La prohibición de los condados de San Francisco y Santa Clara de la Cajita Feliz de McDonald’s es una mala utilización de la autoridad reglamentaria del gobierno.

¿A favor o en contra de esta afirmación?

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A favor: Oh, qué absurdo

Por Anthony Gregory, Independent Institute

La Cajita Feliz de McDonald''''s, no obstante vulgar, de mal gusto, y fácilmente asociada con problemas de salud pública, son parte de la cultura estadounidense moderna. Los padres de vez en cuando compran a sus hijos comida rápida, que a veces viene con juguetes, al igual que los paquetes de Cracker Jack y algunas cajas de cereal.

No me disculpo por una sociedad en la que los niños claman por hamburguesas, papas fritas y agua azucarada servidas en cajas cubiertas con sencillos crucigramas acompañadas por baratijas fabricadas en China.

Si los gobiernos creen que existe una epidemia de salud, los funcionarios deberían terminar con los subsidios al maíz, que distorsionan la dieta estadounidense empeorándola, hacer frente a los horribles programas de almuerzo escolar, y repensar el hecho de tener a los niños sentados en las aulas siete horas cada día.

Pero las prohibiciones gubernamentales a la Cajita Feliz son una señal de advertencia para la libertad de los Estados Unidos. Son un ataque a los derechos de los padres, la infancia, el sentido común y la libre empresa.

Por supuesto, hay mil cosas peores que una prohibición de la Cajita Feliz, pero hay un millón de cosas peores que comer una Cajita Feliz. Pregunto a aquellos que encuentran a esto banal: ¿Qué seguirá? Los funcionarios ya están gravando los puestos de limonada, espiando a los estudiantes a través de sus ordenadores portátiles, purgando las imágenes del tabaco de los dibujos animados clásicos, y persiguiendo a los alumnos por dibujar armas y llevar aspirinas a sus clases.

Lo siento chicos, la guerra contra la diversión parece no tener fin.

En contra: Es un tema que debe tomarse en serio

Por Stacey Folsom, Corporate Accountability International

Las acciones de los condados de San Francisco y Santa Clara no son prohibiciones. Son intervenciones de sentido común en materia de salubridad que establecen pautas de nutrición para las comidas de los niños acompañadas de juguetes de regalo. Cada año, McDonald''''s y sus competidores utilizan estos regalos para vender más de mil millones de comidas chatarra a niños menores de 12 años.

Estas acciones gubernamentales hacen frente a una crisis nacional de la salud pública que cuesta más de 150 mil millones de dólares en atención médica cada año. Durante demasiado tiempo la respuesta a esta epidemia ha sido la de verter dinero de los contribuyentes en educación nutricional y programas de actividad física mientras fallan en resolver el tema de la comercialización de la comida chatarra que ahoga a este tipo de iniciativas que valen la pena. Después de todo, la industria de la comida chatarra gasta cada cuatro días más que la principal fundación contra la obesidad en los EE.UU. en todo un año.

Bien, los residentes de San Francisco y Santa Clara fueron tan solo los primeros en finalmente decir ya basta.

“Cada día atiendo a niños que están padeciendo condiciones relacionadas con la dieta tales como alta hipertensión arterial, apnea del sueño, y pre-diabetes”, dice la Dra. Amy Beck, una médica pediatra de la University of California en San Francisco, que fue uno de los miles de residentes que apoyó los esfuerzos locales para frenar la comercialización de la comida chatarra.

Si quiere revertirse la actual epidemia de la obesidad, el gobierno debe responsabilizar a la industria por el papel que desempeña en hacer que nuestros niños se enfermen.

Traducido por Gabriel Gasave


Anthony Gregory fue Investigador Asociado en el Independent Institute y es el autor de American Surveillance.