En el mundo del revés de Washington, a fin de combatir lo que se ha dado en llamar “la crisis financiera más crítica desde la Gran Depresión”, los republicanos se han vuelto socialistas y los demócratas están defendiendo el corporativismo del dictador de derechas italiano Benito Mussolini.

En un hecho sin precedentes en la historia de los EE.UU., la administración Bush ha nacionalizado empresas—de seguros y de garantías hipotecarias—que nada tienen que ver con la guerra que el país está librando. Durante la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson hizo que el gobierno confiscara y manejase los ferrocarriles en virtud de que eran considerados vitales para la producción de material bélico para las tropas. Fueron regresados a manos privadas en 1920, dos años después de finalizada la guerra. El Congreso también le otorgó a Wilson la autoridad para confiscar y operar otras plantas industriales durante la guerra, pero le quitó estas facultades cuando el conflicto concluyó.

Durante la Segunda Guerra Mundial, FDR declaró un estado de emergencia y confiscó fábricas que se encontraban amenazadas por huelgas. El Congreso ratificó estas incautaciones al sancionar la Ley de los Conflictos Laborales de Guerra, que permitía al presidente apropiarse por la fuerza de las plantas industriales y utilizarlas para producir material bélico. La Corporación Financiera para la Reconstrucción de la era de la depresión fue ampliada, en un despliegue de socialismo de guerra, de modo tal que el gobierno pudiese proporcionar elementos considerados claves para el esfuerzo bélico—por ejemplo, la distribución de petróleo y la producción de caucho.

En 1945 y 1946, bajo su explícita autoridad de tiempos de guerra como comandante en jefe, Harry Truman confiscó los ferrocarriles y las minas de carbón e hizo que el gobierno las manejase. En 1952, después de que su autoridad de tiempos de guerra había expirado, Truman intentó mediante una orden ejecutiva, bajo lo que denominaba su “poder inherente” como comandante en jefe (al cual George W. Bush ha incluso recurrido más ampliamente), incautar y operar las acererías durante una huelga. Sostuvo que lo estaba haciendo para evitar una parálisis de la economía nacional y utilizó la justificación de que los soldados en la Guerra de Corea precisaban armas y municiones. La Corte Suprema, sin embargo, derogó la orden ejecutiva de Truman, afirmando que carecía de fundamento en la Constitución o estatuto alguno. De ese modo, la Corte Suprema esencialmente falló que el presidente era el comandante en jefe de las fuerzas armadas, pero no de la nación.

Pese a no encontrarnos constitucionalmente en guerra—dado que la declaración de guerra exigida no fue obtenida—Bush podría sostener que las empresas que nacionalizó eran críticas para el esfuerzo bélico. Por supuesto, todos se reirían ante la idea de que las hipotecas inmobiliarias tuviesen algo que ver con la guerras en Irak y Afganistán. Incluso si lo tuviesen, Wilson y FDR tenían, o las consiguieron más tarde, autoridad parlamentaria para sus acciones de tiempos de guerra. Bush de manera unilateral e inconstitucional socializó estas empresas sin ninguna buena razón.

Además de socializar a la compañía de seguros AIG y a las de garantías hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae, Bush ha rescatado al banco de inversión Bear Stearns, mientras que de forma inconsistente dejó que el banco de inversión Lehman Brothers se hundiera. Esto rememora el favoritismo de Teddy Roosevelt de una empresa por sobre otra en la lucha contra los monopolios.

Finalmente, Bush propuso originalmente otorgarle al Secretario del Tesoro facultades sin precedentes, con poco contralor, para utilizar unos colosales 700 mil millones de dólares de los contribuyentes a fin de adquirir la deuda mala de las instituciones financieras. Cuando se le preguntó como llegó la administración a la cifra de $700 mil millones, un funcionario anónimo de la administración admitió que no tenían ningún análisis detrás de ese número, sino que tan solo deseaban que fuese grande como una señal al mercado (presumiblemente de que la caballería federal iba en camino con un cheque de bienestar masivo para Wall Street). Esto recuerda la ausencia de análisis de FDR y Lyndon Jonson antes de arrogarle dinero a la Gran Depresión y a la pobreza durante los años 60, respectivamente, solo para mostrar que estaban “haciendo algo” respecto de los problemas.

A pesar de que al presidente le agrada Bush compararse con Ronald Reagan, su presidencia se compara más cercanamente con la de los anteriores jefes del ejecutivo demócratas durante épocas de guerra. Tal como lo señalamos arriba, su socialismo podría ser incluso peor que el de Woodrow Wilson y FDR debido a que no tiene nada que ver con las guerras que está librando. Además, ha incrementado el gasto interno más que cualquier presidente desde Lyndon Johnson durante la era de Vietnam. Pero, ¿qué podíamos esperar de un Partido Republicano que—al margen de toda su grandiosa retórica de un “gobierno pequeño”—fue originalmente creado como un partido del gobierno grande y, en toda sus historia, ha defendido un gobierno más reducido solamente durante las administraciones de Warren Harding y Calvin Coolidge?

Mientras tanto, al criticar el plan de rescate de Bush e insistir en que los contribuyentes tengan la propiedad de las compañías fallidas a efectos de obtener una ganancia si es que éstas se recuperan, los demócratas, pretendiendo ser de “izquierdas”, han adoptado el corporativismo del dictador italiano Benito Mussolini. Dicha “cooperación” e entrecruzamiento público-privado fue originalmente adoptado por la administración de Woodrow Wilson durante la Primera Guerra Mundial y fue la base para la Ley de Recuperación de la Industria Nacional—la pieza central original del New Deal de FDR—la cual fue declarada inconstitucional por al Corte Suprema.

Ni el socialismo republicano ni el corporativismo demócrata son la respuesta a la actual “crisis” financiera. El mantra convencional de los candidatos presidenciales demócrata y republicano es que este problema fue causado por una industria financiera que se encontraba regulada de manera insuficiente. En verdad, la crisis fue provocada por intervenciones gubernamentales y rescates anteriores—por ejemplo, el feriado bancario y la creación de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos durante el New Deal de FDR y el masivo rescate del padre de Bush de los bancos de ahorro y prestamos hacia finales de los años 80 y comienzos de los 90. Si el sector financiero es visto como demasiado importante como para tener dificultades o si instituciones financieras en particular son consideradas “demasiado grandes como para caer”, se dedicarán a practicas temerarias que terminarán en una “crisis”, llevando así a exigencias en favor de aún más acción gubernamental para enmendar los problemas que causó la intervención gubernamental anterior.

Esta espiral descendente debe ser rota. A las instituciones financieras debe permitírsele quebrar, y al mercado debe permitírsele regresar al equilibrio. Dichos fracasos bien podrían inducir una recesión, pero tal como lo descubrió Herbert Hoover, arrogar más crédito a un mercado con exceso de crédito solamente empeora la inevitable caída económica. Esperemos que los malos efectos de este masivo rescate financiero no lleguen a tanto.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.