Acabo de regresar de una meteórica gira de 19 días por China, una nación sorprendente que se abalanza hacia usted con energía y contradicciones.

Por ejemplo, China está finalizando el proyecto de la Represa Tres Gargantas, una de las hazañas de ingeniería más grandes de la historia; no obstante sus hoteles de cinco estrellas advierten no beber de sus canillas y aconsejan a los huéspedes lavarse sus dientes con agua embotellada.

China está luchando para restaurar, en muchos casos para reconstruir, sus 6.000 años de historia deliberadamente destruida por la Revolución Cultural de 10 años de Mao. Al mismo tiempo, se esfuerza por convertirse en moderna y occidental. Nada expresa la contradicción entre lo viejo y lo nuevo tan claramente como la condición de las mujeres.

Así, entre los interrogantes que empaqué con mis maletas estaba el de “¿cómo es ser una mujer en la China moderna?”

Las respuestas definitivas no emergieron. Por algún motivo, casi nadie habló con franqueza. Incluso en conversaciones individuales, nadie criticó la política gubernamental excepto en comentarios al margen en los cuales las reservas fueron fuertemente implicadas. En vez de con respuestas regresé con instantáneas mentales e impresiones de cómo específicas mujeres viven dentro de una cultura en pugna. (Como un preparativo de las Olimpiadas de 2008 en Beijing, un número de chinos sin precedentes hablan en la actualidad un inglés pasable lo que posibilitó tales impresiones).

L. trató el dilema de pertenecer a “la generación sándwich”—una generación definida por la política de un solo hijo de China. Como hija única, ella y su esposo cuidan de cuatro abuelos que envejecen así como también de su propio hijo. No hay ningún hermano ni hermana para compartir la carga de los padres mayores. No hay tías o tíos para la generación más joven. Ella y su esposo cargan con toda la responsabilidad.

Típicamente, L. no criticó a la política de un solo hijo. En realidad, corrigió algunas ‘equivocaciones’ occidentales. Por ejemplo, a la gente de campo a menudo se le permitía un segundo nacimiento si el primer hijo era discapacitado, mujer, o de algún otro modo indeseable.

Así y todo, L. describió cómo la “dura” medida poblacional surgió de un programa fallido anterior. Durante la Guerra de Corea (a la que denominó ‘la guerra anti-estadounidense’) Mao se convenció de que un conflicto a gran escala con occidente era inevitable. Urgió a la gente a tener hijos a fin de armar un enorme ejército. Fueron ofrecidos incentivos financieros pero cuando la población explotó y ninguna guerra ocurrió, el gobierno abruptamente pasó de un extremo del control de la población al otro.

En una fábrica de alfombras estatal, observamos a mujeres en telares (nunca hombres, al parecer) tejiendo a mano las exquisitas alfombras de seda por las que China es renombrada. La ‘duración’ de una tejedora es de 12 a 15 años durante la cual ganará entre $80 y $100 al mes. Una alfombra puede insumir 18 meses para estar terminada, hacienda que la producción de toda una vida como tejedora sea de alrededor 10 alfombras.

Un supervisor nos aseguró que las mujeres reciben un descanso cada 30 minutos de modo tal que sus manos no resulten dañadas por el movimiento repetitivo. Pero permanecimos en un área durante casi una hora y ninguna dejó de trabajar.

Mientras visitaba el salón de ventas, observé que una alfombra se vendía por $10.000.

Consideré adquirir una pequeña pero inmediatamente me di cuenta de que no podía dejar que mis perros duerman o tengan accidentes sobre un año de la vida de otra persona.

J. se inquietó ante una pregunta de nuestro grupo: “¿las esterilizaciones forzadas aún tienen lugar en China?” La respuesta: no ocurrían; jamás ocurrieron”. Esto, pese a la circunstancia de que el 1 de diciembre, un tribunal chino volvió a condenar al activista Chen Guangcheng a cuatro años y tres meses por documentar casos de abortos y esterilizaciones forzadas.

El interrogador presionó acerca de la bien documentada brecha de sexos en las tasas de nacimientos, es decir, el hecho de que nacen en China muchos más niños que niñas, en gran medida debido a la tecnología de selección de sexo utilizada por los padres. Se nos dijo que no existía ninguna brecha de sexos. Después de todo, en la actualidad era ilegal que un medico informe a los padres del sexo de un niño por nacer. Luego, en uno de estos comentarios informativos al margen, agregó, “por supuesto, usted siempre puede sobornar al medico”.

La última palabra para comprender a las mujeres chinas modernas, sin embargo, es que son chinas. Están atrapadas en el omnipresente estado de animo chino que fluctúa entre un complejo de superioridad y uno de inferioridad.

Por todas partes usted oye que China es la civilización más antigua, la población más grande, la muralla más larga... Al mismo tiempo, escucha que China es una nación primitiva que desesperadamente precisa aprender de occidente.

El cambio de estado de ánimo está reflejado en su actitud para con los occidentales.

Las mujeres chinas tanto desprecian como procuran explotar el materialismo de los extranjeros, todo eso al tiempo que lucen blue jeans.

Toda China parecería buscar la aprobación de occidente a la vez que se inquieta por cada desaire posible.

Sin ánimo de insultar, el incidente que mejor captura esta sensibilidad china involucra un baño público. Como otro preparativo para los Juegos Olímpicos, China está modernizando un aspecto que aparentemente ha despertado las críticas foráneas: sus baños. Los baños chinos son calificados en la actualidad de una a cinco estrellas. En algunas atracciones turísticas, placas del gobierno fuera de las instalaciones ya identifican la calificación con una hilera de pequeñas estrellas.

En una excursión temprana, otra mujer y yo fuimos a un baño tradicional no calificado donde encontramos un palangana poco profunda empotrada directamente en la tierra sin un sistema de desahogote u algún otro equipamiento familiar. Nos quedamos perplejas. Mi compañera sacó su cámara fotográfica para capturar “el color local”.

Detrás nuestro, una mujer bramaba en inglés; gritaba enfurecida, “іEsto es lo que le van a mostrar a sus amigos, que China es un baño!” Ningún propósito así se nos había pasado por la mente pero huimos tan culpables como nos acusaban.

¿Somos culpables como se nos acusa? ¿Las mujeres occidentales miramos a la sociedad china y a nuestras contrapartes como si se tratasen de algo ‘inferior’? Si menospreciamos a las mujeres, entonces estamos equivocadas. Una y otra vez, conocí mujeres que se aferraban a cada oportunidad a su alcance: por una educación, para practicar el inglés, para realizar una venta. Tenían en abundancia aquellos que me preocupa perder: apremio.

Al final, la pregunta más importante acerca de las mujeres chinas fue empacada sin ser respondida en mi maleta de regreso. “¿Dónde estarán dentro de 10 años?”

Traducido por Gabriel Gasave


Wendy McElroy es Investigadora Asociada en the Independent Institute y directora de los libros del Instituto, Freedom, Feminism and the State y Liberty for Women: Freedom and Feminism in the Twenty-first Century.