El panorama económico aún luce bastante sombrío a pesar de (¿o debido a?) los masivos aumentos en el gasto del gobierno federal aprobados por el Congreso. ¿Desea algo más de que preocuparse? ¿Qué pasaría si de pronto su gobierno cayese en un descalabro financiero e incumpliese parte o la totalidad de su deuda pública?

¿Imposible dice usted? En realidad no.

Cuando los individuos o las empresas tienen gastos a largo plazo que superan sus ingresos previstos—y carecen de capital y ahorros para cubrir la brecha—por lo general se declaran en bancarrota. Y aunque es raro, incluso los gobiernos de algunas ciudades (Ej.: Vallejo, California) han caído recientemente en la insolvencia y la quiebra, y algunos gobiernos estaduales (con pesados costos debido a las pensiones) podrían considerar esa posibilidad. Pero ¿podría ocurrirle a nuestro propio gobierno federal?

La mayor parte de los economistas siempre ha considerado que esta posibilidad es prácticamente impensable. Después de todo, el gobierno de los EE.UU. nunca ha incumplido un centavo de su deuda durante más de 220 años. Lo que esto significa es que cuando el Tesoro vendió bonos del gobierno, los tenedores de esos bonos siempre han recibido su pago de intereses y siempre se les ha reintegrado su capital original a su vencimiento. En ese sentido, los bonos del gobierno de los EE.UU. han sido 100 por ciento seguros.

Hay varias maneras en las que la deuda de los EE.UU. podría tornarse riesgosa e insegura y de que aumente la probabilidad de un incumplimiento general o parcial. El problema más obvio sería que el Congreso no desee o no pueda aumentar los impuestos lo suficiente como para pagar, por ley, los intereses de la deuda nacional.

Hasta ahora este no ha sido un problema infranqueable pese al hecho de que en el año fiscal 2009, el costo de los intereses de mantener la deuda pública de los EE.UU. fue de 383 mil millones de dólares. (Para un marco de referencia, el presupuesto de la NASA el año pasado fue de 19 mil millones de dólares). Los costos de mantener ese endeudamiento para el año 2019 se estiman en más de 700 mil millones.

Pero estos costos históricos y proyecciones se basan en suposiciones conservadoras respecto de los déficits y las tasas de interés. ¿Qué pasa si los déficit anuales se convirtiesen ahora en agujeros de billones de dólares (como lo han hecho) y el aumento de las tasas de interés (como es probable) obliguen a los gobiernos a pagar mucho más para financiar su deuda creciente?

La analogía aquí sería la del titular de una tarjeta de crédito que ya tiene deudas, gasta más este mes que el anterior, acumulando aún más deuda y, además, enfrenta pagos crecientes cada mes debido a tasas de interés más altas. Se vuelve una situación imposible.

En el caso de la siempre creciente deuda pública, ¿de dónde proviene el nuevo dinero para mantener este agobio en aumento? Los impuestos federales tendrían que ser incrementados a niveles extraordinarios; pero este esfuerzo podría resultar contraproducente dado que probablemente destruiría los incentivos y la reactivación de la economía.

Otro escenario posible de incumplimiento de la deuda, e igual de deprimente, es que la Reserva Federal siga adquiriendo más y más deuda del gobierno estadounidense. Cuando la Fed compra títulos del gobierno en el “mercado abierto” tiende a elevar los precios de los bonos y hace bajar las tasas de interés, lo que le facilita al Tesoro lanzar nueva deuda al mercado y mantener bajos sus costos de financiación.

Desafortunadamente, la compra de títulos del gobierno (deuda pública) por parte de la Fed lleva a lo que los economistas denominan una “monetización” de la deuda. Los vendedores de los títulos reciben “dinero fresco” de la Fed y ese nuevo dinero normalmente se abre camino en la economía e incrementa los precios de casi todo, incluidas las tasas de interés.

La inflación resultante (o incluso la anticipación de ella) también inicia un círculo vicioso de depreciación del dólar que dificulta aún más (a las tasas de interés actuales) vender deuda de los EE.UU. en el exterior. Nuevamente, a medida que aumentan las tasas sobre más y más deuda, la carga del interés y el reembolso crecen exponencialmente, y aquello que alguna vez era impensable se torna al menos discutible.

Lúgubre como parece, no obstante, la moneda de los EE.UU. y la situación del financiamiento de la deuda se encuentra en verdad en un estado razonable (calculado, por ejemplo, mediante los recientes “spreads” de la cobertura por riesgos crediticios) al menos cuando se lo compara con países casi insensatos como Irlanda, España, Portugal, y especialmente Grecia.

Un ejemplo particularmente peligroso es el de Japón, donde la deuda del gobierno es actualmente un sorprendente 200% de su PIB y se espera que aumente al 230% en el año 2012. Pero nada de esto debería hacer sentir orgullosos a los tenedores de bonos del gobierno de los EE.UU. dado que los incumplimientos de la “deuda soberana” en el exterior podrían iniciar un contagio que lograría anegar a todos los botes. Siga en sintonía.

Traducido por Gabriel Gasave


Dominick T. Armentano es Profesor Emérito en Economía en la University of Hartford (Connecticut) e Investigador Asociado en The Independent Institute en Oakland, California. Es autor de Antitrust & Monopoly (Independent Institute, 1998)