Washington, DC—--El ascenso al primer lugar del inesperado Antanas Mockus en la campaña presidencial colombiana está dando que hablar. Para algunos es un caballo de Troya de Hugo Chávez. Otros lo comparan con el peruano Alberto Fujimori, que pasó de “outsider” a dictador. Y hay quienes conjeturan que a los colombianos les falta un tornillo después de tantos años de guerra interna.

Está permitido estremecerse ante la perspectiva de llamar “Su Excelencia” a quien exhibió el trasero ante sus estudiantes siendo rector universitario, contrajo matrimonio a lomo de un elefante, y como alcalde merodeó por Bogotá en un traje elastizado y envió a 400 mimos para hacer cumplir las normas de tráfico. No es precisamente la clase de caballero con quien la Reina Isabel II está ansiosa por tomarse un té con “scones”.

También está permitido temer por la política exterior de Mockus tras su afirmación de que “admira” a Hugo Chávez por someterse a las urnas (más tarde degradó el término, transformándolo en “respeto”), o que extraditaría al Presidente Alvaro Uribe si Ecuador lo pidiera por la incursión colombiana en su territorio durante el ataque contra un campamento terrorista (luego pidió perdón por no ser experto en Derecho internacional).

No, no es que los colombianos hayan decidido de repente arrojar por la ventana los grandes avances realizados por Uribe al arrinconar a las FARC, liberar a la economía de la inseguridad que la apresaba y restaurar la moral ciudadana. Sugiero, más bien, que intentan, algo tortuosamente, preservar lo mejor de Uribe rectificando los excesos de su era.

Que los colombianos desean conservar lo mejor es obvio. Juan Manuel Santos, exitoso ex ministro de Defensa de Uribe, le pelea a Mockus el triunfo en la primera vuelta (30 de mayo). Mockus ha jurado honrar la política de Uribe contra las FARC y nos recuerda que fue condecorado por el Presidente cuando, siendo alcalde de Bogotá, colaboró con su política de seguridad. Y el Polo Democrático de izquierda detenta un humillante 6 por ciento en las encuestas.

Pero, al mismo tiempo, los colombianos ansían pasar de ser un país con un Presidente que se empinó por encima de las instituciones a otro en el que las instituciones puedan templar al poder político. Chávez y Fujimori fueron originalmente elegidos por votantes hartos de gobiernos débiles. Mockus ha surgido bajo un Presidente muy fuerte y sostiene que el principal problema de Colombia es el “la ilegalidad y la justificación de la ilegalidad por parte de personas que normalmente se comportan bien”. Su inclinación ética —sustentada por dos gestiones ediles libres de corrupción— entusiasma en un país plagado de escándalos que van de los vínculos entre políticos y organizaciones paramilitares al espionaje político de la policía secreta.

El apoyo a Mockus proviene de los jóvenes, las zonas urbanas y las clases medias. No son los colombianos pobres sino las élites las que anhelan, pues, el fin de los excesos políticos. Los pobres apoyan a Santos, heredero de Uribe. Esta tensión entre liberalismo y autoritarismo ha definido la historia colombiana desde la tempestuosa relación entre Francisco Santander (Vicepresidente) y Simón Bolívar (Presidente) a inicios de la república. En la actualidad, la tensión se da no sólo entre unos y otros, sino en el fuero interno de los colombianos: los mismos votantes que otorgan a Uribe un 72 por ciento de aprobación colocan a Mockus en primer lugar.

No es inevitable un triunfo de Mockus. Su ascenso se ha detenido por sus declaraciones intonsas. Abundan los interrogantes acerca de su capacidad para gobernar con sólo cinco senadores y tres representantes, y acerca de sus impredecibles ambiciones. Marcela Prieto, directora ejecutiva del Instituto de Ciencias Políticas de Colombia, me dijo que “los problemas de gobernabilidad no serían tan grandes puesto que contaría, en muchos casos, con el apoyo de partidos como el Liberal, pero siempre sería difícil mantener coaliciones duraderas. En cuanto a lo impredecible, lo que puede mitigar este punto es que su proyecto no es personalista. Es un proyecto que une a tres ex alcaldes de Bogotá exitosos y uno de Medellín. Todos con grandes egos, lo cual generaría un control ante un eventual abuso de poder”.

He visto a demasiados anti-políticos como para no temer que Mockus se convierta en Chávez o Fujimori. Pero cuanto más observo a Colombia, más me convenzo de que el apoyo a Mockus obedece a buenas razones, tanto si las encarna como si no: ellas significan que los colombianos lo mantendrán a raya si gana y se vuelve mesiánico, y que obligarán a Santos a restaurar la preeminencia de las instituciones si logra superar a su rival. Un pensamiento que me reconforta, pues yo también empezaba a creer que a este admirable país le faltaba un tornillo.

(c) 2010, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.