El periodista H.L. Menken caracterizaba al puritanismo como “el temor obsesivo de que alguien, en alguna parte, pudiese ser feliz”. Por qué la propia felicidad de los entremetidos al saber que otros son infelices es considera moralmente superior es una paradoja interesante.

Si algunas drogas ayudan o impiden la felicidad debería ser algo que cada individuo decida por sí mismo. El economista y filósofo del siglo diecinueve John Stuart Mill escribió, “Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano”. ¿Quiénes son los “estatócratas” para decidir que el alcohol, el tabaco, esta o aquella droga, el sexo, o lo que sea, es bueno o malo para mí, y para arrestarme si no estoy de acuerdo?

El 8 de mayo, la DEA (Drug Enforcement Agency) estadounidense y la RCMP (sigla para la Real Policía Montada de Canadá) se reunieron en Montreal para conspirar en la llamada “guerra contra las drogas”.

Pero no todos los policías son malos. El mismo día, Law Enforcement Against Prohibition (www.leap.cc), una asociación integrada por unos 2.000 policías en actividad o retirados, celebró un contra-simposio en Montreal. LEAP desea terminar con la guerra contra las drogas, a la que considera un fracaso. La misma ha tenido un alto costo, en términos de dinero ($69 mil millones de dólares estadounidenses al año en los EE.UU., según LEAP). Pero también en términos de la pérdida de libertades: vidas jóvenes destrozadas por los antecedentes penales, prisiones inundadas con quienes cometieron delitos menores relacionados con las drogas, individuos que roban o se prostituyen para adquirir drogas artificialmente costosas, violencia callejera generada por la guerra de traficantes del mercado negro, allanamientos, vigilancia, controles fronterizos, la RICO (sigla en inglés para la Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act es decir la Ley de las Organizaciones Corruptas y del Chantaje Influido), leyes sobre el lavado de dinero y así sucesivamente,.

Si bien resulta difícil de creer en la actualidad, las drogas no fueron siempre ilegales. En Inglaterra, hasta los años 50’, la heroína no solamente era legal, sino considerada una medicación. A finales del siglo 19, la niñera de Winston Churchill le escribió, cuando él asistía como pupilo a la escuela, “has probado la heroína que te conseguí—consigue una botella de linimento de Elliman & frota tu rostro cuando te vayas a dormir & ata tu calcetín sobre tu cara . . . pruébalo y estoy segura que te hará bien” (citado en Martin Gilbert, i>Churchill: A Life, London: Heinemann, 1991, p. 27). El gobierno estadounidense inició la represión en 1914 con la criminalización de los usos no-médicos de la heroína y la cocaína. La marihuana fue totalmente prohibida por el Congreso en 1970, y Richard Nixon lanzó la “guerra contra las drogas” dos años más tarde. Otros países le siguieron, a menudo intimados por el gobierno estadounidense.

Que este paternalismo coercitivo, que oculta la tendencia natural del estado a crecer y oprimir, fuera adoptado y estimulado por Ronald Reagan dice mucho acerca de la confusión de nuestros tiempos. Mientras la izquierda aplasta a las libertades que no aprueba, tales como los derechos de propiedad y la libertad para contratar, la derecha ataca otras libertades, tales como el derecho a consumir drogas o tener sexo pervertido. James Otteson, un filósofo en la University of Alabama, me dice que, en su estado, es ilegal utilizar un consolador con propósitos sexuales (en vez de, asumo yo, para por ejemplo revolver la sopa familiar). Una vez en el poder, cada uno adiciona su propia capa de controles policíacos, y la libertad individual se torna más delgada con cada sesión del parlamento.

Afortunadamente, hay resistencia. En el caso de las drogas, la LEAP está a la vanguardia. Por caso John Gayder, un policía en actividad del sudeste de Ontario y miembro de la Junta de LEAP, que asistió al contra-simposio de Montreal “como un ciudadano privado”. John es un hombre robusto e intenso de 39 años, con su cabeza rapada al estilo Mohawk. Luce como un matón mandón del Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, pero las impresiones son a menudo engañosas. Tiene ojos claros, sinceros, y honestos, y lucha por la finalización de la guerra contra las drogas, y por nuestras libertades en general.

Al igual que otros miembros de la LEAP, Gayder sostiene que “un gran número” de sus colegas policías comparten su opinión sobre la guerra contra las drogas, y que “la mayoría . . . sabe que algo anda mal”. El número de policies canadienses que son miembros de la LEAP es de menos de cinco, pero, afirma, eso se debe principalmente a que la organización todavía no ha hecho mucha publicidad aquí. A pesar de que su propio empleador no alienta sus actividades en la LEAP, tampoco ha tratado de desalentarlas.

Otro panelista en el contra-simposio era Jerry Cameron, un jefe de policía estadounidense retirado. “La guerra contra las drogas”, sostuvo, “es en verdad una guerra contra la gente”. Entre los otros participantes se encontraba Lionel Prévost, un policía retirado de la S�reté du Québec.

Con hombres como John Gayder y sus colegas en la LEAP, hay alguna esperanza para el futuro de nuestras libertades.


Pierre Lemieux es co-director del Economics and Liberty Research Group en la University of Quebec en Outaouais y un Investigador Asociado en the Independent Institute en Oakland, California.