Los pobres en marcha

17 de June, 2009

Washington, DC—Hace dos años, la vida de Manuel Méndez de Río, director general y encargado del análisis de riesgos globales del banco español BBVA, tuvo un giro inesperado. Sus colegas decidieron encomendarle la responsabilidad de iniciar la Fundación Microfinanzas BBVA para otorgar crédito a los pobres. Las condiciones eran sencillas: tendría 200 millones de euros a su disposición, pero debía administrarlos de forma que resultase rentable, pues la Fundación no recibiría ni un centavo más del banco.

La misión cuadraba perfectamente bien con la filosofía de Méndez del Río: creía en la multiplicación de las empresas antes que en la caridad y estaba convencido de que las grandes instituciones financieras estaban dejando pasar la oportunidad de atender potencialmente a 500 millones de pobres en el mundo por concentrarse mayormente en las garantías patrimoniales de sus clientes en vez de hacerlo en los méritos de sus proyectos productivos. Su enfoque puede revolucionar el desarrollo económico.

Es cierto: ya existe un puñado de instituciones que prestan dinero a los pobres sin exigir garantía patrimonial. La más conocida es el Grameen Bank, en Bangladesh, institución galardonada con el Premio Nobel hace unos años. Pero se financia mediante la venta de bonos garantizados por el gobierno bengalí y funciona en base al principio de la presión del grupo: cada solicitante de crédito debe pertenecer a un grupo que se asegura de que él o ella administre el préstamo con responsabilidad y lo cancele. Méndez del Río administra el riesgo a la vieja usanza de bancaria: evaluando la sustentabilidad de las propuestas realizadas por los pobres. Y carece de subvención estatal.

La Fundación Microfinanzas BBVA recorrió América Latina comprando diversas entidades que operaban como ONGs u organismos semi-estatales y las convirtió en pequeños bancos privados obligados a sobrevivir generando ganancias. De Colombia a Perú y de Chile a Puerto Rico, la Fundación absorbió, reestructuró y capacitó a las distintas instituciones, y luego empezó a financiar a los empresarios pobres. En apenas un año, ha prestado dinero a más de un millón de latinoamericanos. En Colombia, el crédito promedio, por lo general relacionado con actividades comerciales, es de unos 870 dólares, mientras que en el Perú, donde los préstamos se centran preferentemente en la agricultura y la ganadería, la cifra es de 1.600 dólares. La tasa de mora es apenas del 3 por ciento. La Fundación está a punto de ser rentable y en cuanto cruce ese Rubicón reinvertirá todo el dinero en expandir su alcance en América Latina y otras partes del mundo.

“Buscamos que las actividades sean sostenibles”, me comentaba recientemente Méndez del Río mientras almorzábamos, “porque sólo así se puede alcanzar la necesaria profundización social, es decir desarrollo para millones de personas”.

Los obstáculos que se les presentan no son la escasez de iniciativas comerciales, la falta de infraestructura, la escasa educación o un capital insuficiente. El principal problema es que algunas de las políticas gubernamentales son inadecuadas e insensibles a la revolución económica que está aconteciendo entre individuos que antes eran considerados indignos de créditos bancarios y de participar en el mercado.

“La clave consiste en regular la actividad microfinanciera”, sostiene Méndez del Río, “más que empeñarse en regular las propias instituciones microfinancieras, lo que mete en el mismo saco a microcréditos productivos de baja mora con microcréditos destinados al consumo, ligados generalmente a tarjetas de crédito, provocadoras de sobre-endeudamiento y de alta mora”.

Es decir: las reglas estatales perjudican a “los buenos” en su intento por cerrar el paso a “los malos”. Méndez del Río no pide ayuda de políticos o gobiernos, sólo que pongan en orden los registros de propiedad, que son un desastre, y definan con claridad los derechos de propiedad. Debido a las deficiencias actuales, no existe un registro confiable de los antecedentes crediticios de los pobres, algo que considera injusto: “La mayor riqueza que desde el inicio tiene la mayoría de la gente pobre es su honestidad y cumplimiento de compromisos, lo que, en ausencia de registros adecuados, simplemente se pierde”.

En su libro “Security Analysis,” Benjamin Graham, la legendaria figura de Wall Street y teórico de la “inversión en valor”, escribió que “tradicionalmente el inversor ha sido el hombre que con paciencia y el coraje de sus convicciones compraba cuando el especulador contrariado o descorazonado estaba vendiendo”. Ahora que el mundo recoge del suelo las trizas del estallido de la última burbuja especulativa, es alentador saber que aún quedan por ahí inversores empeñados en renovar la promesa de la libre empresa para las masas excluidas.

(c) 2009, The Washington Post Writers Group

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