Rick Scott, gobernador de Florida, generó recientemente una gran controversia cuando sugirió que Florida debería concentrar más de su gasto educativo en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (las denominadas carreras STEM como se las conoce en inglés) y menos en las artes liberales. Scott está acertado en esto: Deberíamos concentrar los dólares destinados a la educación superior en las áreas que tienen mayores probabilidades de beneficiarnos a todos, no sólo a los estudiantes que se gradúan. Scott, sin embargo, soslayó otra parte de la ecuación: Tenemos que prestar más atención a los estudiantes que se están quedando atrás, los millones de desertores de las universidades y escuelas secundarias.

Durante los últimos 25 años, el número total de estudiantes universitarios se ha incrementado un 50 por ciento. Sin embargo, el número de estudiantes que se gradúan con títulos en alguna de las disciplinas STEM se ha mantenido más o menos constante.

Considérese el caso de la tecnología informática. En 2009 los Estados Unidos graduaron a 37.994 estudiantes con licenciaturas en informática y ciencias de la información. Eso no es malo, ¡pero graduábamos más estudiantes en ciencias de la informática hace 25 años!

La historia es la misma en otros campos de la tecnología como la ingeniería química, las matemáticas y las estadísticas. Pocas disciplinas han cambiado tanto en los últimos años como la microbiología, pero en 2009 graduábamos tan sólo 2.480 estudiantes con una licenciatura en microbiología—aproximadamente el mismo número que hace 25 años. ¿Quién resolverá el problema de la resistencia a los antibióticos?

Si los estudiantes no están estudiando ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, ¿qué están estudiando?

En 2009 en los Estados Unidos se graduaron 89.140 estudiantes en artes visuales y escénicas, más que en ciencias de la computación, matemáticas e ingeniería química combinadas y más del doble del número de estudiantes de artes visuales y artes escénicas graduados en 1985.

Las artes, la psicología y el periodismo no tienen nada de malo, pero los graduados en estos campos perciben salarios más bajos y tienen menos probabilidades de encontrar trabajo en sus campos que los graduados en ciencias y matemáticas. Por otra parte, más de la mitad de todos los graduados en humanidades terminan en empleos que no requieren un título universitario, y esos graduados no experimentan un gran incremento en sus ingresos por haber ido a la universidad.

Más importante aún, los graduados en artes, psicología y periodismo son menos propensos a crear el tipo de innovaciones que impulsan el crecimiento económico. El crecimiento económico no es la única meta de la educación superior, pero es una de las principales razones por las que los contribuyentes subsidian a la educación superior a través del apoyo directo del gobierno a las universidades, así como también de préstamos, becas y subvenciones. Las ganancias salariales potenciales para los graduados universitarios son una razón suficiente para que los estudiantes persigan una educación universitaria. Añadimos a la mezcla los subsidios, sin embargo, porque consideramos que la educación genera efectos positivos indirectos para la sociedad. Uno de los mayores de esos beneficios es el aumento de la innovación que en teoría los trabajadores altamente educados aportan a la economía.

Por lo tanto, puede esgrimirse un argumento a favor de subsidiar a los estudiantes en áreas con beneficios secundarios potencialmente importantes, tales como la microbiología, la ingeniería química y las ciencias informáticas. Pero hay poca justificación para subvencionar disciplinas como la sociología, la danza, y el inglés.

El enfoque obsesivo en un título universitario no ha servido ni a los contribuyentes ni tampoco a los estudiantes. Sólo el 35 por ciento de los estudiantes que comienzan un programa de grado de cuatro años se graduará dentro de los cuatro años, y menos del 60 por ciento se graduará dentro de los seis años. Los estudiantes que no se hayan graduado dentro de los seis años, probablemente nunca lo harán. La tasa de deserción universitaria en los EE.UU. es de aproximadamente 40 por ciento, la más alta del mundo industrializado. Eso implica una gran cantidad de recursos desperdiciados. Los estudiantes con dos años de educación universitaria pueden obtener algo por esos dos años, pero es menos de la mitad de las ganancias salariales que obtendrían si se graduasen en una carrera de cuatro años. La ausencia de titulo, pocas habilidades y una gran deuda no es la forma ideal de comenzar una carrera profesional.

Quienes abandonan la universidad nos están diciendo que la universidad no es para todos. Tampoco lo es la escuela secundaria. En el siglo 21, un asombroso 25 por ciento de los hombres estadounidenses no se gradúan de la escuela secundaria. Gran parte del problema radica en que los Estados Unidos han pavimentado un solo camino al conocimiento, el camino a través del aula. “Siéntate, quédate quieto y presta atención. Haz esto durante 12 a 16 años”, les decimos a los estudiantes, “y todo estará bien”. Muchos estudiantes, no obstante, chocan antes de llegar al final del camino. ¿Quién puede culparlos? Aprender sentado no es para todos, tal vez ni siquiera para la mayoría de la gente. Hay muchos caminos a la educación.

Considérense aquellas alternativas que se ofrecen en Europa. En Alemania, el 97 por ciento de los estudiantes termina la escuela secundaria, pero sólo un tercio de estos estudiantes asisten a la universidad. En los Estados Unidos, graduamos menos estudiantes de la escuela secundaria, pero casi dos tercios de aquellos que graduamos concurren a la universidad. ¿Se encuentran de este modo pobremente educados los estudiantes alemanes? No, en absoluto.

En lugar de a la universidad, los estudiantes alemanes acceden a programas de formación y aprendizaje—muchos de los cuales comienzan durante la escuela secundaria. Al momento de terminar, han tenido una educación práctica mucho mejor que la mayoría de los estudiantes estadounidenses—equivalente a un titulo técnico estadounidense—y, en consecuencia, se les hace más fácil el ingreso al mercado laboral. De manera similar, en Austria, Dinamarca, Finlandia, los Países Bajos, Noruega y Suiza, entre el 40 y el 70 por ciento de los estudiantes optan por un programa educativo que combina aula y aprendizaje en el trabajo.

En los Estados Unidos, los programas “vocacionales” son a menudo pensados como programas para estudiantes en riesgo, pero eso se debe a que se les enseña en escuelas secundarias con poca conexión con los lugares de trabajo reales. Los programas europeos suelen ser rigurosos porque el entrenamiento es pagado por los empleadores que consideran a los aprendices una parte importante de su fuerza de trabajo actual y futura. A los aprendices por lo tanto se les brinda un entrenamiento técnico de alta capacidad que combina la teoría con la práctica—¡y a los estudiantes se les paga! Además, en lugar de aislar a los adolescentes en su propia contracultura, los programas de aprendices introducen a los adolescentes al mundo adulto y las habilidades, actitudes y prácticas que hacen a una carrera profesional exitosa.

Las élites desaprueban los programas de aprendizaje porque piensan que la universidad es la manera de crear una “ciudadanía plenamente desarrollada”. Así que echemos un vistazo a los estudiantes en Finlandia, Suecia o Alemania. ¿Acaso no están “plenamente desarrollados”? El argumento de que la universidad crea un ciudadano plenamente desarrollado sólo puede sostenerse si definimos el concepto de plenamente desarrollado de un modo muy estrecho. ¿Se encuentra alguien que puede hacer una cita de la escuela Zen plenamente desarrollado? Sólo si también puede manejar una motocicleta. Un desarrollo pleno no se origina en la circunstancia de sentarse en un aula sino en la experiencia que da un mundo más vasto.

El foco en la educación universitaria ha distraído al gobierno y a los estudiantes de las oportunidades de aprendizaje. ¿Por qué debería un curso en literatura inglesa ser subvencionado con alojamiento y comida en un hermoso campus con piscinas de tamaño olímpico e instalaciones deportivas de última generación, cuando los aprendices de enfermería, trabajos eléctricos y nuevos campos de alta tecnología como la mecatrónica por lo general no son subsidiados (o son menos subsidiados)? Los estudiantes universitarios incluso obtienen descuentos en el cine; ¿cuándo fue la última vez que vio un descuento para un aprendiz eléctrico?

Nuestro enfoque obsesivo en la educación universitaria nos ha cegado a las verdades básicas. La universidad es un lugar, no una fórmula mágica. Importa qué asignaturas estudian los estudiantes, y los subsidios deberían concentrarse en los temas que más importan—no a los estudiantes, sino a todos los demás. Los que abandonan la secundaria y la universidad también nos están diciendo algo importante: Necesitamos proporcionar oportunidades para todos los tipos de alumnos, no sólo a los alumnos en el aula. Ir a la universidad no es ni necesario ni suficiente para una buena educación. Los aprendices en Europa están bien educados pero no educados en una universidad. Tenemos que abrir más caminos a la educación para que más estudiantes puedan alcanzar su destino deseado.

Traducido por Gabriel Gasave


Alexander Tabarrok es Senior Fellow en The Independent Institute, Profesor Asociado de Economía en la George Mason University, director de los libros del Instituto, Entrepreneurial Economics, The Voluntary City (con D. Beito y P. Gordon), y Changing the Guard: Private Prisons and the Control of Crime.