El congresista David Obey (demócrata por Wisconsin), el poderoso presidente del Comité de Apropiaciones de la Cámara de Representantes y un oponente de la escalada del presidente Barack Obama de la guerra afgana, ha propuesto recientemente un nuevo impuesto “temporal” a los ingresos para financiar el conflicto. Aunque sus intenciones sean buenas, esta propuesta debería ser rechazada.

La propuesta de Obey no les conviene a los defensores de la escalada—principalmente el presidente y los republicanos. En Washington, al abogar por una nueva política, a sus defensores, como a un vendedor que está tratando de vender un artículo importante, les agrada enterrar o esconder los costos y evitar hablar de ellos. Este comportamiento tiene lugar debido a que la sorpresa por el precio en ocasiones puede ser demasiado grande.

En vez de engañarse pensando que los políticos no serán políticos y que su propuesta realmente será aprobada, Obey está meramente acosando verbalmente a los halcones de la guerra para que reconozcan cuánto costará su profundización del atolladero. Obey observa que si el presidente está pidiéndoles a los contribuyentes que paguen los gastos de un costoso rediseño del sistema de atención de la salud, ¿por qué no pedirles que hagan frente a los costos de la guerra, en vez de seguir agrandando el ya abismal billón de dólares (trillón en inglés) del déficit del presupuesto federal anual? Obey estima que la guerra afgana costará aproximadamente lo mismo durante la próxima década que la versión de la Cámara de Representantes del proyecto de ley sobre la atención de la salud-$ 900 mil millones de dólares (billones en inglés).

Sorprendentemente, de las distintas formas de financiar una guerra, el aumento de los impuestos es una de las menos perniciosas. Al menos proporciona a los contribuyentes información transparente acerca de cuánto está costando la guerra. El contribuyente, si él o ella están inclinados a hacerlo, puede entonces quejarse al respecto. Es por eso que los políticos detestan esta opción y la razón por la cual Obey y otros demócratas liberales que se oponen a la escalada, y que normalmente no son conocidos por ser halcones fiscales, están proponiendo este gravamen.

Otras formas de financiar la guerra son aún peores. Pedir dinero prestado—aumentando así el ya masivo déficit presupuestario—impone los costos de los intereses a las futuras generaciones y provoca un desplazamiento por parte del endeudamiento del gobierno del legítimo endeudamiento privado.

Finalmente, la peor opción es que el gobierno ponga a funcionar las prensas e imprima dinero. Las guerras tienden a causar inflación, y la impresión de dinero empeora las cosas. El endeudamiento y la emisión de moneda son formas de ocultar los costos al contribuyente, por lo que a las administraciones presidenciales y a los Congresos les gusta emplearlos en vez de incrementar muy obviamente los impuestos.

Por supuesto, la manera más inteligente de financiar la guerra sería la de reducir el gasto del gobierno. Esta opción suele ser una zona “vedada” para los políticos, porque uno o más de los poderosos intereses especiales causarían gran revuelo si su programa fuese recortado o eliminado. Es curioso cómo el patriotismo de sofá en el frente interno a menudo se evapora cuando el sacrificio personal está en juego.

Por ejemplo, en el improbable caso de que la modificación al sistema de atención de la salud sea desechada en un “patriótico” frenesí por financiar la escalada afgana, el aumento de los impuestos sobre los planes de atención de la salud “Cadillac” o la gente rica, financiaría el atolladero afgano en vez de proporcionar un seguro de salud para aquellos que carecen de él. Pero al menos, el contribuyente estaría financiando tan sólo un despilfarro del gobierno en lugar de dos. Por otra parte, de los dos proyectos mimados de Obama, por lo menos un rediseño de la atención de la salud no mata a nadie directamente.

Si los políticos realmente se inspirasen, desbaratarían por completo ambos esfuerzos costosos. La eliminación de una intervención gubernamental adicional en el sistema de atención de la salud complacería a los republicanos, y el desguace de la escalada pondría una sonrisa en el rostro de los demócratas liberales. ¿Por qué el Congreso no utiliza este intercambio de favores al revés más a menudo? Porque todos los intereses especiales, a los que por su naturaleza les gusta gastar el dinero de los demás, serían decepcionados.

Si los políticos se volviesen categóricamente valientes, cancelarían la escalada afgana y las nuevas injerencias gubernamentales en el cuidado de la salud, terminarían rápidamente con las dos guerras innecesarias en Afganistán e Irak y desregularían los mercados de la atención de salud para que surja un mercado nacional eficiente. ¡Actualmente hay un plan inteligente que absolutamente carece de toda posibilidad de prosperar!

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.