Buenos Aires es famosa en todo el mundo por dar a luz al tango argentino, pero el 16 de julio el evento cultural con más espectadores en la tierra de las pampas y Perón fue de origen extranjero. En esa fría y lluviosa mañana de domingo, unos 20.000 o más venezolanos que residen en la capital de Argentina y otros municipios se aglutinaron, en colas de hasta diez cuadras de largo, para participar en el Rescate de la Democracia—un referéndum no oficial sobre las próximas elecciones para una Asamblea Constituyente prevista por su enajenado presidente, Nicolás Maduro. En una notable demostración de civismo, los expatriados venezolanos en 100 países de Europa, África y en otros lugares en las Américas también emitieron su voto.

Si bien era no vinculante, el referéndum, que fue organizado por la Mesa de Unidad Democrática (MUD), la coalición opositora que constituye el mayor bloque de legisladores en la Asamblea Nacional de Venezuela, asestó un fuerte golpe a la legitimidad de la elección especial del 30 de julio de Maduro.

Por un asombroso 98 por ciento, venezolanos alrededor del mundo expresaron su oposición a la formación de una Asamblea Constituyente a fin de redactar una nueva Constitución, ratificaron que las fuerzas armadas deberán acatar la actual Constitución de Venezuela y solicitaron la convocatoria a elecciones libres y transparentes. En total, unos estimados 7,1 millones de venezolanos votaron contra la agenda de Maduro—y revelaron su esperanza de que el camino a la restauración de su país sea cívica, pacífica y democrática.

Durante meses el gobierno de Maduro ha enfrentado la implacable presión de disidentes internos y las críticas de la comunidad internacional. Con la esperanza de desinflar las filas de la oposición, el 8 de junio liberó de la cárcel a su preso político más conocido, Leopoldo López, un probable candidato para la contienda presidencial de 2018 y lo envió a su casa a vivir bajo arresto domiciliario. Sin embargo, las manifestaciones callejeras continuaron—al igual que la represión del gobierno—generando la cifra actual de cerca de 90 manifestantes muertos, cientos de heridos y 3.000 detenidos. Un día después del referéndum para el Rescate de la Democracia, Maduro expresó que la elección del 30 de julio se llevará a cabo de todos modos, con el fin de derrotar el "golpe de estado" al cual culpa por la ola de protestas masivas.

El conflicto no evidencia signos tangibles de morigerarse, ni para el gobierno, la oposición política organizada ni los manifestantes callejeros que se autodenominan La Resistencia. La mayor parte de los venezolanos considera que, en las actuales circunstancias, una reforma constitucional plantea una amenaza existencial al retorno del Estado de Derecho.

Conforme la Constitución de la República Bolivariana de 1999, el presidente de Venezuela carece de autoridad para convocar a una Asamblea Constituyente, dejando esa facultad exclusivamente a un referéndum popular con delegados elegidos mediante el voto universal, directo y secreto. La reforma constitucional tal como la imagina Maduro elude esa disposición. Establecería también un proceso electoral que podría mantener a Maduro en el poder con tan sólo el 20 por ciento de los votos—aproximadamente igual a su actual índice de aprobación—ahorrándole la necesidad de manipular el resultado de las elecciones anticipadas del próximo año.

¿Cómo hizo Venezuela para quedar al borde del abismo político? El problema no es, como algunos han argumentado, que Venezuela sea un "Estado fallido"; el Estado ha tenido éxito de muchas maneras en la promoción de sus propios intereses. Más bien, la raíz del problema radica en el hecho de que Venezuela, al igual que la Unión Soviética en el siglo pasado, evidencia porqué Ludwig von Mises estaba acertado al afirmar que un sistema socialista no podía producir una economía socialista, sino tan sólo un caos planificado. El mecanismo clave de una economía, explicaba el economista de la Escuela Austriaca, es su sistema de precios, que permite a compradores y vendedores calcular una gran variedad de ventajas y desventajas y así coordina y armoniza sus planes económicos de uno con el otro. En Venezuela, sin embargo, la posibilidad de cálculo económico y una sincronización ha sido sentenciada a muerte.

Maduro no inició el incesante ataque contra el sistema de precios y la planificación económica racional; su predecesor y mentor Hugo Chávez aceleró la embestida de varias décadas. Pero desde que tomó las riendas del poder en 2013, ha intensificado la guerra contra las libertades económicas y civiles del Estado. Además de causar un cortocircuito en el sistema de precios, atacar la libertad de expresión y el disenso político y secuestrar a la Corte Suprema, su gobierno ha tomado el control de una serie de empresas en industrias básicas tales como la minería y las materias primas, la agricultura y la distribución de alimentos, la electricidad y el transporte, y las comunicaciones y los medios de comunicación.

Agravando la situación, Maduro ha empobrecido aún más al pueblo mediante la brutal manipulación de la oferta de dinero, posibilitada por un banco central políticamente subordinado. La tasa de inflación resultante, que bajo Chávez era más de cinco veces superior a la media de América Latina, es actualmente la más alta del mundo, con una tasa anual implícita del 789.64 por ciento, según el Troubled Currencies Project.

La combinación de controles de precios, políticas inflacionarias del banco central y ataque contra las instituciones independientes y los derechos de propiedad privada, ha creado, como tales agresiones a la libertad siempre lo hacen, una importante escasez de los productos esenciales para la vida diaria. La comida es escasa, obligando a algunos a subsistir en base a arroz. Los faltantes de suministros médicos, incluyendo los productos farmacéuticos, ha puesto al sistema de salud pública al borde del abismo, lo que llevó en mayo pasado a miles de trabajadores de la salud a protestar contra las políticas de Maduro en una Marcha por la Salud.

Unos estimados 20.000 médicos han huido del país, según el líder opositor Henriques Capriles, quien resultó segundo en las elecciones presidenciales de 2013. De hecho, solo el año pasado más de 150.000 venezolanos, hartos de una vida infernal de escasez diaria, una violencia ruin y abusos del estado policial, abandonaron el país hacia los Estados Unidos, España y otros países de América Latina. Alrededor de 1.000 venezolanos arriban a Argentina cada día.

“Ninguno de nosotros quería dejar Venezuela, pero no tuvimos otra alternativa”, dijo Ingrid Mogollón, quien se mudó a Argentina en septiembre pasado y emitió su voto en contra de Maduro en el referéndum del 16 de julio.

Jeannie Montes, de 21 años en el barrio de Palermo en Buenos Aires, está de acuerdo. “El presidente de Venezuela quiere hacer una Constituyente, para con esto revocar el poder que tiene la Asamblea Nacional"", dijo. “Estamos aquí para defendernos y no dejarlo destruir nuestra Constitución”.

Sea cual sea el resultado de la elección especial del 30 de julio, uno razonablemente puede discrepar con los cínicos que minimizan el referéndum no oficial del 16 de julio como “meramente simbólico”—especialmente cuando tantas personas expresan su indignación por la rapiña del poder por parte de un dictador y alientan a sus compatriotas a defender un futuro de libertad.


Carl Close es Investigador Asociado y Editor Senior de The Independent Institute en Oakland, California y director asistente de The Independent Review: A Journal of Political Economy.