Kosovo, la provincia serbia dominada por los albaneses que ha gozado de autonomía bajo el tutelaje de las Naciones Unidas desde la guerra de la OTAN contra los serbios de 1999, ha declarado su independencia. Se espera que los Estados Unidos reconozcan prontamente al nuevo Estado independiente.

Muchos le temen a la violencia. Los serbios, con el respaldo de sus aliados rusos, dos de los que se han negado a reconocer la independencia kosovar, podrían intentar emplear la violencia o la subversión en contra del nuevo Estado. Del otro lado de la ecuación, los inquietos albanos—que constituyen el 90 por ciento de la población de Kosovo—podrían oprimir al 10 por ciento de la minoría serbia. Pero ninguno de estos escenarios es inevitable.

Históricamente, cuando solamente una pequeña minoría étnica o religiosa vive en el área de la mayoría, por lo general tiene lugar mucha menos violencia en virtud de que esa minoría no es vista como una amenaza. Tan solo cuando un gran minoría se encuentra presente las tensiones típicamente emergen y la confrontación acontece.

Por ejemplo, la partición de 1921 de Irlanda del Norte mayoritariamente protestante de la predominantemente católica Irlanda resultó en décadas de violencia en el norte, porque la gran minoría católica (más de un tercio de la población) era vista como una amenaza para la mayoría protestante, y viceversa. En contraste, los protestantes constituyen menos del 10 por ciento de la población de Irlanda y han vivido en paz con sus vecinos católicos.

A pesar de que algo de violencia ha ocurrido entre los predominantes albano-kosovares y los minoritarios serbios en la provincia, en el largo plazo el número de serbios será probablemente lo suficientemente pequeño como para apaciguar a la mayor parte de los temores albanos. Además, la comunidad internacional ha presionado a los albano-kosovares para que brinden proporcionen garantías de seguridad sustanciales a favor de la minoría serbia.

Una cuestión más importante puede ser el hecho de que muchos serbios consideran a Kosovo como la cuna de su civilización y muchos santuarios religiosos e históricos serbios están situados allí, incluida Gazimestan, sitio de la importante batalla de 1389 contra los turcos.

La historia demuestra que las nacionalidades se encuentran a menudo mucho menos deseosas de intercambiar o sustituir territorios con dicho valor “intangible” de lo que podrían estarlo respecto de tierras económica o estratégicamente valiosas. Como resultado de ello, los serbios pueden sentirse compelidos a pelear por estos sitios.

Una solución posible al problema sería una partición dentro de una partición: así como Kosovo fue un desprendimiento de Serbia, las tierras que contienen a los santuarios serbios podrían ser separadas de Kosovo y devueltas a los serbios. Ese resultado podría ocurrir de todas maneras sí las aéreas serbias de Kosovo se separan formalmente del nuevo Estado y regresan a Serbia o son gobernadas de facto desde Belgrado.

Por razones entendibles, la mayoría albana rechaza esta idea en virtud de que desean un país lo más grande posible. Menos entendible ha sido la fría recepción por parte de los Estados Unidos, que parecerían más preocupados por hacerse los difíciles con los aliados rusos de Serbia que en desactivar una futura situación potencialmente explosiva.

La solución de largo plazo más estable para el problema de Kosovo es ajustar la frontera del nuevo país de modo tal que Serbia pueda retener parte—sino la mayoría—de los sitios históricos y religiosos considerados centrales para la nacionalidad serbia.

Si bien el nuevo Estado de Kosovo sería ligeramente más pequeño, sería más seguro y no tendría que depender de los Estados Unidos o de la OTAN para su protección. Un acuerdo así podría evitar una futura guerra entre Serbia y Kosovo—una guerra que podría escalar hasta una confrontación entre los Estados Unidos y Rusia. Pero los serbios podrían también tener que efectuar un compromiso sobre qué sitios históricos o religiosos serían reabsorbidos por Serbia. Los sitios menos importantes podrían tener que ser cedidos a Kosovo.

Esta partición dentro de una partición le daría al nuevo Estado de Kosovo la mejor posibilidad de tener una relación estable en el largo plazo con su poderoso vecino serbio. Igual que en el Medio Oriente, renunciar a territorios a favor de la paz es el camino correcto para la estabilidad y seguridad perdurable. Sin embargo, a pesar de que los analistas desapasionados pueden definir bastante bien dónde terminará un acuerdo político, enfriar una animosidad étnico-religiosa al rojo vivo resulta mucho más difícil.

Un comienzo en esa dirección en Kosovo sería el de abandonar las objeciones de Occidente a la opción de un “partición dentro de una partición”.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.