El presidente Trump afirma que no ha descartado una intervención militar en Venezuela.

Me imagino que está fanfarroneando y procurando sumarse a la presión para que dé un paso al costado que se está levantando sobre el presidente Nicolás Maduro, el matón sucesor de Hugo Chávez que está arruinando el país. Pero, como era de esperar, el comentario de Trump desencadenó una ola de declaraciones oficiales en América Latina condenando dicha declaración, dándole a Maduro y a sus compinches forraje antiimperialista, y ensombreció la reciente gira por cuatro países de la región del vicepresidente Mike Pence. Trump tiene razón al desear que Maduro se marche, pero quién sea que esté asesorándolo en asuntos del Hemisferio Occidental debería explicarle que la amenaza de una acción militar sólo ayuda a la dictadura chavista y corre el riesgo de debilitar el amplio frente político antichavista que en el último tiempo ha surgido en América Latina.

La mejor manera de socavar a Maduro desde los Estados Unidos es a través de la iniciativa privada. Hace unos años, 7-Eleven, la cadena de tiendas de conveniencia, invocó los derechos humanos como una razón para poner fin a su asociación con Citgo, la empresa energética de propiedad venezolana que refina crudo y comercializa combustibles y petroquímicos en los Estados Unidos. En algunos estados, la gente ha boicoteado las gasolineras con el logotipo de Citgo—probablemente no una gran idea dado que Citgo no posee las gasolineras, pero es un ejemplo de la sociedad civil tomando la iniciativa.

Citgo, que importa el petróleo desde Venezuela y pertenece al gigante petrolero estatal de ese país, es una fuente importante de divisas. La incompetencia y la corrupción del régimen han logrado que la producción de petróleo se encuentre muy por debajo de su nivel histórico (se ubica en poco más de dos millones de barriles diarios), y gran parte se envía actualmente a China e India para devolverles parte del dinero que esos dos países prestaron a Caracas. Queda un remanente significativamente menor que al de hace algunos años para enviar a los Estados Unidos.

La situación es tan grave que los mercados están apostando en parte a que el régimen venezolano, que hasta ahora ha honrado su deuda externa a expensas de importaciones vitales como alimentos y medicinas a fin de poder seguir teniendo acceso al capital y preservar su dictadura, suspenderá los pagos en un futuro próximo. En octubre y noviembre, Maduro tendrá que hacer frente a 3.700 millones de dólares (billones en inglés) en reembolsos; las reservas totales del país se han reducido a unos 10.000 millones de dólares (billón en inglés).

La vulnerabilidad de la posición financiera de Maduro es algo que los críticos no gubernamentales del chavismo (la ideología socialista del difunto Chávez) en los Estados Unidos podrían utilizar para ayudar a acelerar la desaparición de ese régimen. Una forma de hacerlo es que los proveedores y clientes de Citgo se nieguen, si es posible, a hacer negocios con el brazo estadounidense de la dictadura. Otra forma es que las víctimas de expropiaciones en Venezuela que no hayan sido compensadas apropiadamente, incluidas las compañías petroleras, utilicen los tribunales estadounidenses para tratar de embargar los activos de Citgo. Otra manera, tal vez aún más útil, es negarse a comprar la deuda venezolana. Credit Suisse anunció recientemente su decisión de prohibir la compraventa de dos bonos venezolanos—uno con vencimiento en 2036, el otro en 2022. Esto contrasta fuertemente con Goldman Sachs, que a principios de este año generó ira por la compra de bonos venezolanos por valor 2.800 millones de dólares (billones en inglés)—apodados “bonos del hambre” por el movimiento de resistencia de ese país.

Maduro, que ha violado la constitución de su país, destruido sus instituciones, encarcelado a cientos de opositores y asesinado a cientos de manifestantes, precisa irse. Cualquier cosa que puedan hacer otros países a nivel de la sociedad civil para ayudar a acelerar esto será bien recibido por los latinoamericanos. Pero el tipo de discurso que acaba de salir de Washington no hace más que dificultarle la vida a la oposición.

Traducido por Gabriel Gasave


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.