El presidente ruso Vladimir Putin ha amenazado con retirarse del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (CFE es su sigla en inglés). Según Putin, “[Los países de la OTAN] están...edificando bases militares en nuestras fronteras y, más que eso, están planificando también estacionar elementos de sistemas de defensa anti–misiles en Polonia y la República Checa”. El logro principal del Tratado CFE ha sido la reducción o destrucción a gran escala de equipamiento militar convencional para garantizar un equilibrio militar de las fuerzas convencionales entre Oriente y Occidente desde el Atlántico hasta los Urales. Como tal, está pensado para proporcionar una base sin precedentes para una duradera seguridad y estabilidad europea.

Según la administración Bush, la defensa misilística está ideada para proteger contra la amenaza de los denominados estados truhanes—ninguno de los cuales actualmente posee la capacidad de misiles balísticos de largo alcance como para atacar a los Estados Unidos (a pesar de que algunos podrían ser capaces de alcanzar a partes de Europa). Pero si la defensa misilística no resulta necesaria para defenderse contra los estados truhanes que carecen de la capacidad para atacar a los Estados Unidos, ¿se trata entonces la defensa misilística primariamente de la defensa del territorio de los EE.UU. o está pensada para apoyar a la política estadounidense intervencionista que utiliza a la fuerza militar—incluida la guerra preventiva—a lo largo y ancho del mundo?

La justificación para la defensa misilística sugerida por sus defensores es a menudo un cuadro “excesivamente pesimista”: los Estados Unidos y sus ciudadanos se encuentran indefensos contra la amenaza de misiles balísticos, y la defensa misilística se supone que protegerá al pueblo estadounidense. Sin embargo, la visión de la administración de una defensa misilística no es la de un sistema que proteja a los Estados Unidos contra misiles de largo alcance, sino la de un sistema global capaz de involucrar a todas las clases de misiles balísticos para proteger a las fuerzas estadounidenses desplegadas por el mundo, a los aliados de los EE.UU. y a otros países amigos. Esa justificación extiende el propósito de la defensa misilística mucho más allá de proteger a los Estados Unidos y a los estadounidense, y apuntala la intención de la administración de ubicar algunos componentes de un sistema de defensa misilística en Europa.

La búsqueda de una defensa misilística global así de dispendiosa para apoyar una estrategia imperial no solamente resultará costosa y técnicamente complicada y compleja—en verdad, la construcción de cualquier sistema de defensa misilística será técnicamente el más complejo y desafiante sistema de armamento de la historia—sino claramente peligrosa.

En definitiva, la verdadera justificación para la defensa misilística es proteger a las fuerzas estadounidenses de modo tal que puedan participar de intervenciones militares a través del mundo a fin de hacer cumplir una “pax americana”—una estrategia para lograr un imperio con otro nombre. Pero dicha estrategia ignora lo obvio: el resultado será un resentimiento creciente y una animosidad hacia lo que es percibido por el resto del mundo como unos Estados Unidos imperialistas.

En la medida que una defensa misilística sea técnicamente factible, que pruebe ser eficaz desde el punto de vista operacional (mediante pruebas realistas, que incluyan señuelos y contramedidas), y costeable (nada de lo cual ha quedado demostrado de modo adecuado), un sistema limitado de defensa de misiles balísticos basados en tierra y diseñado para proteger el territorio de los EE.UU. tiene sentido como una póliza de seguro contra la baja probabilidad de un lanzamiento accidental o no autorizado por parte de una potencia nuclear, o si la disuasión fracasase contra un estado truhán que eventualmente adquiera capacidad contar con misiles balísticos de largo alcance.

Pero no es responsabilidad de los Estados Unidos proteger a los amigos y aliados, especialmente cuando muchos de ellos son lo suficientemente ricos como para pagar por su propia defensa misilística si consideran que ella es importante para su propia seguridad. Y un sistema de misiles para defenderse contra los estados truhanes que no amenazan directamente a los Estados Unidos ciertamente no justifica el antagonismo innecesario del oso ruso y la puesta en peligro de la seguridad europea.

Finalmente, cualquier defensa misilística, sin importar cuán efectiva sea, no protegerá a los estadounidenses de terroristas que utilizan medios más sencillos y económicos a fin de infligir victimas masivas—como lo atestigua el “11 de septiembre”. Y la no construcción de una defensa misilística para apoyar y promover directamente una política estadounidense intervencionista demostrará el reconocimiento de que, dado que los ataques terroristas son virtualmente imposibles de disuadir, evitar o mitigar, la seguridad de los EE.UU. estaría mejor atendida evitando innecesarios despliegues e intervenciones militares que alimentan las llamas de un vehemente sentimiento anti-estadounidense.

Traducido por Gabriel Gasave


Charles V. Peña es ex Investigador Asociado Senior en el Independent Institute así como también Asociado Senior con la Coalition for a Realistic Foreign Policy, Asociado Senior con el Homeland Security Policy Institute de la George Washington University, y consejero del Straus Military Reform Project.