la libre expresión, antes que estrecharlos. A mi juicio, no deberíamos prohibir la negación del Holocausto, sino la incitación a asesinar a los judíos. Tampoco deberíamos prohibir los ataques contra Occidente desde las mezquitas, sino las exhortaciones abiertas a alistarse en los grupos de terroristas suicidas. No es fácil trazar el límite entre la incitación implícita y la explícita, pero, una vez más, la amplitud es preferible a la estrechez.
La libertad de palabra tiene un valor inmenso. Lo mismo cabe decir de la dignidad e integridad de la persona. Una y otras necesitan de ciudadanos activos y alertas que combatan aquello que les desagrade, en vez de pedir que el Estado apriete las clavijas. La incitación directa a la violencia se considera un abuso inaceptable de la libertad de palabra, y así debe ser. Pero muchas expresiones desagradables de David Irving y de quienes predican el odio no entran en esta categoría. Debemos repeler sus despropósitos con argumentos, y no con la policía y la cárcel.
El autor es economista. Actualmente integra la Cámara de los Lores
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
- 31 de octubre, 2006
- 6 de julio, 2015
Artículo de blog relacionados
Por Armando de la Torre Siglo XXI Entendámonos desde un inicio: los intereses...
18 de mayo, 2008Por Francisco Roberto García Samaniego Venezuela Analítica Estamos viviendo la naturaleza del totalitarismo,...
15 de junio, 2007Por Guillermo Arosemena Arosemena El Expreso de Guayaquil Ellos representan dos modelos distintos...
20 de diciembre, 2009- Lo que realmente demuestra el éxito de Walmart es que el capitalismo funciona.3 de noviembre, 2024