¿Por qué Ron Paul?

20 de June, 2007

Washington, DC— Quedé atónito la semana pasada cuando tres estaciones de radio, una en España y dos en América Latina, me pidieron explicar qué clase de aspirante a la presidencia estadounidense es Ron Paul y porqué su candidatura en las primarias republicanas ha generado tanto alboroto. El representante tejano no ha ni siquiera figurado en los sondeos nacionales, pero ya es una celebridad política en la “blogósfera”, el candidato preferido en los websites de la TV por cable y una historia de primera plana en el Washington Post y otros medios noticiosos importantes. Aparentemente, también está haciendo olas alrededor del mundo.

El atractivo obvio de este medico sin carisma y franco es que se opone a la presencia militar de los Estados Unidos en Irak. En un partido Republicano en el que todos los demás candidatos presidenciales compiten por unas credenciales de “macho” en materia de política exterior, Ron Paul—que sugirió al Presidente Bush conceder “letras de marque y represalia” para permitir que cazadores de recompensas busquen a Bin Laden en vez de invadir Afganistán—se destaca.

Pero la oposición de Paul a la Guerra probablemente no sea suficiente para explicar el atractivo de este libertario de 71 años entre muchos jóvenes. Hubiese sido reduccionista atribuir la “contracultura” de la década de 1960 a la Guerra de Vietnam, aún cuando la oposición al conflicto dio ímpetu a la liberación moral de la época, y podría resultar insuficiente atribuir al disgusto con la ocupación de Irak los actuales síntomas de rebelión contra las elites en los Estados Unidos, de la cual el jaleo de Ron Paul parecería ser una manifestación improbable.

Si bien la exasperación con las instituciones establecidas afecta a ambos partidos, el blanco más evidente es el Partido Republicano. En una era en la cual la tecnología ha proporcionado a los jóvenes herramientas para ejercitar su responsabilidad personal de modos en que las generaciones previas ni lo hubiesen soñado—por ejemplo, mediante la substitución de información personalizada y la comunicación grupal a través de Internet para los medios tradicionales, uno percibe una creciente revulsión en contra de la intromisión de las autoridades en la vida de las personas.

El actual Partido Republicano, cuyo discurso paradójicamente hace hincapié en la responsabilidad individual, ha quedado asociado con dos poderosas formas de intrusión: el uso de la fuerza en el exterior y la intimidación moral dentro del país. La primera es una cortesía de, pero que no está limitada a, los neoconservadores; la segunda es hija de la derecha cristiana. Esa, al menos, es la percepción. La reacción que tiene lugar entre las generaciones más jóvenes del Partido Republicano y más allá parece haber encontrado un vocero en Ron Paul, quien brega en favor de limitar la ingerencia gubernamental en todos los frentes—la política exterior, las cuestiones morales y la actividad económica.

El discurso de Ron Paul probablemente luce como más consistente que el de sus candidatos republicanos colegas debido a que se compadece con la idea de una república de los Padres Fundadores. Sus posiciones—incluida la abolición del impuesto a las ganancias—están fuera del debate político en virtud de lo mucho que el país se ha apartado del espíritu del siglo 18. Pero esa rara cualidad es quizás la que hace que muchos jóvenes acudan en masa a Paul a fin de hacer llegar un mensaje a la elite partidaria.

No hay forma de predecir sí estas son las etapas iniciales de una transformación cultural o una moda pasajera. Nadie vaticinaba, a comienzos del siglo 18, el alcance de la reacción liberal contra la teocracia en las colonias estadounidenses, y no obstante la misma se hizo tan poderosa que un poco más tarde tomó el control de muchas de las instituciones académicas claves de este país, incluida Harvard, fundada originalmente como un campo de entrenamiento para los puritanos ortodoxos. Nadie pronosticaba, dos siglos y medio más tarde, que la marginal generación “Beatnik” de los años 50 se convertiría, una década después, en un terremoto cultural—la “contracultura” de los años 60.

No podemos predecir sí las actuales manifestaciones de la rebelión de las bases contra las elites políticas serán vistas, en pocos años, como el presagio de algo más grande. Pero hay suficiente bronca y sentimiento icono clástico allí afuera como para que nos preguntemos sí no estamos en presencia de una explosión de individualismo que transformará los valores y la política del Partido Republicano en algo menos intrusivo, acercándolos al discurso del gobierno pequeño.

La frase “el tiempo lo dirá” es una que en particular me desagrada porque es utilizada a menudo por personas que desean eludir la responsabilidad. Pero la cultura, una bestia proteana, adopta tantas formas impredecibles que uno nunca puede estar seguro de cuál será la siguiente. Algo, sin embargo, parece estar desarrollándose—y podría ser interesante.

(c) 2007, The Washington Post Writers Group

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