¿El fin de la izquierda latinoamericana?

¿La revolución de Hugo Chávez morirá con él?
8 de febrero, 2013

La condición exacta de Hugo Chávez sigue siendo el acertijo churchilliano envuelto en un misterio dentro de un enigma. El presidente venezolano, que ganó su tercera reelección en octubre pasado y ha estado hospitalizado en Cuba durante varias semanas con cáncer, se perdió su propia ceremonia de investidura en enero. En su ausencia, el vicepresidente Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez designado a dedo, ha quedado a cargo del gobierno por tiempo indefinido. Pero Maduro no es Chávez; carece tanto del carisma como de la base de poder del combustible gobernante de Venezuela. Y esto no entraña sólo un problema académico en Caracas: el interrogante que atormenta a la extrema izquierda latinoamericana, a la que Chávez ha dominado en la última década, es quién tomará su lugar.

En el ascenso de la izquierda política en América Latina durante la última década, Chávez ha ocupado un lugar preponderante. Políticos como Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner tienen una enorme deuda de gratitud con Chávez por haber impulsado la nueva oleada de populismo, la versión latinoamericana del socialismo. La enfermedad de Chávez ha servido para poner de relieve esa deuda. “El tema de salud del hermano Chávez no sólo es una preocupación del pueblo venezolano, sino también de todos los pueblos antiimperialistas del mundo”, expresó Morales en enero hablando detrás de un podio: “Todos somos Chávez”. Pero el carisma y el malévolo genio político de Chávez no explican por qué ha sido capaz de lograr tanta influencia regional. A través de un astuto uso de los petrodólares, los subsidios a los aliados políticos e inversiones políticas oportunas, Chávez ha asegurado su revolución bolivariana con dinero en efectivo…y a montones. Pero esa eficaz constelación de dinero y demagogia ha quedado ahora desalineada, dejando un vacío de poder que será difícil de llenar para los herederos políticos de Chávez en el hemisferio.

Varios líderes latinoamericanos desearían sucederlo, pero nadie reúne las condiciones necesarias: la bendición de Cuba, una faltriquera abultada, un país con peso demográfico, político y económico suficiente, un carisma potente, una disposición a asumir riesgos casi ilimitados y suficiente control autocrático como para que él o ella pueda dedicar un tiempo importante a la revolución permanente fuera de casa.

Lo que vaya a ocurrir está en parte en manos de Cuba. En tanto que Cuba ha convertido a Venezuela en su agente de política exterior, los hermanos Castro necesitan que Caracas siga siendo la capital del movimiento para conservar alguna vitalidad. Al tiempo que Cuba depende de los cerca de 100.000 barriles de petróleo fuertemente subsidiados que el régimen de Chávez le suministra todos los días, la nación isleña tiene un control sobre el aparato de inteligencia y los programas sociales de Venezuela. El propio Chávez reconoció el año pasado que hay cerca de 45.000 “trabajadores” cubanos manejando muchos de sus programas, aunque otras fuentes hablan de un número bastante mayor. Esta fuerte conexión permite a Cuba ejercer una influencia indirecta sobre varios países de la región. La influencia de Caracas en América Latina proviene de Petrocaribe, un mecanismo para ayudar a los países del Caribe y Centroamérica a comprar petróleo barato, y el ALBA, una alianza ideológica que promueve el “socialismo del siglo 21”. La combinación de los dos da Caracas, y por lo tanto a La Habana, cierta autoridad sobre las políticas de otros 17 países.

¿Qué significa esto para el futuro de la izquierda? Básicamente que Cuba hará todo lo posible para apuntalar a Maduro. El elegido de Chávez nunca será una figura venerada —sus talentos como político son deslucidos— pero con el apoyo de La Habana y el control del dinero canalizado a los líderes de la región conservará algo del manejo de Chávez. En los últimos meses, él y lo que podríamos llamar el núcleo civil del gobierno venezolano han tenido una presencia constante en La Habana, donde han dependido umbilicalmente de la información proporcionada por Cuba acerca del estado real de Chávez. Este cogollo se compone principalmente de Rosa Virginia, la hija mayor de Chávez, su esposo Jorge Arreaza, quien también es ministro, Cilia Flores, esposa de Maduro y procuradora general de la república y, por último, Rafael Ramírez, el director del gigante petrolero PDVSA.

Maduro ha efectuado la mayor parte de sus anuncios políticos clave desde La Habana, a menudo flanqueado por algunas de estas personas para consolidar su legitimidad dentro de las fuerzas armadas venezolanas, donde tiene rivales, y por supuesto, de la izquierda latinoamericana a gran escala. Por el momento, parece haber funcionado: la izquierda de la región le prestó diligente apoyo a través de diversos organismos regionales cuando la oposición denunció los arreglos que lo han convertido en un presidente en funciones por tiempo indefinido. En una declaración publicada por el Secretario General José Miguel Insulza, la Organización de los Estados Americanos apoyó los arreglos constitucionales en Venezuela a raíz de la ausencia de Chávez, provocando la ira de los MUD, la oposición unida.

En todo esto la clave está en el dinero a disposición de Maduro. Las ventas de la petrolera PDVSA, la vaca lechera estatal que proporciona dinero al régimen, sumaron 124,7 mil millones de dólares en 2011, de los cuales una quinta parte fue al Estado en forma de impuestos y regalías, y otra cuarta parte se destinó directamente a una panoplia de programas sociales. Este tipo de gestión produce pésimas finanzas, razón por la cual la empresa precisa recurrir al endeudamiento para financiar sus gastos básicos de capital, y hiere la productividad, pero sigue siendo crucial para el régimen y la izquierda latinoamericana. El financiamiento de los programas sociales en el país y los envíos de petróleo subsidiado al extranjero, así como la entrega de dinero a varias entidades foráneas, son en buena parte lo que hace de Caracas el epicentro de la izquierda. En consecuencia, el apoyo que Maduro disfruta de Cuba y el dinero con que cuenta compensan su falta de liderazgo.

Aunque la debacle económica de Venezuela ha tenido un efecto debilitante sobre el sistema antes descrito, al igual que la mala salud de Chávez, China ha ayudado a mitigar el impacto. El Banco de Desarrollo de China y el Banco Industrial y Comercial de China han prestado a Caracas 38 mil millones de dólares para financiar algunos programas sociales, un poco de gasto en infraestructura, y compras de productos y servicios chinos. Otros 40 mil millones han sido prometidos para financiar parte de los gastos de capital necesarios para mantener el flujo de petróleo comprometido con Beijing. El oxígeno proporcionado por Beijing otorga a Caracas cierta capacidad para engrasar la maquinaria regional a pesar de la crisis interna.

No obstante el apoyo de Cuba a Maduro y el dinero del petróleo, seguirá habiendo una especie de vacío en la cima de la izquierda latinoamericana después que el vicepresidente le tome la posta a Chávez de manera permanente (suponiendo que sea capaz de consolidar su propio poder internamente y defenderse de sus rivales militares). Otros líderes latinoamericanos verán claramente un vacío por lo menos para ampliar su papel si no pueden liderar del todo a la izquierda.

Kirchner, en la Argentina, ya está tratando. A medida que se ha radicalizado aún más en respuesta a una aguda crisis económica en su país y el surgimiento de una oposición tanto dentro de las filas de su partido como entre la vasta clase media, se ha apartado del peronismo tradicional en la búsqueda de un rol latinoamericano importante. En el último año, ha hecho del reclamo de su país sobre las Islas Malvinas, actualmente bajo control británico, un punto central de su política exterior, obteniendo un apoyo explícito en el Mercosur (el mercado común sudamericano) y UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). Hasta hace poco, limitaba su relación con Caracas a los negocios y los gestos ocasionales, más que a la ideología (Buenos Aires vendió bonos soberanos a Caracas hace unos años y más tarde pudo importar combustible de forma barata y suscribir acuerdos comerciales). Ahora también realiza viajes a La Habana y ha alzado su voz para denunciar a los sospechosos habituales del imperialismo: ciertas democracias liberales, los inversionistas extranjeros, los tribunales internacionales y el FMI. Adoptando este tono, espera aglutinar a la base en un momento difícil. Por ahora está impedida de buscar la reelección en 2015, pero está tratando de modificar la Constitución para que le permita postularse a otro mandato, decisión que llevaría un sello chavista.

Existen, sin embargo, límites a su potencial papel como líder de la izquierda latinoamericana. El más importante es el económico. El modelo estatista y populista argentino está actualmente en bancarrota. El crecimiento económico fue mínimo en 2012, un año que también vio una inflación récord y la ampliación de los controles de capital a fin de evitar una fuga de dólares. Este no sería un obstáculo político insuperable si no fuera por el hecho de que la mayoría de los argentinos actualmente se le opone—su índice de aprobación ha caído al 30 por ciento—y de que su propio partido está fracturado. Una cosa es luchar contra la “derecha fascista” como jefa de un frente peronista unido, pero muy diferente es que Kirchner sea denunciada más estridentemente por su base izquierdista que por la centro-derecha. Aparte del hecho de carecer de los fondos para financiar la revolución regional—no obstante que maneja la mayor economía populista de América Latina—, Kirchner no puede darse el lujo de dedicar su atención a los asuntos extranjeros. Por último, pero no es lo menos importante, la Argentina es un país demasiado grande y demasiado orgulloso para aceptar la casi subordinación a Cuba, una condición clave para liderar a los rebeldes de América Latina.

¿Y por qué no Morales, en Bolivia? Dado el simbolismo de sus raíces indígenas, parece un posible candidato de fuerza. Pero se encuentra geográficamente muy lejos de La Habana: las constantes peregrinaciones de Chávez a Cuba serían difíciles de replicar para Morales. También tiene crecientes problemas en casa, donde su base social y política está ahora amargamente dividida. A diferencia de Chávez, que ha sido capaz de agrupar a sus distintos partidarios bajo un paraguas socialista, el partido de Morales, el MAS, ha quedado aislado de la miríada de movimientos sociales que alguna vez lo apoyaron y ahora afirman que no está cumpliendo con las promesas de justicia social. Sus principales peleas no han sido con la derecha sino con estas organizaciones, las cuales han paralizado el país en varias ocasiones.

Al igual que otros populistas, Morales tiene algo de dinero a su disposición a través de la venta de recursos naturales. Pero la inversión privada es muy pequeña en Bolivia y Morales ha duplicado la proporción de la economía que está directamente bajo el control del gobierno. Como necesita destinar recursos a programas económicos populistas para mantener a sus enemigos a raya, Morales no puede financiar aventuras en el extranjero. De hecho, su necesidad de efectivo está obligándolo a cobrar a Kirchner, una aliada cercana, cerca de cuatro veces más por el gas natural de Bolivia que la tarifa vigente en la propia región productora de gas de Argentina, la cuenca de Neuquén. Por último, la economía de Bolivia es muy pequeña: representa apenas el 8 por ciento de la de Venezuela.

Correa, quien como presidente de Ecuador dirige un país productor de petróleo, es otra posibilidad. Sin duda tiene la ambición y es el macho alfa intelectual de la manada. Su inevitable reelección de este mes le dará un renovado vigor. Pero su país produce cinco veces menos petróleo que Venezuela y, con una economía con menos de una quinta parte del tamaño de la de aquel país, no está en posición de ejercer el liderazgo a nivel regional. Después de triplicar el gasto del gobierno desde que llegó al poder en 2007, las arcas de Correa enfrentan un déficit fiscal del 7,7 por ciento del PIB. Por haber suspendido pagos de la deuda nacional en 2008, el Ecuador no puede acceder a los mercados de capitales. Si no fuera por los más de 7 mil millones de dólares del salvavidas que China ha arrojado a Correa en pagos adelantados por petróleo y créditos, la situación financiera del país sería nefasta. Dado que el 80 por ciento de las exportaciones petroleras de Ecuador han sido prendados como garantía por estos préstamos, Correa no podría en ningún caso subsidiar a otros países.

Eso deja a Brasil, el país latinoamericano más poderoso y un símbolo de la moderación ideológica, como factor potencialmente clave para el destino de la izquierda latinoamericana. Si lo quisiera, claro. Pero hasta ahora Brasil ha cedido a Chávez de manera deliberada el espacio para desempeñar un rol desproporcionado en el vecindario. Dado que el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva tenía raíces marxistas y una base radical a la que agradar, compensó sus políticas internas responsables tolerando y, a veces alentando, el liderazgo de Chávez en la izquierda regional. En política exterior, Lula prefirió dedicar su tiempo a cimentar las relaciones con los otros países del grupo BRIC y recoger aliados en África, en parte con el fin de recabar apoyos para un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El resto lo empleó haciendo arrumacos a los adversarios de los Estados Unidos, incluyendo Irán, y proponiendo soluciones a la cuestión israelí-palestina (una iniciativa para la cual se asoció con Turquía).

Dilma Rousseff, la actual presidenta brasileña y heredera política de Lula, ha moderado la política exterior de su país pero es consciente del hecho de que su dominante predecesor y la base partidaria desean relaciones estrechas con la izquierda. Esta es una razón importante para haber mantenido a Marco Aurélio García, un hombre conectado umbilicalmente con los populistas regionales, como asesor de política exterior.

Pero Dilma no está personalmente interesada en liderar a la izquierda de América Latina. La principal herramienta económica de su país en América Latina, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), financia mayormente a empresas nacionales que invierten en la región y no a otros gobiernos, y sus desembolsos en América Latina sumaron tan sólo 1.000 millones de dólares el año pasado. Una iniciativa para integrar la infraestructura en América del Sur liderada por Brasil, conocida como IIRSA, carece de una impronta política o ideológica. Dilma se enfrenta también a un desafío económico del que Lula se libró. El crecimiento se ha estancado (apenas 1 por ciento el año pasado), lo que ha dado pie a una seria introspección acerca de por qué la estrella emergente de la última década se enfrenta ahora a la perspectiva de un futuro mediocre si no se emprenden nuevas reformas.

Todo esto apunta a que la relación Cuba-Venezuela sigue desempeñando un papel fundamental a través de Maduro. Dicho esto, Maduro tendrá una capacidad mucho menor para proyectar influencia que cuando Chávez estaba al timón. Es de suponer que el vacío parcialmente dejado por Chávez dará pie a una puja entre diversas fuerzas por un papel más importante, incluyendo a Kirchner como la peronista radicalizada que maneja la mayor economía populista, mientras Morales y Correa, así como el nicaragüense Daniel Ortega, tratan de llaman la atención sin el peso necesario para mandar de verdad . Brasil arbitrará entre estos izquierdistas y esperará a ver lo que surge antes de jugarse por alguien.

Si ningún líder viable hereda el manto de Chávez, el futuro augura mucho desorden para la izquierda latinoamericana. Temerosa de que esto pueda significar el fin del movimiento, no existe más que un milagro al que la izquierda puede aferrarse: que Chávez encuentre la manera de levantarse de su lecho de muerte en La Habana.

Traducido por Gabriel Gasave

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