A menos que un milagro inesperado ocurra a favor de Donald Trump, la militarista Hillary (un apodo al menos tan preciso como el de deshonesta Hillary) es probable que sea la próxima presidenta de los Estados Unidos. A pesar de que Hillary ha lanzado legítimos anuncios políticos dando a entender que el temperamento de Trump es demasiado volátil como para detentar el mando de los militares, especialmente las armas nucleares, los estadounidenses no pueden tampoco estar a salvo del todo con ella.

A lo largo de su carrera, Hillary apoyó el bombardeo de Serbia y Kosovo de su esposo y la agresiva invasión de Irak de George W. Bush, así como presionó a Barack Obama para atacar Libia y derrocar a Muammar Gaddafi. Como Secretaria de Estado, Hillary atestiguó el caos causado por la remoción de un dictador en un país en desarrollo fracturado—Irak—y luego presionó a Obama para hacer lo mismo en Libia. Así que la acusación de Trump de que Hillary es poco criteriosa no está lejos de la realidad.

Más importante aún para el futuro, la Secretaria Clinton también instó sin éxito a Obama a que se involucrase más hondamente en la complicada, multilateral y sangrienta guerra civil de Siria. Abogó por incrementar la ayuda letal a la oposición siria y la creación de una zona de exclusión aérea a fin de proteger a estas fuerzas y los civiles. Así que de llegar el poder en las elecciones, perfectamente podría ir aún más lejos hasta involucrar a los militares estadounidenses en otro pantano imposible de ganar, al igual que los de Afganistán e Irak.

A pesar de los ya 400.000 muertos, la lucha civil de Siria es probable que continúe durante mucho tiempo, porque todo el mundo parece estar luchando contra todos los demás en un baño de sangre multilateral y porque las fuerzas externas—tales como las de Rusia, Irán, el grupo militante Hezbolá, Turquía, los estados árabes del Golfo Pérsico y los Estados Unidos—están avivando el conflicto ya sea al asistir al intrínsecamente débil gobierno sirio o sus numerosos y deslucidos grupos opositores.

Recientemente los Estados Unidos vieron su deseo cumplido cuando el poderoso ejército turco asumió un papel mayor en la vecina guerra civil al invadir Siria. Sin embargo, parece que los turcos han estado más interesados en hacer retroceder a los kurdos sirios que avanzaban, los aliados más eficaces de los Estados Unidos contra el brutal grupo de oposición ISIS (sigla en inglés del Estado Islámico en Irak y Siria), que en la destrucción de ISIS. El hecho de que dos de los aliados estadounidenses más efectivos estén luchando entre sí debería dar que pensar a Barack Obama y cualquier administración estadounidense entrante.

El principal problema de los EE.UU. en el conflicto es su persecución de objetivos incompatibles. Los Estados Unidos están tratando de derrocar al gobierno de Assad en Siria, y a la vez diezmar o destruir al grupo opositor ISIS, mantener feliz a su aliado turco, seguir siendo amigos con los rivales kurdos y evitar ser absorbidos más profundamente en la arena movediza.

La principal prioridad de los EE.UU. ha cambiado desde el derrocamiento de Assad a debilitar a su opositor ISIS. No obstante, incluso si los Estados Unidos y sus aliados toman la mayor parte del territorio de ISIS en Irak y Siria, el grupo probablemente seguirá luchando mediante el empleo de guerrillas y tácticas terroristas. El problema es que las otras partes en el conflicto tienen prioridades más importante que el debilitamiento de ISIS. Aunque Rusia, Irán y Hezbolá no son amigos del atroz grupo sunita, tienen como su mayor prioridad mantener a Assad en el poder y al mando de la mayor cantidad de territorio sirio posible; deseando primero debilitar a otros grupos de la oposición, incluidos aquellos respaldados por los Estados Unidos, de modo tal que puedan luego decir “su Assad o ISIS”. Por el contrario, los aliados de los Estados Unidos—Turquía y los estados sunitas del Golfo—ubican como una alta prioridad a la eliminación de Assad y así al debilitamiento de su aliado chiita Irán. Además, los turcos, a pesar de los recientes ataques de ISIS contra su suelo, parecen estar más preocupados por los kurdos sirios (aliados con la oposición kurda en Turquía) que están consolidando el territorio retenido a lo largo de la frontera turca.

Con los rusos, los iraníes y los militantes chiítas de Hezbolá asistiendo a Assad, la probabilidad de que abandone el poder es muy baja. Y cualquier incremento en las armas o ayuda que los Estados Unidos o los países del Golfo den a los grupos moderados de la oposición siria en última instancia podrían caer en manos de la filial de Al-Qaeda en Siria o de otros nefastos grupos islamistas, que combaten entreverados con las fuerzas de oposición más moderadas; en la guerra, las facciones más brutales y agresivas por lo general terminan haciéndose de las provisiones. En el pasado, los Estados Unidos han tenido una habilidad especial para crear (o fortalecer) futuros enemigos—por ejemplo, Al-Qaeda al ayudar a los muyahidines en Afganistán en la década de 1980 e ISIS con la invasión de Irak en 2003. Ayudar a las fuerzas de oposición en Siria puede estar ya haciendo esto nuevamente. Por otra parte, una “zona de exclusión aérea” probablemente podría poner en conflicto a aviones estadounidenses con aeronaves de Rusia y Siria y misiles antiaéreos instalados en tierra, tornando así posiblemente a una guerra civil en algo mucho más grande y más desagradable.

La política inteligente para cualquier presidente entrante sería la de emplear la oportunidad que brinda un cambio de administración para estudiar el estado del caos sirio y luego terminar con toda participación estadounidense. ISIS era una amenaza sólo para la región de Oriente Medio hasta que la coalición de los EE.UU., que incluye a países europeos, comenzó a bombardear al ISIS, el cual luego tomó represalias mediante el aumento de sus ataques contra objetivos europeos. A las amenazas regionales es mejor dejar que las contrarresten países de la región, y cuando tus enemigos están luchando (ISIS y Al-Qaeda contra Assad, Irán, Rusia y Hezbolá), no ponerse en el camino—sobre todo en un lugar no estratégico como Siria.

Rusia puede conseguir más influencia en la región, pero todavía es bastante débil y se encuentra severamente presionada por una floja economía dominada por el petróleo y su pantano en Ucrania. Dejar que presida por muchos años una intratable guerra civil en Siria completará el sobreesfuerzo. Mientras tanto, los Estados Unidos se pueden concentrar en la renovación de su propia perezosa economía y poder—en lugar de disiparlo más en Siria—y mantener su pólvora seca para amenazas más importantes—¿tal vez una China en ascenso?

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.